Perdonen ustedes, lectores, siempre he intentado “boicotear” las celebraciones de las fechas de fallecimiento de los grandes literatos de la historia. ¿Por qué? Porque son inmortales... ¿Y cuál es la razón de esa inmortalidad? Que siempre nos acompañan, ya que abrimos un libro de cualquiera de ellos, y están ahí. Sí, frente a la herida de la muerte ha de triunfar la vida, en este caso, el amor a las grandes obras literarias. Esas maravillosas obras, tan cultivadas, y a veces con tantos enigmas, son una riqueza que nunca muere. La sustancia y la inmensa sabiduría añadidas a la conciencia emocional de las letras, hacen que estos literatos nunca mueran, por eso, las celebraciones a desarrollar tendrían que ser las conmemorativas a sus años de nacimiento. Quiero plasmar aquí mi pensamiento, unos lectores estarán de acuerdo con él, y otros no, pero dejando literatos a un lado, pregunto: en nuestra vida cotidiana... ¿Qué celebramos más, un nacimiento o un fallecimiento? Supongo que un nacimiento, porque es vida... ¡Yo lo tengo muy claro! Volviendo otra vez a los literatos deseo expresar que celebrar un nacimiento de un gran literato es inmortalizarlo para siempre: nunca mueren sus obras maestras, es decir, personajes, tramas y desenlaces de Lope de Vega, Víctor Hugo, Cervantes, Baroja, Bécquer, Larra, Camilo J. Cela... son eternos, no cambian, no mueren. Sí, Maese Pérez el Organista, don Alonso Quijano, Jean Valjean..., están siempre ahí: abres un libro y te hablan.
Buscar
Más en Opinión
Reflexiones Australes