En Madrid ha habido grandes curanderos y curanderas, una especie no extinguida todavía por más que la ciencia se encuentre a disposición de todos y tengamos la suerte de contar con un sistema de salud universal y gratuito para quien lo desee. Uno de los antecedentes mejor estudiados de curanderismo en Madrid proviene de finales del siglo XVII y principios del XVIII, y se refiere a una mujer, María Sánchez de la Rosa, que tuvo enormes éxitos como curandera, aunque también fue encausada tres veces por la Santa Inquisición y, al menos una por la Justicia Civil. Precisamente, la existencia de toda la documentación de sus procesos es una fuente inestimable de información sobre su actividad.
María Sánchez de la Rosa (ca. 1642-1717)
Era originaria de Torrijos (Toledo) y, tras la muerte de su madre, fue acogida en una familia de boticarios en Getafe. Aquel entorno doméstico fue la base para una futura ampliación de sus conocimientos médicos. Tras ejercer de curandera en Getafe se trasladó a Madrid hacia 1675, instalándose en la calle de Los Preciados, cerca de la Plaza de Santo Domingo.

La historia de esta mujer, leída a través de la documentación de sus procesos judiciales es como una novela policiaca ambientada en la ciudad de Madrid, y en el caso María, la Inquisición desempeñó un destacado papel en el control de sus prácticas, a menudo situadas en los límites de lo considerado como ortodoxo para el catolicismo, ya que lo que la Inquisición perseguía era fundamentalmente la ‘superstición’, algo de lo que acabó viéndose libre, por aplicar remedios concretos en sus prácticas sanadoras, pero no ocurrió con la Justicia Civil, que perseguía el intrusismo a través del Tribunal de Protomedicato y de una denuncia interesada acusándola de regentar un burdel, lo que dio con sus huesos en la cárcel durante varios años.

María era capaz de curar tanto enfermedades de carácter sobrenatural (por ejemplo, podía deshacer hechizos) como otras de causa natural, tales como el mal de orina o las hernias. Se especializó en el tratamiento del “morbo gálico”, una enfermedad venérea cuya variante actual se conoce como sífilis. María curaba a estos enfermos con píldoras fabricadas por ella misma a partir de simples vegetales y minerales que guardaba en casa: hojas de sen, anís, mercurio dulce, aguafuerte, azogue y acíbar. En este último caso, se separó poco de la medicina oficial de la época.
Curanderos en el Siglo XXI
En Madrid nunca han faltado curanderos y ahora las redes sociales y la publicidad digital, nos hacen ver la abundancia de esta variada especie, cuya clientela se nutre de un porcentaje de la población más alto de lo que cabría esperar, según la encuesta que publica cada dos años por la FECYT, una fundación dependiente del Ministerio de Ciencia y Tecnología.
Aunque en esta encuesta – la última se realizó en el año 2022 – muestra un alto nivel de confianza en las vacunas. Solo ocho de cada diez personas están de acuerdo en que “las vacunas son necesarias para proteger la salud de las personas”.
Negacionistas de todo tipo nutren las consultas de una fauna de las llamadas terapias alternativas y complementarias, de las que solo algunas reciben reconocimiento oficial, en algunos países desarrollados, y a las que dedicaré algún artículo en esta sección; el resto -y son más de cien- no pueden calificarse más que de pura superchería o curanderismo moderno.
Ni el acceso a la información, ni la formación, ni el desarrollo de la ciencia, harán variar a un pequeño pero resistente porcentaje de la población, de la búsqueda de medios curativos diferentes a la medicina oficial. Por cierto, en esa misma encuesta solo el 89,2% de los españoles creen que la tierra gira alrededor del sol, y son menos que los que creen que el hombre nunca llegó a la luna o que las vacunas producen autismo en los niños. Con estos antecedentes el futuro de los curanderos está asegurado.
Tras releer ‘La escuela de curanderos’ de Álvaro Cunqueiro, uno llega a pensar que no es una de sus obras más fantásticas, porque los curanderos modernos adoptan prácticas que no se alejan tanto de las imaginarias que nos propone este maravilloso autor de las letras gallegas y castellanas.