La mirada del centinela

Fontaneros y otros nobles oficios

Mi tía Ursulina siempre decía que no hay nada como tener un buen oficio en la vida. No le quito razón, las habilidades profesionales son un seguro para ganarse la vida. Estos días se habla mucho de los fontaneros, pero no de los de llave inglesa y cortatubos, sino de los que trabajan en las cloacas del Gobierno de España, esos que dirige y estimula Pedro Sánchez en connivencia con Santos Cerdán. Al presidente le molesta que la UCO meta las narices en sus corruptelas y ordena a sus fontaneros que obstruyan las cañerías de la democracia. El socialismo está en proceso de descomposición, la degradación llega a unos niveles insoportables, incluso para algunos de sus militantes, los que conservan un mínimo de vergüenza torera. 

El artesano del mal, esto es, Pedro Sánchez, despliega su ejército de fontaneros y demás oficiantes en la industria sanchista que desmantela las instituciones. Si tuviera una empresa, la llamaría Demoliciones Sánchez. El sanchismo no tiene otro fin que arrasar con el orden establecido, con el reglamento que nos ha sido dado por la Constitución, un ejecutivo bluf que opaca su corrupción y airea con ardoroso celo el menor descuido del adversario político, aunque sean hechos periclitados, de tiempos de Maricastaña. Sus fontaneros trabajan en la sombra, pero resulta que sus fechorías ya empiezan a salir a la luz. Son muchas las informaciones que ilegitiman este Gobierno impostor. Ante la gravedad de los últimos acontecimientos, Alberto Núñez Feijóo convoca una manifestación para el próximo día 8 de junio. Dice el líder del PP que esto va de democracia o mafia. 

Sin embargo, la mafia sanchista es dura de pelar. Se atreve con todo: Consejo de Estado; Tribunal Constitucional; Tribunal de Cuentas; Fiscalía General del Estado; Renfe; CIS; AENA; SEPE; Fábrica nacional de moneda y timbre; CSIC… Estas, y otras muchas instituciones con participación del Estado, han pasado a ser controladas por el nuevo socialismo; es decir, el sanchismo. La mafia se extiende como telaraña indecente por aquellos organismos útiles al Gobierno de Pedro Sánchez y sus camaradas. 

Mi tía Ursulina, muy devota de la misa cantada, sabía bien que el que tiene un oficio sale adelante. Por eso, al Gobierno le gusta forrar sus cloacas de buenos y fieles empleados, que hagan el trabajo sucio, mientras el jefe sale de tarde en tarde a declarar, con esa voz meliflua de bachiller discreto, que el Estado está más fuerte y solvente que nunca, que la economía es un cohete, que los españoles no tenemos por qué preocuparnos, que la oposición es una máquina de fango que propaga bulos por doquier, que todo es una campaña de descrédito contra su persona… En fin, el cuento de nunca acabar. 

Aparte de fontaneros, el Gobierno necesita un carpintero que les haga la cruz; un electricista que revierta el apagón; un alfarero que modele su código de conducta; un albañil que cimente su ruinosa organización; un sastre que les haga a medida el traje de la buena gobernanza; un pintor que les pinte la cara de su próxima derrota electoral; un basurero que les acomode en el muladar de los políticos podridos; un pastor que les guíe al aprisco del que nunca debieron salir… En fin, muchos son los oficios necesarios para obrar lo que sería un milagro. Si mi tía Ursulina viera el disparate en que se ha convertido el país, diría que necesita un sepulturero, para volver a la tierra donde descansa en paz. Sin embargo, me temo, será un nuevo fontanero el que mañana abra la portada de todos los periódicos.