Candela

La decadencia

Pues como no es mi intención referirme al asunto del «apagón», me veo en la tesitura de buscar algún tema que pueda resultar interesante a los lectores en general y especialmente a usted, conspicuo y fiel seguidor de esta columnita «Candela» y de paso, ajustar cuentas con los que mandan porque, creo yo, es la labor del crítico o quién se precie de tal.

Porque para lisonjas, alabanzas, lametraseros y zalamerías varias, ya están los afiliados, los militantes de la cosa, los pelotas de turno y un infinito ejército de medradores con cargos públicos. Y, para cuadrar ese círculo enorme de embelecadores –más falsos que la falsa moneda–, aún quedan en retaguardia las abuelas. Siempre ensalzadoras de las bondades sin par de sus nietos en un abanico que va, de lo guapo a lo listo, pasando por lo alto a «lo bien que me come».

Bueno, tras este breve y sentimental excurso por la cosa familiar, pero con el trasfondo de la crítica a los que mandan, hoy me referiré a algo que para la gente que peina canas, cada día se hace más evidente: la decadencia.

Y no se me equivoquen ni se vayan por las ramas que no he dicho la Resistencia, ni la Diligencia (película de John Ford —matización dirigida a los jóvenes, fundamentalmente—), ni la Resiliencia (término acuñado por el «galgo»), ni el Hormiguero, ni la Trinchera, ni la Indecencia —aunque por ahí va la cosa—. ¡No, queridos amigos, no! He dicho «la decadencia». Y me estoy refiriendo al mundo, a la sociedad que nos rodea o, al menos, a este Occidente en que nos ha tocado habitar y del que, con cierta resignación y no poca pesadumbre, cada día percibimos como sus paredes se desconchan, los ladrillos pierden la verticalidad, los cimientos se reblandecen y progresivamente se aproxima a un colapso total, eso sí, entre muy nobles excrementos de perros adornando las calles.

Intuyo que pueda parecer excesivo, pero es por lo que quiero poner algún ejemplo y luego les dejaré recapacitar y que maduren la idea. Que yo sé, ustedes son de los de antes, es decir, de los que leen y, además, piensan.

Ahí está la historia en general para ser leída, analizada, repensada y, haciéndolo, se constata cómo los imperios y modelos de desarrollo tiene sus ciclos y —en el más puro estilo del pensamiento de Nietzsche—, nosotros, hoy, nos encontramos en uno que camina inexorable a su degradación, a su deterioro y después de una descomposición de principios, saberes y valores, las sociedades establecidas —y la nuestra más aún— terminan convirtiéndose en un detritus. Después, desaparecen.

Y no es malo porque, de tal suerte, se pueden dar a luz a nuevas esperanzas y nuevas realidades menos corrompidas y manoseadas por el ejército de mediocres que se habían encaramado en ella y hecho con el poder en detrimento del talento, apartando a los mejores y consiguiendo que la sociedad fuera dirigida por gentes sin capacidades ni conocimientos para el gobierno general de los asuntos públicos.

¿Están viendo por donde voy? ¿No..? Bueno, pues entonces  puntualicemos.

Miren, se está extendiendo el rumor de que Sánchez es gafe. Yo, negacionista de lo conspiranoico,  los reptilianos y hasta de los kits de supervivencia, en principio y sin convicción para afirmarlo, lo cierto es que tampoco me atrevería a negarlo con vehemencia.

Sufrimos en nuestro país una pandemia por Covid  que tuvo la peor gestión de todo el continente y ahí están las cifras de fallecidos —a pesar de que un inutil (supuestamente experto) afirmó que sólo habría uno o dos casos—. Tenemos en estos momentos y desde la llegada del «Prometeo Paiporteño» una corrupción generalizada —esposa, hermano, Abalos, Bernis, Aldamas, Koldos,  rescates en líneas aéreas, Delcys y sus maletas, putas colocadas en empleos públicos y cargos a dedo en empresas estatales— total, un saqueo salvaje de las arcas públicas por parte de políticos nefastos afines a Sánchez y sus conexiones comunistas y nacionalistas. Sufrimos también una terrible Dana en Valencia con un ingente número de muertos. Además, en el mandato de este presidente, nos ha caído, cual plaga de Egipto, la tormenta Filomena, desembarcos masivos de pateras que a mí me recuerdan a lo de Normandía y el día D, la erupción del volcán de La Palma y si algo nos faltaba, ahora llega el apagonazo y, como en aquella del 23F de 1981, revivimos la tarde de los transistores. ¿Cuál será la próxima?

¡Gafe, definitivamente es gafe!, dicen algunas gentes, aunque tampoco falta quien ve en tantos males una especie de maldición proveniente del Valle de los Caídos que, como si de un Poltergeist nacional se tratara, es consecuencia de las iniquidades e irrespeto a los muertos y que nos ha arrastrado a todos los españoles en una especie de —cual Sansón— «muera yo y mueran todos los filisteos». Lo malo es que aquí, con este Sánchez, los únicos que mueren son los filisteos. Porque el tipo, aprieta los maseteros…. y se queda tan pancho.

Como quiera que sea, es evidente que esto cada vez está peor —ya del precio de la vivienda o la calidad de la sanidad no he querido ni referirme— pero es una evidencia que a diario constatan, por una parte los jóvenes que quieren independizarse y, por otra, los mayores que deben acudir a los centros de salud y hospitales aquejados de males propios de la edad y donde las citas —por las larguísimas listas de espera— se han vuelto tan imposibles, cómo que mucha gente se quedará en el camino sin llegar a ser atendidos. Total, un caos, cuando no un crimen.

Y no, amigos, cree un servidor que ni gafe ni la maldición del Valle, es sencillamente que Sánchez y su tropa son unos nefastos gestores. No saben y lo peor es que, además de torpes, son malos. Malos a rabiar y malvados a conciencia.

Dos únicos talentos les adornan: una codicia desmedida y el mentir magistralmente. Claro que, para cualquiera de ellos, solo hay que tener descaro, nula empatía,  ausencia de  vergüenza, pudor y ningún escrúpulo. Y creo que ahí, este Presidente, sí que obtendría una licenciatura cum laude y seguramente sin ayuda de nadie que redacte su tesis.

Conocí una Venezuela exultante, rica, productora y joya de latinoamérica. Pero llegó el comunismo y, lo mismo que Cuba, —con una de las rentas per cápita más altas del continente sudamericano—, fueron arruinadas y consumidas por esa maldita ideología que, cuanto toca, corrompe, destruye y arrasa: socialismo, comunismo y caos…, que es lo mismo.

Y estas formas de estado, gobierno o lo que quieran, son personificadas magistralmente, hoy y aquí, por Pedro Sánchez, «la decadencia andante».

Pues amigos, aquí queda la reflexión. Ahora, que cada cual vea su parte de culpa, de acierto o de batalla aún por dar.

Pero que estamos en decadencia, estamos.