El reciente ataque indirecto de Rusia contra Polonia, las interferencias de GPS en aviones civiles, los drones que cruzan fronteras, las incursiones aéreas al filo del espacio europeo… no son meros incidentes aislados: conforman un patrón calculado.
El Kremlin tantea el terreno, explora debilidades, mide reacciones y ajusta su táctica. Lo hace con un objetivo claro: quebrar la voluntad política de Occidente, porque Moscú sabe que el mayor talón de Aquiles de la OTAN no son las armas ni el dinero, sino la falta de decisión común para actuar.
El primer elemento no es militar, sino psicológico. Putin busca desnudar la fragilidad de la Alianza Atlántica como organismo colectivo: demostrar que, frente a una provocación, no existe unidad de respuesta.
El desafío está dirigido de forma personal a Donald Trump, quien ha expresado repetidas veces su escepticismo hacia los compromisos de defensa mutua de EE. UU. Si el Kremlin consigue que el mundo perciba que Washington no arriesgará ni un soldado por Varsovia o Vilna, habrá logrado una victoria estratégica sin disparar un tiro.
El segundo elemento, sería el miedo, que históricamente, paraliza democracias. Un clima de amenaza constante en Europa Central alimenta los extremos políticos: cesiones, sanciones vacías, diálogos forzados y fracturas internas.
Las fuerzas de ultraderecha y de ultraizquierda -a menudo cercanas a Moscú- encuentran en el miedo una oportunidad para ganar influencia. Así, Europa corre el riesgo de parecerse cada vez más al modelo de Orbán en Hungría, donde la cooperación con el Kremlin se normaliza mientras la solidaridad con Ucrania se desgasta y el carisma de Zelensky se erosiona.
El tercer elemento, consiste en motivar a Europa para que refuerce sus propios ejércitos reactivando la industria militar, con menos entusiasmo para seguir financiando la resistencia ucraniana.
El mensaje ruso es sutil pero eficaz: “Preparaos para vuestra propia guerra futura, no gastéis más en la ajena”. Es una maniobra de división: Europa debate su defensa mientras Ucrania se desangra.
El cuarto elemento, lo protagonizan los millones de desplazados ucranianos en Europa que han sido un salvavidas humano para Kiev, pero también un recurso propagandístico para Moscú que en clave populista, el Kremlin los presenta como una carga económica y social, azuzando la xenofobia y el hartazgo en países receptores. El reciente golpe a Polonia envía un mensaje implícito: “la guerra está cerca, y los refugiados son el recordatorio de que puede tocarte a ti”. El objetivo es que Europa deje de ver a los ucranianos como aliados y empiece a percibirlos como un problema.
El quinto elemento, consiste en evaluar cada provocación rusa como un termómetro de la reacción occidental. Si la OTAN responde con tibieza ante incidentes en Polonia, Putin concluirá que puede avanzar un paso más audaz, igual que Hitler tanteó al mundo desde Renania hasta Praga.
Cada vez que Occidente repite el mantra de “aún no es guerra”, se otorga a Moscú una conquista psicológica más.
El sexto elemento, es el análisis del inicio de la invasión de Ucrania, recordando Putin su enorme arsenal de más de 3.500 ojivas nucleares.
Y aunque siendo hipotético, no se puede descartar. Podría ser un lanzamiento de prueba de misiles estratégicos, no para atacar, sino para aterrorizar y obligar a Washington, Bruselas y especialmente a Trump a replantearse su apoyo militar a Kiev.
Mientras todo esto podría ocurrir (.!.) nos encontramos adicionalmente con:
El elemento septimo, porque España no es un espectador neutral. Se halla atrapada entre dos frentes:
◇ El externo: el pulso de Putin contra Occidente, que amenaza con arrastrar a Europa a un conflicto mayor.
◇ El interno: un sanchismo alineado con el Foro de São Paulo y complaciente con los BRICS -un bloque que integra a Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes-.
El dilema es amargo:
o lo peor, con Putin; o lo malo, con un gobierno que erosiona el orden constitucional.
De persistir esta deriva, España podría verse forzada a elegir entre convertirse en una “nación de naciones” desmembrada y frágil, o deslizarse hacia una guerra civil larvada, con violencia callejera, saqueos, muertos, incendios, persecución, atentados, crimenes y caos político.
El pulso que se libra en Polonia no es un incidente fronterizo: es una batalla por el futuro de Occidente.
Si la OTAN titubea, el Kremlin avanzará; si Europa se divide, Ucrania caerá; si el miedo se impone, los populismos prosperarán.
La historia advierte que las guerras no empiezan con un gran estallido, sino con una cadena de cesiones cobardes que a menudo, el último aviso llega demasiado tarde, lo cual nos lleva a:
El elemento ocho; que constituye el mayor satanismo de la mano de los más poderosos buitres del mundo que se reúnen con agendas preconcebidas de Bill Gates, Ted Turner entre otros, y como no, la malvada Christine Legarde, candidata a presidir el Foro de Davos que desarrolla las políticas que configuran el orden mundial en todos los ambitos, con datos, mensajes y conclusiones, para debatir como reducir la población mundial un 80% liquidandonos lentamente con vacunas; emisiones en el aire; accidentes nucleares, guerras, esterilidad, y ataques genéticos encubiertos de una mayor longevidad..., todo ello, en aras de repartir la tarta mundial de una explotación económica controlada.
¡QUE COSAS PEORES PODRIAN OCURRIR DONDE NO PODEMOS ELEGIR!