La maldad es connatural al hombre. Tácito, siglo I d.C.
Alguien escribió que el hombre es malvado por naturaleza, de manera que, si eso es cierto, entonces el socialismo no es sino su manifestación más refinada, una doctrina que se disfraza de justicia y que ha perfeccionado el arte de la crueldad. En su pensamiento germinan tanto los horrores antiguos como los modernos, es como un virus que impulsa a dañar al prójimo porque aquel no comulga con él.
El socialista, por lo general, se presenta como el bondadoso defensor del humilde, del obrero, del trabajador, pero bajo esa máscara se esconde una forma de resentimiento que acompaña de una imperiosa necesidad de censurar, señalar y castigar. Y a estos, cuando su pusilanimidad no les permite el uso de la fuerza, lo hacen con el silencio cómplice o la humillación. Esto ha ocurrido con el asesinato de Charlie Kirk, fecundo orador cuya palabra era su única arma y así lo mostraba hasta que le arrancaron la vida en la Universidad del Valle de Utah ante cientos de personas. Muchos hasta se alegraron, otros dejaron infames opiniones en sus redes sociales a la vista de la viuda y sus hijos. Disculpan al asesino, ¡es una forma de moral de la izquierda! También la “Cadena Ser”, radio de tendencia netamente izquierdista, han dejado argumentar en relación con este asesinato y durante el programa de Ángeles Barceló, acusando al joven Charlie de fascista, ultra o también de hombre despreciable. Es paradójico, como si su sola opinión sirviese para justificar una muerte. Y es esa misma izquierda —sobre todo la española— que busca rebajar el impacto social tratando al joven de ultra, radical y racista.
La izquierda no es más que un desarreglo perverso de difícil cura. Son pensamientos odiosos y con ideas tan radicales que buscan la distopía pretendiendo la creación de gobiernos totalitarios y deshumanizando a las personas. Buscan la pérdida de las libertades y manipulan a la sociedad psicológicamente, llegando incluso a deformar la norma para aprobar la censura e incluso amedrentando a un público desorientado inculcándoles creencias post-apocalípticas. Sin duda este grupo tiene un poder de convicción que alcanza hasta situaciones que son de lo más absurdo y evidente. Son gente que calla ante los crímenes provocados por los terroristas de Hamás pero que lloran por Palestina, son los mismos que se rasgan las vestiduras por el Sáhara y callan cuando su líder pacta con Marruecos. Es evidente además, que cuando no encuentran causa, la inventan.
La izquierda es el mal y la historia no les absuelve. Bien parece que Aristóteles escribió sobre ellos cuando sentenció que “el hombre es un animal político, pero también es capaz de la mayor crueldad”. En esas es habitual ver que entre la izquierda y el terrorismo se vive una aparente afinidad, porque de no ser así, nadie entendería tanto clamor radical, ni tanto blanqueamiento, ni tanta justificación. A veces, hasta bien parece que la izquierda busca recuperar lo que dejó pendiente su precursor, el viejo partido Socialista Alemán —es lo que ahora se escucha por las calles, sujetos cargando con una paño extraño y llamando al odio extremo—.
Pero la historia no les absuelve. Han sido muchos sucesos los que hemos vivido en nuestra España en manos de la izquierda: Intento de regicidio contra Isabel II (1852), por parte del republicano Martín Merino; asesinato de Juan Prim (1870), Presidente del Consejo de Ministros, por conspiradores de izquierdas; asesinato de Antonio Cánovas del Castillo (1897), en manos del izquierdista Michele Angiolillo; asesinato del Presidente del Consejo de Ministros José Canalejas (1912), en manos del republicano Manuel Pardiñas; asesinato del Presidente del Consejo de Ministros Eduardo Dato (1921), producido por varios izquierdistas desde una motocicleta; atentado contra Alfonso XIII (1906), donde el izquierdista Mateo Morral lanza una bomba al paso de la comitiva y asesinando a más de 20 personas; Revolución de Asturias (1934), bajo la apariencia de una Huelva se alzaron los socialistas, entrando en la ciudad de Oviedo disparando y asesinando a la gente corriente que paseaba por las calles y llegando, en esos días, a asesinar a más de mil personas y causar uno de los mayores destrozos históricos y documentales de la historia. La izquierda ha dejado un reguero de sangre tan grande que ni el romanticismo más exaltado podría embellecerlo. Empero, todos estos crímenes y muchos más tienen un denominador común y es que todos ellos surgen con el mismo germen, la misma necesidad y el mismo odio.
El socialismo —la izquierda— no es una ideología, es por el contrario una patología. Estamos ante una dolencia que se transmite por el adoctrinamiento y que se disfraza de virtud, pero que en realidad inocula odio. La izquierda es el mal, un mal que debería erradicarse lo antes posible, porque en ese pensamiento oscuro es donde descansa la mayor de las perversidades junto con la malicia, la envidia, la crueldad, el odio y el resentimiento.
Y a esos que hoy se envuelven en la bandera del “Estado de Palestina” o que se amarran un pañuelo al cuello mientras justifican el asesinato, la censura y el terror contra el pueblo de Israel, esos que silencian los cientos de asesinatos de jóvenes, familias, niños e incluso bebés, que callan las torturas y los secuestros, sólo cabe pedirles que se vayan con sus perversiones inmorales lo más lejos posible. No existe autoridad moral en quien defiende al verdugo y desprecia a la víctima como es el caso de la izquierda en España. El socialismo es, sin duda, un mal que se disfraza de bien, pero que en realidad cuando se quita la careta solamente aparece la depravación del hombre.