Hay en nuestro mundo una tendencia enfermiza que confunde la virtud con la apariencia, la justicia con la pancarta y la compasión con el oportunismo. El Estado de Israel, una nación forjada entre el polvo del desierto y la sangre de sus mártires había logrado, no sin esfuerzo, una paz relativa que, en Oriente Medio se mide en semanas sin atentados y en días sin entierros.
Cierto es que los hijos de Israel no han gozado la mayor de las simpatías con sus vecinos —ni falta que les hace—, pero su capacidad de prosperar es digna de admiración. Jerusalén, ciudad santa para tres credos, recibe cada año a miles de peregrinos que, lejos de encontrar odio, hallan hospitalidad y orden, ¿ podríamos decir lo mismo de la franja de Gaza?
Y nuestro presidente —ese émulo de Robespierre, pero sin guillotina— ha decidido que el enemigo es el pueblo de Israel y que el aliado es el terrorista. Así, no contento con arrastrar a España por el lodazal de una propaganda denigrante, sus afines, compuestos por una amalgama de endemoniados, se fotografían con banderas de Palestina, al tiempo que se rodean de los amigos de la capucha y pontifican sobre genocidios con la misma ligereza con la que mudan sus acuerdos.

Los socialistas de hoy, que son los comunistas del ayer pero con un traje mal vestido, han encontrado en Palestina una causa con la que quieren redimirse de sus propias miserias. Ni buscan justicia, ni defienden la paz, solamente pretenden titulares y relato. Entretanto, los españoles de bien —que alguno queda, aunque cada vez menos en el Congreso— contemplamos con estupor cómo nos arrastran a una guerra diplomática por el capricho de un Presidente que ni representa ni respeta; y junto a él los pérfidos ministros y otros afines del partido que solamente buscan el enfrentamiento con insultos, vejaciones, mentiras y ultrajes, comprometiendo permanentemente a todos tanto en nuestra seguridad como en la estabilidad económica y social. Son sin duda un grupo de oportunistas, nostálgicos de pasados oscuros y aprendices de revolucionarios, que toman esta dirección porque en el ruido es donde encuentran refugio y en la polémica sus votos.
No es casual tampoco que los mismos que antaño justificaban la violencia, los secuestros y los atentados en las provincias Vascongadas, hoy se rasguen las vestiduras por Palestina. Son los mismos que hablaban de “conflicto político”, los mismos que brindaban cuando ETA asesinaba inocentes, los que reían cuando le descerrajaban un tiro en la cabeza a un joven, son los mismos que ahora llaman “resistencia legítima” a los atentados criminales contra civiles israelíes. Nadie olvide que el cinismo es la única ideología del terrorismo y la propaganda su única herramienta.
Todos ellos, mientras se hacen fotos con banderas palestinas y dictan arengas sobre genocidios que no existen, descuidan lo que realmente importa que es la seguridad, la dignidad y la verdad. Nadie olvide que no hay paz posible cuando se legitima el terrorismo, ni tampoco existe la justicia cuando se premia al asesino con subvenciones y aplausos.
Así pues, hoy, desde esta humilde tribuna quiero enviar el pésame al pueblo de Israel y también manifestar mi vergüenza al mundo por permitir que el terrorismo se disfrace de causa noble. Sirva además para declarar que no todos nos mantenemos callados y que muchos no asumimos la irracionalidad de este gobierno español ni tampoco del mafioso que nos gobierna. Los que hemos vivido y sufrido el terrorismo, sabemos bien que el silencio es cómplice y que la palabra es resistencia, por lo que no confundimos compasión con complicidad, ni la solidaridad con sumisión. Si algo nos ha enseñado la historia es que el precio de mirar hacía otro lado, siempre la terminan pagando los inocentes.
Señor Presidente, le diré sin ambages que no, no en nuestro nombre, ni con nuestra bandera, ni con nuestra dignidad. Porque ni España es su cortijo, ni los españoles somos sus criados. En cuanto a la muchedumbre de engreídos que compone esa flotilla con ínfulas de cruzada moral —que bien parece un desfile de vanidades—, decirles que vayan, váyanse en ese esperpento flotante y confiemos en que encuentren en la franja un cobijo permanente, lejos de los focos que buscan y más cerca de las realidades que ocultan.
Y a usted, señor Pedro, sin duda Dios le juzgará, sí, pero hoy puede esperar porque el penal, en cambio, seguro que ya está haciéndole hueco.