Soy amante de la Navidad. Festejo que la tierra de occidente se goce en el amor cristiano respirable en esta época. ¡Huele a jengibre! Mentira, huele a azufre. O, por lo menos, así lo hacen sentir algunas personas exudan amargura.
No puedo olvidar a una clienta de El Corte Inglés, quien exigía a gritos descontrolados que le entregaran su pedido, en las navidades pasadas. La razón de su rabia, un sacajugos. Totalmente racional alterarse por algo así, ¿no? ¿Hablamos de sanidad mental? Un año después, veo la misma reacción en Atención al Cliente de El Corte Inglés de Goya. Esta vez, la amargura se evidenció en rebaño. Gente gritando contra los dependientes de la tienda porque no los atendían. ¿Vale la pena?
Pero no es una situación que se viva sólo en navidades, o en El Corte Inglés. Trabajar con clientes no es cosa sencilla. En este mismo día, intentando opacar mi espíritu navideño, me toca lidiar con el ego de un cliente que reacciona a cuestiones cotidianas y bienintencionadas con una violencia anormal e inadmisible. Les cuento: en mi trabajo como agente inmobiliario suelo enviar mensajes por WhatsApp a quienes hacen solicitudes de información. El mensaje decía: Buenas tardes. Le escribo porque recibimos un requerimiento de información de una propiedad que tenemos a la venta. Le estaré llamando para ayudarle en su búsqueda, por si quiere más información, agendar visita o ver otras propiedades de nuestra cartera. A continuación, le envío las características resumidas de una propiedad (para mayor comodidad) y un enlace a la ficha virtual completa. El insospechado conflicto se genera por el uso de la palabra requerimiento, que, según la RAE, en su primera acepción, es: acción y efecto de requerir. Y sus sinónimos, son: petición, solicitud, exigencia, demanda, requisito, formalidad. En este entendido, podría haber dicho en mi mensaje: le escribo porque recibimos una petición de información, o bien, le escribo porque recibimos una solicitud de información”. El cliente me responde (perdón por las faltas de ortografía de la cita): Buenas tardes ,yo he pedido información de una vivienda ,no un requerimiento creo Q no sabe Q significa esa frase. A lo que replico: Buen día, ¿no ha hecho solicitud? Intentando encauzar (encaminar, dirigir por buen camino un asunto, una discusión, etc.) de manera profesional al cliente y conseguir un resultado, entendiendo que todos podemos tener un mal día. Es entonces cuando dice: déjelo, agregando en un audio que me deja con la boca abierta. Lo transcribo: a ver, señor, usted no debe ser español, ¿pues sabe lo que es un requerimiento? Eso yo lo he hecho con un abogado, ¡eh!, para enviárselo a una persona, yo lo que he pedido es información y características de un piso, y si usted no sabe el castellano, pues apréndalo. Eso es toda la interacción. No le respondo. A palabras necias, oídos sordos.
Este relato deja algunas reflexiones: primero, hay mucha amargura, incluso en Navidad; segundo, hay que ser agradecido por los clientes educados, que no van por la vida ofendiendo; tercero, las palabras del castellano se deben entender en su contexto. ¿Qué tiene que ver un requerimiento judicial en un mensaje de exposición comercial de una propiedad? No hay que ser superdotado o español, como hace referencia el cliente, para entenderlo. Luego, ¿cuál es el gusto de complicarse la vida y perder segundos de paz mental por cuestiones superfluas y/o anodinas que no nos permiten avanzar? ¿Qué ganó este cliente? Amargarme el día, por supuesto que no. Me ha dado material para escribir. Me regaló un chisme para compartir con todos.
En fin, feliz Navidad a los dependientes de El Corte Inglés y a todos quienes deben lidiar con clientes mal educados y amargados que nada bueno aporta a la sociedad. No seamos de esos.