Generalmente vemos el forro de huesos con un pedestal de pensamientos, pero desconocemos sus anhelos, inquietudes y realidades. La suma de individualidades con condiciones culturales, económicas, políticas, evidencia un mundo de máscaras que conforma la identidad del cuerpo social.
La “máscara” arropa intereses donde aparecen personas del común, mercaderes ambiciosos, desempleados desesperados, exploradores del porvenir y de los sueños, cantantes que entonan el amor, poetas con odas al desencanto social.
Está, en quienes prometen siempre cambios para seguir igual, pero nunca su renuncia para poder librarnos de ellos, y con la sonrisa oculta ante el manjar de recursos públicos. La que se trama en la atención de casos judiciales donde se hace el guiño para el manejo o se busca el vencimiento de términos procesales. Es la que esconde angustia de tantas voces del silencio, la mirada triste que implora justicia, y el rostro descompuesto que se padece ante crímenes de la violencia.
Estamos en el carnaval que nos acostumbramos a vivir. Sin embargo, nadie quiere una sociedad sin reglas. Incluso las personas que usan máscaras y hacen trampas, quieren y exigen que los demás se sometan y cumplan las normas.
La palabra igualmente debe dejar el disfraz que presenta a través del eufemismo, para guardar apariencias y disimular, porque llamar las cosas como son, dejó de ser un acto de sutileza y pasó a ser una “máscara” que cambia el sentido al lenguaje, donde lo importante no es lo que haya pasado en verdad, sino el nombre que le pongamos.
El ser humano tiene una característica zoológica. Somos capaces de leer caras e interpretar acciones comportamentales. El lenguaje subliminal de gestos y la capacidad de empatía es la que nos permite conocer cuando un planteamiento es lícito o no, aceptable o no, y tenemos la libertad de elegir ciertos comportamientos y actitudes.
Definitivamente, en el festival de máscaras lo importarte es cómo actuamos, de ahí la importancia de interiorizar el conocimiento de nuestra propia realidad. Reflejamos autenticidad con nuestras acciones en lo que realmente somos o nos amparamos en la máscara para mostrar lo que nos conviene.
Es posible que la sociedad encuentre el norte de su rumbo si nos despojamos de la máscara y dejamos ver lo que nos identifica, diciendo las cosas por su nombre y sin ambigüedades, discrepando con argumentos, respetando, rompiendo el mutismo silencioso del diario vivir, ayudando a construir un pacto social que permita dejar esa máscara que esconde ideales, disimula angustias y olvida flaquezas, por la sonrisa de un futuro mejor donde imperen palabras que generen pensamiento crítico y veamos a los artistas de la vida como referentes de un ejemplar comportamiento.
En la sociedad parece importar más la forma que el contenido, pero aun así <<Tenemos un pasado que debemos recordar, y un porvenir que podemos desear>> (Carlos Fuentes).
¿Nos quitamos la máscara para mostrarnos realmente como humanos y seres auténticos, o seguimos como vamos porque nos conviene?