Hace cinco años recibí un mail de mis colegas chinos donde me advertían de una enfermedad viral respiratoria emergente que se estaba extendiendo rápidamente. Nos recomendaban tratar a esos pacientes con hidroxicloroquina, Interferón y antibióticos. La epidemia entró en Europa a través del norte de Italia con una gran eclosión en marzo de 2020 Afortunadamente en los hospitales de Lombardía había excelentes clínicos que fueron capaces de entender en qué consistía la enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2. Lo que se producía en la minoría de pacientes que sufrían los síntomas más serios era un ‘síndrome de activación del macrófago’ más un ‘síndrome antifosfolípido’, una entidad clínica ya conocida que habían aprendido a manejar mediante dosis altas de corticoides y heparina de bajo peso molecular. Los tratamientos propuestos inicialmente por los asiáticos eran inútiles, cuando no perjudiciales. También aprendimos que esta patología se producía en personas con un sistema inmunológico debilitado como los ancianos y los obesos, y que la ferritina era un excelente marcador biológico de la enfermedad. Al mismo tiempo en Alemania se describió la anosmia como un síntoma de gran valor diagnóstico.
Costó mucho que esta información que ya teníamos a finales de marzo de 2020 fuera permeando en la comunidad científica. El Francia se hicieron unos ensayos clínicos con hidroxicloroquina que mostraban resultados positivos, aunque supimos más tarde que estaban mal realizados, que influyeron para que se siguiera utilizando. Asimismo se persistía en el uso de los antibióticos y no se aceptaba la anosmia como método diagnóstico en un momento en que no había test de antígenos disponibles. Reinaba la confusión y los Gobiernos se aferraban a los encierros, las mascarillas y a la aparición de una vacuna. Hoy sabemos que estas tres cosas tuvieron una eficacia muy relativa y que se utilizaron mas como herramienta política que científica.
La vacuna se aprobó a finales de 2020 y como era de esperar tenía el mismo problemas que las de la gripe, la mutación del virus hacía que la vacuna perdiera su eficacia, asunto que quedó claro con la aparición de la variante Ómicron. Los pacientes vacunados varias veces sufrían varios episodios de Covid además de transmitir la enfermedad. La inmunidad natural resultaba ser el arma más poderosa, los que pasaban un episodio conseguían la misma respuesta inmunológica que los vacunados y esta era mucho más protectora en aquellos con una buena inmunidad natural como los más jóvenes.
‘A toro pasado, todos somos Manolete’, pero conviene recordar todos los errores que se cometieron para que no se repitan. La política y los intereses particulares influyeron más que la ciencia en la toma de decisiones. Esto no debería volver a ocurrir.