Nuevamente, Madrid ha batido el récord de esperanza de vida, tal como leíamos en una noticia de redacción del pasado 14 de marzo en El Diario de Madrid. Hemos alcanzado la mayor esperanza de vida de Europa con 86,1 años, y esta noticia no es manipulable -o lo que a mí me gusta llamar ‘tezanable’-, porque se basa en datos contrastados por Eurostat (Oficina estadística de la Unión Europea) que proceden del registro de nacimientos y defunciones de los registros civiles.
Hoy mismo, un amigo periodista especializado en sanidad, Antonio Mingarro, me preguntaba los factores que han influido e influyen en el aumento de esperanza de vida, y mi respuesta es que la sanidad, con ser la más importante, probablemente no ha sido la causa única de que la esperanza de vida haya pasado de poco más de treinta años a los actuales ochenta y seis, en los últimos cien años.
Indudablemente, la reducción de la mortalidad infantil produjo el primer aumento, luego vinieron los antibióticos, las vacunas y los procedimientos quirúrgicos asépticos, pero todo esto no resulta suficiente para explicar aumentos importantes de la esperanza de vida, desde que todo esto existe. Los expertos en salud pública atribuyen un papel muy importante al saneamiento de las aguas de consumo y las residuales; a la calefacción y el aire acondicionado y, últimamente a la alimentación y la conservación de los alimentos. Y es que Madrid, a pesar de su clima continental, tiene unos magníficos saneamientos y se come de todo.
Madrid, el mejor puerto de mar, y el mejor mercado central
Se repite desde hace mucho tiempo que Madrid es el mejor puerto de mar porque en nuestra ciudad convergen todos los caladeros, desde los del norte con su exquisitos pescados y mariscos; los de levante y Cataluña con especies singulares, como la melva o las espardeñas, hasta los del sur, con atunes de almadraba y pescados que son verdaderas delicias como el pez de san pedro o la gallineta.
En carnes podríamos decir lo mismo, desde la ternera gallega o de Ávila, la carne vacuna de la cercana Sierra de Guadarrama, el cordero segoviano, los cerdos de Badajoz o todas las variedades de aves, incluidas las de caza o granja.
Y qué decir del jamón ibérico de bellota, los quesos de todas partes de la Península y de Canarias, con una variedad asombrosa, las mejores frutas del valle del Jerte y los melones insuperables de la propia Comunidad de Madrid.
En esta variedad de alimentación, aún con presupuestos modestos, está uno de los secretos mejor guardados de la longevidad de los madrileños, y a ello contribuyen las cadenas de distribución, preocupadas de mantener una oferta de dieta mediterránea con alimentos frescos y de buena calidad.
Las dietas milagro aceleran el camino hacia la tumba
Todos los nonagenarios famosos a los que se entrevista, dicen lo mismo: a partir de cierta edad hay que reducir la ingesta de alimentos, pero mantener la variedad y no abandonar algún ejercicio físico diario, aunque no sea más que caminar.
Las dietas milagro no se diseñan para sobrevivir más, casi todas se dirigen a adelgazar o a imponer algún tipo de misticismo vital, y podríamos decir que todas ellas se basan en forzar errores metabólicos como la producción de cetosis que quita el hambre, pero tiene consecuencias desastrosas en el metabolismo. Otras se basan en restringir la ingesta de alimentos esenciales, con problemas para el sistema nervioso; la producción de hormonas o el sistema músculo esquelético, entre otras.
En torno a estas dietas, pero siempre obteniendo beneficios económicos, hay iluminados que venden libros, productos milagrosos, o clínicas especializadas, que consiguen adelgazar mientras sus clientes pagan, pero que cuando ya no pagan, vuelven a engordar, incluso más que antes.

Vivir más, y vivir mejor, con una alimentación variada
Partiendo de la base de que cuando acumulamos años, nuestras necesidades alimentarias son menores, debemos centrarnos en la variedad para aprovechar todos los oligonutrientes, que ni siquiera tenemos que conocer: si comemos variado seguro que no nos faltará ninguno. Para ello, es importante buscar dietas de temporada, sin excluir nada: legumbres en invierno, verduras y frutas en verano y la mayor variedad que podamos de pescados, carnes y lácteos. La cena es la comida en la que tenemos que aplicar las mayores restricciones a determinadas edades, no en vano nuestro refrán ‘de grandes cenas están las sepulturas llenas’, y no olvidar alguna forma de ejercicio, durante el día.
Con relación a la variedad de alimentos, he reflexionado en estos días sobre los aranceles que nos quiere imponer Donal Trump y me he dado cuenta de que nuestra alimentación no tiene nada que temer, si acaso la suya. Si impone aranceles al aceite, las aceitunas o al vino, el exceso de oferta hará que nuestros precios no aumenten, y quizá podamos disfrutar de lo mejor, que antes era objeto de exportación. Recuerdo los esfuerzos de una gran empresa española para conseguir vender jamón en Estados Unidos, que al fin consiguió en el año 2009. Mi pensamiento de entonces fue: “menos mal que el jamón que se va a exportar no es el de raza ibérica alimentado con bellota”, porque hubiera sido una desgracia para todos nosotros.
Así que disfrutemos de nuestra dieta mediterránea, y de la enorme variedad de alimentos sanos, que permiten a Madrid contar con la mejor esperanza de vida, quizá una de las mejores cocinas del mundo, y la clave para una larga vida saludable está en esa variedad: comer de todo, en su justa medida.
Nuestra dieta mediterránea nos ofrece un sinfín de alimentos sanos y accesibles, garantía de bienestar y longevidad, como las estadísticas de Madrid lo indican.
Todavía hay un factor muy importante para la longevidad que no siempre tienen en cuenta los analistas: la felicidad. Creo sinceramente que las personas felices, que comparten su tiempo con familiares y amigos, tienen una mejor expectativa, porque tienen una poderosa razón para cumplir años. Y quizá los madrileños, que tenemos una sociedad abierta y sociable, tengamos por ello también una mejor esperanza de vida.