Sus últimas palabras en el balcón del Vaticano, pronunciadas en el último mensaje del Papa Francisco en la bendición Urbi et Orbe leído por Monseñor Diego Ravelli, fueron como un grito de dolor ante los graves conflictos mundiales que hoy nos angustian.
Hace unos días terminé la lectura de la autobiografía del Papa Francisco “Esperanza”, que como un libro abierto deja entrever todas las improntas que han rodeado su vida desde su nacimiento en Buenos Aires el 1 de diciembre de 1936. Son numerosos los relatos, reflexiones y los avatares de tipo social, político o religioso que narra hasta llegar a ser cabeza visible de la Iglesia y poner en marcha todo un “proyecto” sobre su visión personal de lo que debe ser una nueva evangelización. El espíritu de ese “programa” lo adelantó en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, fruto de su rica experiencia pastoral.
Casi todos los que se han “lanzado” a destacar lo más resaltable de su pontificado en los diferentes medios de comunicación, lo han hecho con muy buena intención destacando sus virtudes personales y el espíritu franciscano que impregnó a su pontificado: la “misericordia” y “la esperanza” han constituido los dos hilos conductores de su evangelización y de sus enseñanzas plasmadas en sus escritos y magisterio catequético.
Otros, sin embargo, han tratado de llevar equivocadamente el ascua a su sardina para presentarlo como el Papa de los grandes avances sociales, calificándolo de “progresista” en estas y otras cuestiones, como si de un político se tratara. En las cuestiones sociales, al margen de la sensibilidad demostrada por Francisco, parecen ignorar que desde la Encíclica Rerum Novarum de León XIII de 1891,otros Pontífices como Pablo VI, Juan Pablo II o Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in veritate”, han venido también desarrollando la Doctrina Social de la Iglesia en numerosos escritos y documentos papales.
Hay también quienes se empeñan en destacar sus inacabadas reformas para adaptar la “Iglesia” a los tiempos que corren en cuestiones que afectan muy directamente al espíritu evangélico, como son la defensa del matrimonio tradicional, la condena del aborto y la consideración de la defensa de la vida desde el momento de la concepción, el respeto a los homosexuales y a su dignidad personal y el papel de la mujer en la Iglesia. Sobre estas cuestiones Francisco se ha pronunciado con meridiana claridad en numerosas ocasiones, sin apartarse ni un ápice de la doctrina y moral de la Iglesia Católica.
Sin embargo su rica y desbordante expresividad argentina en temas opinables a veces nos ha resultado desconcertante por su espontaneidad. También su espíritu misionero por su formación jesuítica nos dejó el legado de una Iglesia abierta al mundo o de una Iglesia en “salida”:
“La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas , sino también las periferias existenciales”. Las “periferias” han sido otra prioridad de su papado, las geográficas que han determinado varios de sus viajes apostólicos: Jordania, Palestina, Israel, Mozambique, Corea del Sur, Azerbaiyán, Islas de Lesbos, Armenia etc. Sin embargo ha resultado significativo que ni Argentina ni España hayan sido objeto de su visita. Al menos con España rompió una tradición seguida por sus antecesores que nunca ha sido explicada.
Las otras “periferias” responden también a los nombramientos de los últimos 20 Cardenales que representan entre otros países a Filipinas, Irán, Costa de Marfil, Argel, Japón, Indonesia…No hay duda que los 108 Cardenales nombrados por el Papa Francisco hasta los 135 que se reunirán en el Cónclave, abren un abanico de posibilidades, que a pesar de las especulaciones periodísticas y opinadores -algunas de ellas disparatadas- necesitarán de la inspiración del Espíritu Santo para elegir al futuro pontífice que debe “pastorear” a la Iglesia en un momento de especial complejidad en este Siglo XXI.
En su autobiografía su acercamiento a los más desfavorecidos que sufren la pobreza, la explotación sexual, la emigración y su proximidad a quienes padecen esta marginación han supuesto una verdadera hoja de ruta para denunciar y al mismo tiempo requerir a los católicos una especial atención a estos graves problemas sociales aprovechando especialmente las audiencias de ,los miércoles y los Ángelus de los domingos. Acertaba cuando denunciaba con énfasis las causas de los flujos migratorios que hoy se está viviendo en el mundo: la carrera armamentística, la crisis climática provocada por la depredación de la tierra y la miseria que son consecuencia de estos factores y que “expulsan” a las personas de sus países de origen…
Sus últimas palabras en el balcón del Vaticano, pronunciadas en el último mensaje del Papa Francisco en la bendición Urbi et Orbe leído por Monseñor Diego Ravelli fue como un grito de dolor ante los graves conflictos mundiales que hoy nos angustian: “Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible. La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme…la luz de la Pascua nos invita a derribar las barreras que crean división y están cargadas de consecuencias políticas y económicas”. Fue su último testamento para el Domingo de Resurrección. La madrugada del lunes falleció. Encomendamos su alma a la Virgen María que dentro de unos días lo acogerá en sus brazos en la basílica de Santa María la Mayor.