Muchos reyes han tenido un calificativo en virtud de su comportamiento y papel social. Al Emerito rey Juan Carlos I, habiendo sido un rey muy productivo para España y notable en el mundo, solo podríamos calificarlo como "Juan Carlos I "El buen vividor".
Cansado de una mujer del siglo dieciocho con enagua y braga cuello alto; un hijo más torpe y rojo que un coche bomberos; y dos princesas más raritas que un ratón verde..., ¡que cabe esperar! Porque de lo del dinero defraudado..., legalmente nada hay probado, salvo los miles de millones que trajo a la industria española y de su enorme prestigio en el mundo. En cambio, si podemos probar los miles de millones defraudados, robados y regalados por todos los políticos; los cohechos en el Senado para repartirse la tarta; la persecución hacía el que diga algo (.!.) y todo, desde el 78 para acá, que es cuando se acabó la honradez; el buen gobierno; la buena convivencia; el control de las arcas públicas y el amor y la defensa de nuestra envidiada España; hoy en claro sabotaje gubernamental (mirar sabotaje según la RAE).
Hay una pregunta que, por incómoda, casi nadie se atreve a formular en público: ¿qué papel ejerce Felipe VI como Jefe del Estado cuando permite que en España se sienten en las instituciones partidos abiertamente anticonstitucionalistas, separatistas y herederos políticos del terrorismo de ETA? ¿Es un rey que defiende la unidad de España o un espectador de lujo, invitado por el propio Gobierno del sabotaje a poner su firma y sonrisa en la obra de demolición nacional?
Porque no basta con pronunciar discursos vacíos cada 24 de diciembre hablando de “unidad” y “convivencia” mientras se firma, de facto, la entrega de nuestro sistema constitucional a quienes han jurado destruirlo. No basta con asistir, trajeado, sonriente y con la barba arreglada, a los actos oficiales mientras en el Congreso se negocia la amnistía con quienes tienen las manos manchadas de sangre o con quienes quieren convertir el mapa de España en un puzzle roto e irreparable.
Felipe VI, se supone, es el árbitro y moderador de las instituciones. Sin embargo, vemos a un rey que se limita a leer discursos revisados, autorizados y hasta retocados por el presidente del Gobierno. Un presidente que a su vez ha colonizado los poderes del Estado como si fuesen dependencias de su partido.
¿Para qué queremos un jefe de Estado si su palabra es filtrada y aprobada por el inquilino de La Moncloa? ¿Para qué sirve una Corona si su función es decorativa y su misión se reduce a refrendar las decisiones del Gobierno de turno sin un atisbo de defensa real del orden constitucional?
La monarquía parlamentaria fue concebida como un elemento de equilibrio, como la última garantía frente a los excesos políticos. Pero lo que tenemos hoy es otra cosa: una monarquía sumisa, neutralizada y convertida en coartada para que el mundo crea que en España todavía hay democracia. Es una estrategia más del sanchismo.
En realidad, esa Corona actúa como tapadera de una deriva autoritaria: si el Rey no protesta, si el Rey asiste, si el Rey sonríe… es que todo está bien. Y no, no lo está.
Más grave aún es la contradicción personal: Felipe VI comparte su vida con una reina consorte que ha mostrado, cuando le ha convenido, distancia o frialdad hacia la propia institución que hoy le paga sus privilegios. Una “monárquica a dos aguas” que, en contra de la Corona, vive precisamente de ella. Una republicana que da juego al sanchismo (.!.) y dice Jaime del Burgo, que también a mas cosas.
Y mientras tanto, el pueblo español paga no solo los gastos de la Casa Real, sino también la buena vida, la seguridad, las residencias, las escoltas, los viajes y las cenas oficiales… ¿Para qué? ¿Para mantener a un jefe del Estado que mira hacia otro lado mientras España se desangra? ¡Es mejor que se marche, tal y como injustamente humilló y echó a su padre, mucho mejor rey que él.
España no necesita un rey que reciba aplausos en desfiles y jure la Constitución como acto ceremonial. Habría que empezar ya a abuchearle como bien se merece. España necesita un rey que la defienda, que tenga el coraje de decirle al Gobierno ¡hasta aquí! cuando este se entrega a separatistas y herederos del terrorismo. Un rey que, en lugar de ser una figura inerte en el tablero, se levante y haga valer la institución que representa.
Pero Felipe VI parece haber elegido el camino más cómodo: la desidia, el silencio y la sumisión a varias cosas íntimas y sociales. Así, la monarquía se convierte no en el último bastión de la democracia, sino en un cómplice pasivo de su demolición, una institución que encubre, con oropeles y galas, el avance de una dictadura de nuevo cuño. Quizá, la explicación sea el dicho: ¡bastante tiene el moino con lo que tiene!
Y entonces, la pregunta final es inevitable: ¿Para qué queremos una monarquía que, en lugar de protegernos, sirve para legitimar nuestra ruina?
- Octubre de 2017 – Tras el referéndum ilegal en Cataluña, Felipe VI pronuncia un discurso duro contra el separatismo… pero ni exige medidas, ni exige dimisiones, ni convoca a una defensa activa de la Constitución. Fue su último gesto de firmeza y después llegó el silencio.
- Enero de 2020 – Permite sin protesta la entrada de EH Bildu como socio político del Gobierno, sin exigir ruptura con quienes no condenan los asesinatos de ETA ni juran la Constitución.
- Marzo de 2021 – Guarda silencio ante la reforma exprés para controlar el Consejo General del Poder Judicial, que invade la independencia judicial.
- Septiembre de 2021, Acepta la censura del Gobierno y se ausenta de la entrega de despachos a jueces en Barcelona, evitando coincidir con la presidenta del Parlament separatista que humilló al Rey.
- Julio de 2022 – Asiste sin objeciones a la cumbre de la OTAN mientras en España se negocia con ERC y Bildu el debilitamiento del Estado en materia de seguridad y financiación autonómica.
- Noviembre de 2023 – Jura la Constitución la princesa Leonor mientras, en paralelo, se pacta la Ley de Amnistía para golpistas catalanes. Ni una palabra del Rey sobre la contradicción.
- 2024 – Silencio absoluto ante la colonización del Tribunal Constitucional, la Fiscalía General y el CIS por parte del Gobierno.
- 2025 – Asiste y firma sin objeciones leyes y nombramientos que consolidan un régimen donde la oposición está marginada y el Parlamento actúa como correa de transmisión del Ejecutivo.
Epílogo
La historia juzga con dureza a los reyes que abdican de su deber sin renunciar al trono por dinero y status. Felipe VI pasará a los libros no como el monarca que defendió España, sino como el notario que rubricó su desmantelamiento. La Corona, que debería ser la última línea de defensa frente al abuso, está comprada por el Sanchismo a cambio de seguir mamoneando. Y cuando un rey calla ante la traición; sonríe ante la humillación y firma ante la ilegalidad: deja de ser rey para convertirse en cómplice necesario.