Inesperadamente se nos fue, se nos fue con el silencio y la prudencia que a José Antonio Morante Camacho “Morante de la Puebla” le caracteriza. Que bonito es el silencio, que decisión tan importante ha sido la suya, MAESTRO, no ha dudado el final de su carrera artística, después de desorejar a su segundo toro de Garcigrande en la plaza de Las Ventas de Madrid. Nadie se lo esperaba, ni tampoco de la manera que lo ha hecho. Todo ello, corresponde a su honestidad.
Parece como si hubiese nacido sin prisas, con esa sensación de calma que le confería su elegante estilo ante el toro. La despaciosidad que exigía su toreo cuando lo interpretaba con sentimiento y pureza, de increíble lentitud, se contraponía a la furia exaltada del animal bravo, hasta el punto de hacer seda con los percales y suavidad de caricia ante la embestida. Todo en Morante ha sido despacio, reposado, como si hubiese sido capaz de parar la hora del tiempo con su soberano arte, dando ritmo artístico para modelar perfectamente el dominio de sus muñecas.
El morantismo es ya historia al igual que leyenda, para nadie está claro la frontera que ha unido o separado una línea con la otra, ni se sabe tampoco a ciencia cierta donde terminaba la primera o comenzaba la segunda, porque era difícil adivinar el punto de partida de su magnificencia artística.
Desde que empezara a pisar plazas de toros hace ya varias décadas, hasta el día de ayer con su triunfo en Madrid, se ha mantenido prácticamente con el mismo embrujo y donaire que Dios le ha dado, no puede ser otro, es “Morante de la Puebla”, un torero que ha sabido unir su personalidad con un toreo bello y de calidad, aunque también haya tenido parte de lo negativo, infortunios y desaciertos.
Matador de toros implícito con apostura natural, siempre se le esperaba tarde tras tarde su misterioso duende. El aficionado sabía que en una u otra plaza, podía tocarle el gordo de la lotería del toreo, porque su capote y muleta nunca pasaban de moda, cada día se asemejaban más a los vinos añejos de gran reserva, tan parecidos a su toreo de arte, es decir; eternos de sabor y aroma,
Su estilo de solemne majestuosidad, del que se le podía apadrinar con el apelativo de El Petronio de los toreros de todas las épocas. Por eso, el romanticismo que exhibía toreando ya ha escrito una importante página en la historia taurina. Para los anales queda escrito y rubricada su tauromaquia. Lo que le pueda llegar todavía en su nueva vida, bien venido sea.
Años posteriores de que confirmara la alternativa en Madrid, 14-5-1998, apadrinado por Julio Aparicio y Manuel Diaz “El Cordobés”, tarde soleada de primavera, comenzaría algunas temporadas con unas trayectorias un poco jalonadas o accidentadas.
Radicalmente lo cambió todo por otro rumbo para recargar las pilas de la ilusión, cuyas pilas las tenía dañadas de altos y bajos contratiempos, todo ello debido a cogidas, enfermedades o desmotivaciones, por lo que decidió apartarse de los ruedos un par de años para pensar y meditar.
Reencontrado y puesto de nuevo en el camino perdido, le abrió los brazos para manifestar otra vez más su estilo de rancia maestría, la enjundia torería afiligranada, exponiendo sus inconfundibles dotes artísticos y plasmar por los ruedos su toreo de calidad y disposición del más puro arte de la escuela sevillana, en la que se inspiraba.
No hay duda, dicho estilo de la escuela sevillana, lo simbolizaba mejor que nadie, el que siempre tuvo guardado en el baúl de los recuerdos que, con su personalidad connatural, pudo recuperar algunos de los baches que le dio la vida, para reencontrar la ilusión olvidada de sí mismo, y poder reencarnar a los legendarios propulsores del referido estilo, como fueron: Pepe-Hillo, Curro Cúchares, Rafael “El Gallo”, Chicuelo, Pepín Martín Vázquez, Pepe Luís Vázquez, Manolo González y Diego Puerta, e igualmente recordar la enjundia torera de Joselito “El Gallo”, o a las gotas de aroma del tarro de la esencia de Curro Romero que esparcía artísticamente por las plazas, y como no, de aquellos airosos y misteriosos vuelos de capote del mítico Rafael de Paula, tan sobrados todos de inspiración y armonía.
Morante ha sido conglomerado de todos ellos, además de imprevisor e intuitivo, aflorando un concepto de la tauromaquia antigua que, a cualquier aficionado le hacía disfrutar inolvidables momentos. Columbraba con su toreo la plasticidad del temple, buen gusto y pellizco, sembrando perfumes por los cosos aderezando la totalidad de sus quehaceres sin cargar de acentos en ninguna de las frases de la lidia, porque en todas los llevaba puestos.
Torero de calidad y esencia pura, con sello de denominación de origen, que ha esparcido fragancias por los cosos impregnándolos de gracia torera.
Siempre en alerta y cuidando los mínimos detalles para que todo saliera perfecto sin ensombrecer su toreo caro, demostrando una firmeza y solidez no observada a muchos matadores de toros de estilo grande. Hasta siempre MAESTRO. Que sea usted muy feliz en su vida nueva.
Muchas gracias por todo. Torero grande y de época.