Ser autónomo en el mundo de la fabricación digital es una experiencia cercana a la autoficción: uno protagoniza su propia serie de supervivencia, escrita, dirigida y producida por uno mismo. Y como en toda buena serie, el protagonista tiene una máxima inquebrantable: “Si puedo aprenderlo yo, ¿para qué voy a contratar a alguien?”
No importa que la tarea en cuestión sea diseñar un objeto en 3D, reparar una fresadora CNC, programar una placa electrónica para un proyecto o aprender una nueva técnica que acaba de salir al mercado. El emprendedor fabricante, equipado con un buen café, tutoriales de YouTube y una fe inquebrantable en su multitarea, se lanza de cabeza al abismo de lo desconocido.
Porque, claro, ¿cómo vas a subcontratar a alguien por hacer algo que puedes aprender tú mismo... en solo 42 horas de vídeos, tres noches sin dormir y una semana de parálisis productiva?
En la cabeza del maker freelance hay un mantra:
— “Esto lo hago yo en dos tardes.”
Spoiler: sí, puede. Y probablemente lo sea. Pero eso no importa. Porque lo importante no es terminar rápido, ni ganar eficiencia, ni centrarte en lo que sabes hacer bien. Lo importante es demostrarle al universo (y a ti mismo) que puedes.
La paradoja es hermosa: alguien que tiene máquinas capaces de fabricar objetos en minutos, prefiere perder horas buscando la forma de hacer él mismo esa máquina o ese proceso que una cliente “quizá” le contrate… aunque sabemos que luego nunca lo contratará para eso.
Pero no lo hace por tacañería —bueno, a veces sí—. Lo hace por orgullo. Por amor al proceso. Por esa creencia romántica de que aprender algo nuevo es siempre mejor que delegarlo. Y, de paso, porque no hay jefes que impongan límites. El único jefe es su propio ego. Y ese jefe es exigente.
Lo curioso es que, aunque al final lo consigue, tarda una semana en hacer algo que podría haberle tardado 1 día en dárselo a alguien que ya sepa hacerlo. Y si, todos los proyectos que tenía pendientes se retrasarán (oh sorpresa) una semana más.
Pero la satisfacción de conseguir realizar y aprender a hacer esa nueva técnica super novedosa es impagable. Y además podrá añadir a su cartera de proyectos algo nuevo. Y además lo contará como si hubiese escalado el Everest en zapatillas.
Por eso, si conoces a un autónomo del mundo maker que lleva cinco días sin salir de casa, con 40 pestañas abiertas y ojeras de impresión 3D… no te preocupes. No está mal. Solo está aprendiendo algo que podría haber delegado en una hora.
Porque fabricar digitalmente no es solo hacer cosas con máquinas. Es también fabricar conocimiento, testar paciencia… y entrenar la cabeza para la próxima locura.