En nuestra piel de toro, se puede llevar a gala que los cirujanos taurinos son de los más experimentados del mundo entero en dicho tema. El reconocimiento unánime de todo el planeta de los toros a buen seguro lo tienen ganado estos grandes doctores que ocupan un puesto de privilegio en esa difícil especialidad médico-quirúrgica, la que no se aprende todo en las Facultades de Medicina, sino que se complementan sus estudios detrás de un burladero de las plazas pueblerinas, con la garganta seca en plena canícula a cuarenta grados en la sombra, la atmósfera impregnada de olor a pólvora de los cohetes de las fiestas y polvo de los caminos rurales.
Todavía más se les resecan al ver salir por esos calenturientos chiqueros construidos artesanalmente, monstruos, armados con cornamentas de pesadilla, más altos que las endebles tablas de la barrera, temiendo ser derribadas por el bufido de un morlaco sobrado de kilos y morrillo.
Nunca es deseable de lo que pueda ocurrir en cualquier momento, hallarse con la inesperada cogida, la que daría el comienzo rapidísimo de una intervención quirúrgica, probablemente en un sucinto e improvisado local reducido y mínimamente dotado, en lo que solamente se puede confiar en el salvador cirujano por las muchas horas de experiencia y la rapidez de sus firmes manos, para cortar una hemorragia o suturar las carnes toreras rotas por un cornalón, jamás olvidando a la Divina Providencia. A veces ante esa situación, oír alguna frase de un modesto torerillo: “Doctor, no me deje usted aquí, que tengo que salir a matar mi segundo toro”. La Sociedad Española de Cirugía Taurina (SECT), engloba aproximadamente 200 médicos, los que dedican parte de su tiempo al estudio y práctica para después poder resolver los estragos originados por las astas de un toro en las anatomías de los toreros.
En los Congresos y Seminarios que a menudo se celebran en España, también Portugal, Francia y en algunos países de Centro-Sudamérica, las ponencias de los cirujanos españoles son recibidas con gran expectación, como si fuesen unas auténticas autoridades genuinas en la materia. No en balde, nuestro país es la cuna de la Fiesta de los Toros, es el lugar donde se celebra mayor número de festejos, cosa que redunda en el alto nivel de conocimiento que luego se vierte en sus pacientes, haciéndose extensiva y patente en todos los Congresos que, por unanimidad en los mismos, apuestan por dotar lo mejor posible las enfermerías, tanto de personal como material. La verdad sea dicha, se está notando muy considerablemente esas determinaciones.
Pero no deja de existir todavía casos negativos como en alguna vez ya ha ocurrido, cualquier persona puede tardar varias semanas e incluso meses en curar, en un torero quizá el plazo podría ser irrisorio de tiempo, como mucho doce o quince días. A veces, gente cercana a los toreros, no son sus mejores colaboradores para una determinada lesión. Ello hace que en alguna ocasión los diestros con la inquietud y ansia de torear, inconscientemente mal informados por esas personas que les rodean, atropellan la razón, alentándoles a que hagan paseíllos con las heridas sin cicatrizar y dolorosas, con el consiguiente vendaje o parches improvisados, lógicamente les restan facultades. Cuántas de estas imprudencias e impuestas decisiones, al final les pasan factura y también ciertos equívocos, por desentender las recomendaciones y consejos del cirujano que le intervino.
Como antes hemos dicho, en España siempre han existido, Dios quiera que sigan existiendo grandes cirujanos taurinos, incluso hay ciudades y poblaciones que en sus plazas de toros han llegado a formar dinastías familiares continuadas de médicos, como; los García Padrós en Madrid, los Vila en Sevilla, los Val Carreres en Zaragoza, los De Luna en Málaga, o los Garrido en Linares, etc.
Estos cirujanos como todos de las demás plazas, atesoran una enorme talla de profesionalidad científica, destacando su humanidad, capacidad, sacrificio, paciencia, calidad, compañerismo y mano izquierda como los buenos muleteros.
Para terminar, no tengo más remedio que felicitarlos y admirarlos por la grandiosa labor que desempeñan y por la cantidad de vidas humanas salvadas. Enhorabuena a todos/as.