El liberal anónimo

Cuelgamuros, el parque temático de Pedro Sánchez

Los musulmanes se apoderaron de todas las riquezas que en ella hallaron y derribaron las construcciones, las murallas y la iglesia. —Crónicas de la campaña de Almanzor contra Santiago de Compostela, 997

El Gobierno del Reino de España con su inagotable afán por dialogar con los muertos y reescribir lo escrito e irrevisable, ha decidido darle un nuevo tajo al Valle de los Caídos, que es lo que ahora gustan llamar Cuelgamuros, cuando en realidad las cosas se llaman por su nombre y no por simple conveniencia sentimental de un comité de resentidos que se amarran al absurdo del lenguaje inclusivo y subvencionado. Pues se ve que a algún iluminado en la Moncloa le pareció poca cosa haber exhumado al Generalísimo Francisco Franco —por la Gracia de Dios, rezaban las pesetas— en un helicóptero y, decididos ¡total, ya metidos en gastos! había que profanar también la piedra, el templo y las imágenes. Y así España se presenta de nuevo como aquel país tan socialista, apasionado de la arqueología moral, que no saben pasar más de seis meses sin abrir tumbas, remover muertos y heridas, sin duda son los perfectos misántropos por cuanto es evidente su aversión hacia los demás y también su aborrecimiento por la sociedad y las relaciones humanas.

No han sido pocos los intentos del sanchismo y su cohorte de ministros con máster en nada, en resucitar al General. Lo tratan y usan como si fuese una franquicia rentable, resultando de esto que en lugar de un gobierno parece una “ouija” política. Cada vez que las encuestas se tuercen corren a llamar al espíritu del Generalísimo para que distraiga al personal. En esto son hábiles, son buenos, porque saben que mientras el pueblo discute si el cadáver debía estar boca arriba o boca abajo, nadie se pregunta por el precio de los huevos, la carne, el pescado, la verdura, la fruta o, si acaso, la seguridad en los barrios o la cola del paro. Son las cositas de este pueblo erudito que piensa que el dinero que llega de Europa es gratuito y que no es de nadie. 

Todo, por supuesto, bajo el amparo de una Ley de Memoria Democrática que de democrática no tiene absolutamente nada y de memoria solamente guarda lo que interesa al guionista del boletín oficial. Así, amparados en un buenismo cutre y de salón, han diseñado un nombre mucho más hortera que todos ellos y decidido que “el Valle necesita una resignificación”. Llaman resignificar a la estupidez, a la imbecilidad y al desatino, cuando en realidad en esta ocasión el verbo moderno y cierto de destruir se llama subvención. Todos ellos, ilustres iluminados de cortijo, han decidido convocar un concurso público de aquellos que nunca premian el talento sino la obediencia ideológica y ha ganado, cómo era de esperar, una propuesta con un logrado nombre de terapia: La grieta.

Sí, el aventurero y bribón, el malandrín, ese perverso villano, lo ha llamado “la grieta”. Una fisura de hormigón y culpas, la misma que abrirá el terreno y la paciencia de quienes todavía creen que los monumentos se conservan para entender el pasado y no para reescribirlo con brochazos de ideología de necios. 

Dicen esos tornasoles que buscan que sea un espacio de diálogo y pluralidad, sin embargo, estamos ante dos de las palabras más prostituidas de todo el idioma español. El diálogo que significa “hoy que tú escuchas mientras yo te adoctrino”, y la pluralidad, que es esa con la que pretenden que todos piensen su misma miseria que es el dogma del socialismo. 

Esa grieta, simbólica de algún modo, también es una confesión. Es la metáfora del socialismo español contemporáneo para destrozar. Un socialismo siempre incapaz de construir algo sólido pero experto en agrietar cualquier cosa que otros hayan levantado, da lo mismo que se hable de economía, de la nación, de un templo o de la mismísima paz.

El Valle de los Caídos nació para reconciliar y ahora lo pervierten convirtiéndolo en una porquera, en un quirófano de resentimientos en que cada golpe de martillo busca ajustar cuentas con los muertos. Los vivos, por el contrario, ellos que hoy mandan, carecen de cualquier signo de valor o de ideas para enfrentarse a los problemas reales.

Y como si el esperpento tuviese falta de una bendición divina, nos tropezamos con la Iglesia. Esta comunión de cobardes que con su eterno olfato hacen lo posible para ponerse de perfil y deciden mirar hacia otro lado. Giran la cabeza hacia el foso de las injusticias, del pecado, de la tentación y de la maldad. Roma calla, y los obispos que antaño daban la vida por un altar hoy aplauden reformas que mutilan esculturas de evangelistas y sustituyen la Piedad por una ruindad estética del trauma. Esta iglesia milenaria no deja de sorprender a la feligresía cuando observa que el mismo templo que acogía oraciones ahora será pasto de arquitectos y obreros de conciencia progresista. Cristo expulsó a los mercaderes del templo, pero ahora, por lo visto, los nuestros con su silencio les invitan a cortar el mármol y a cobrar dietas mientras profanan nuestra fe.

Resignificar el Valle, dicen. Y uno se pregunta qué significa resignificar la historia ¿Acaso es borrar lo incómodo? ¿Premiar el olvido? ¿Alterar cualquier símbolo para que encaje en el relato del dictador Sánchez? El socialismo no gobierna, nunca ha gobernado, solamente gestiona emociones y administra la ofensa como si se tratase de un impuesto moral. El socialismo odia todo, odia la Cruz, las iglesias, el arte y hasta la misma historia, pero después no hay presupuesto, no hay soluciones, no hay política exterior, pero siempre tienen tiempo para desenterrar a Franco o para abrir un nuevo agujero en una iglesia.

La grieta, al final, no está en Cuelgamuros, está en la misma España, en los corazones de los ciudadanos. La grieta está en esa España que no sabe quererse porque no se soporta, la misma que lleva ochenta años mirando por un retrovisor y buscando responsables en las cunetas y mártires en los telediarios. Escarbando muertos, rapiñando escombros, así es como camina el socialismo. Y todo en una España que es incapaz de mirar al futuro porque no deja de deleitarse en la autopsia del pasado y de un pueblo que, en cada generación parece necesitar una guerra civil simbólica para justificar su completa mediocridad.

No, señor Sánchez, la historia no se tapa con cemento ni se blanquea con decretos, la historia se estudia, se entiende y se supera. Pero ustedes que son expertos en gobernar con la culpa y la consigna, prefieren mantener vivos los fantasmas porque sin él no serían nada. Franco murió en una cama hace medio siglo y bien parece que su sombra sigue votando, opinando y justificando. Ustedes lo necesitan como el trilero que esconde la bolita debajo del vaso y que con movimientos rápidos y trucos tramposos la esconden sin que nadie mire el reverso de su mano. 

La grieta es su único espejo, presidente. Y en ella está reflejada una nación cansada de sentirse culpable, un pueblo que ya no quiere que lo reeduquen cada cuatro años, una nación sorprendida con una Iglesia que ha cambiado la fe por la corrección política y también ante unos intelectuales que cuando no están cobrando, están callando. 

España es nuestra madre, la que hoy confunde penitencia y progreso. Hoy de nuevo vuelven los socialistas a reírse de los muertos y a hurgar en las cicatrices para comprobar si todavía sangra. Y sí, sangra, claro que sangra, pero no por Franco, ni por los caídos, ni por Cuelgamuros, sangra por la cobardía de sus hijos, por el miedo a decir lo innegable y por el complejo de un país que no soporta que su pasado le recuerde que, pese a todo, sigue siendo el mismo.