La mirada del centinela

La rendición

El cinco de junio de 1635, tuvo lugar uno de esos acontecimientos que marcan el carácter de una nación: La rendición de Breda. Los tercios españoles destinados en Flandes se las tenían tiesas contra las fuerzas de las Provincias Unidas de los Países Bajos. Los primeros, al mando de Ambrosio Spínola; los holandeses, a las órdenes del comandante Mauricio de Nassau. El Sitio de Breda fue el resultado de la necesidad española por conquistar Breda, ciudad estratégica utilizada por los holandeses para atacarnos. Desde tal posición de dominio, a nuestros tercios les sería más fácil conquistar otras ciudades próximas. Estos hechos se circunscriben al periodo que la Historia denomina como la Guerra de los Ochenta Años.

La efeméride de estos hechos notables la tenemos gravada en la cabeza, más que por los hechos históricos en sí, por el espléndido lienzo de Diego Velázquez, La Rendición de Breda, o, como popularmente se le conoce, Las Lanzas. Es una pintura que muestra la cara amable del conflicto. No hay sangre, ni muerte, tan solo vemos a los dos bandos en actitud relajada, como si fueran a pasar una jornada en el campo, intercambiando productos típicos de su tierra. Spínola parece decirle a Nassau (dispuesto a una reverencia), que tiene buen aspecto y una tez morena muy a juego con su casaca parda. Los españoles, a la derecha del lienzo, son muchos y abigarrados. Los holandeses, menores en número y en lanzas, no parecen muy afectados por la derrota. De entre los neerlandeses, llama la atención un joven vestido de verde en el extremo izquierdo del cuadro velazqueño. El muchacho sujeta su arma sobre el hombro como si regresara de la feria, ufano él, mirando al espectador imaginario con expresión entre asombradiza y curiosa. Cualquiera diría que le esperan para cenar y llega tarde a casa.

Los derrotados fueron tratados con respeto por sus vencedores, esa es la imagen que nos traslada el genio de Velázquez. Los holandeses no fueron humillados, el ejército español reconoció la valentía de esos hombres, admiraron su comportamiento durante el asedio. Algo muy distinto de lo que sucede hoy en día en cualquier ámbito civil. No hay caballerosidad en el trato, los odiadores campan por doquier, la gente se mira con remilgo, por encima del hombro. La displicencia es moneda común en redes sociales, en medios de comunicación. Desprecio en parte alimentado por cierta clase política que abona el campo de las hostilidades, cree que un país dividido le aferra al poder. Y puede que sea cierto.

Lo que parece claro es que la resiliencia de algún iluminado causa un deterioro institucional difícil de resarcir. Nadie pintará el cuadro de su rendición, supongo, pero seríamos muchos los que haríamos cola para verlo en un museo. En cualquier caso, una nación demuestra su grandeza cuando sabe ganar sin humillar al vencido. No ocurre lo mismo con los que se vanaglorian de sus falsas victorias, mientras la realidad les conduce de forma inexorable, al que podríamos denominar Sitio de Moncloa. El asedio social, mediático y judicial al Gobierno es incompatible con una democracia saneada. Solo cabe tener paciencia, ya queda menos para la rendición.