En estos días me preguntaron unos jóvenes periodistas en Cartagena de Indias, cuál era la clave para escribir crónicas. Les dije que la única clave está en escuchar, hasta que suene el corazón del otro ser que está frente a ti. Muchos periodistas no dejan hablar a su entrevistado. No lo escuchan. No siguen el rumbo a veces imperceptible de una mirada, de un gesto, de un parpadeo, de una mano que se aferra a un bastón, de un leve temblor en los pies. Un café conversado o un paseo es mejor que una entrevista convencional. Una vez le pregunté a Germán Espinosa por qué usaba bastones a sus cincuenta años. Jamás se había caído ni adolecía de ninguna enfermedad que lo obligara a usar bastones. Y me confesó que el bastón era un talismán, lo más parecido al bastón de los sabios palabreros de la Guajira colombiana, para quienes el bastón es el polo a tierra con la herencia ancestral, el corazón y la sabiduría humana para encontrar la palabra precisa para resolver los conflictos. Y agregó: A veces no es un talismán, cuando lo elevo al cielo. Es un reclamo. Un grito. Una protesta. Hay que dejar que todo fluya, y que sea la vida misma la que cuente la historia. No interrumpir ese río que se desliza entre silencios, gestos y palabras. Dejar que fluya el cauce de los recuerdos, que se haga la catarsis de la memoria. No todo está en las palabras. Hay silencios que pueden ser la llave de una intuición más clara y a su vez más insondable. Dejar que la vida fluya y te revele lo que ha sucedido en el alma del entrevistado. Muchas veces en esos silencios aflora y emerge la esencia de lo que desea transmitirnos. El dolor humano no encuentra muchas veces las palabras precisas. Una vez el entrevistado era un ciego y él llegó a preguntarnos que le contáramos cómo era el color azul, como era una ola, como era una orilla. ¿Cómo explicárselo? ¿Cómo contárselo? Y la respuesta me la dio otro ciego, el legendario juglar ciego y clarividente Leandro Díaz, quien me habló de los colores que conoció gracias a que su hermana le tejió una colcha de retazos, lo más parecido a un arco iris, y dejaba que sus manos acariciaran cada color. Y Leandro decía al tocar el color rojo: Es caliente. Y al tocar el azul, es frío. Y al tocar el blanco, es fresco, como el agua. Así fue conociendo uno a uno los colores, sintiendo la energía del gris, del rojo y del amarillo. El cronista tiene que escuchar para adivinar qué hay detrás de cada silencio, gesto o palabra. El silencio puede estar salpicado de lágrimas, de cicatrices abiertas, desgarraduras del cuerpo y del alma, epifanías, revelaciones y esquivos enigmas que abren ventanas y laberintos ocultos, pasajes que conducen al infierno o al paraíso. Es allí donde palpita la crónica.
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