El velo de la apariencia

Cisma y libertad de conciencia

La verdad es que no entiendo por qué algunas novedades son noticia y otras no. El cisma (según calificación penal de Derecho Canónico) de las clarisas de Belorado está provocando un enorme escándalo, fuera de lugar en una sociedad secularizada. El lenguaje que usa la prensa para dar cuenta del hecho revela que lo hace desde el punto de vista de la Iglesia institucional. Que toma partido en contra de los cismáticos, a los que presenta como manipuladores y casi estafadores: un falso obispo-hereje anacrónico que vive rodeado de lujos y viaja en un Bentley a costa del dinero que recibe de donantes particulares, un falso cura (y anterior maestro coctelero), monjas rebeldes abducidas por una secta, una abadesa maquiavélica o loca. Malo que lo haga el obispo y sus adláteres, pero que los periodistas les secunden y los lectores aplaudan, nos transporta a un Estado confesional de otro tiempo.

Me sorprende que se olviden de la libertad de conciencia. Todos ellos, incluso los eclesiásticos, debieran ser conscientes de que el cisma es un acto de ejercicio de libertad religiosa que merece el respeto de los ciudadanos civilizados de un país civilizado. La adhesión a una iglesia o confesión es un acto íntimo que el sujeto experimenta en el interior de su conciencia, que solo a él incumbe porque afecta a lo más esencial de su persona. El mismo derecho, repito el mismo, que tienen los obispos y los sacerdotes católicos a ser quienes son lo tienen los cismáticos a separarse de la Iglesia y a organizarse como mejor les parezca. No deben ser objeto de burlas, calificaciones o descalificaciones por el solo hecho de estar fuera de la Iglesia institucional y considerarse los verdaderos representantes de la misma. 

Los grupos religiosos, como la vida misma, están en permanente cambio y contra ello no cabe resistencia. Muchos de los reformadores, que hoy recordamos como forjadores de la civilización occidental, han sido herejes, cismáticos o apóstatas. Y algunos de los grandes pensadores de la historia (ellos o su doctrina) han merecido la condena de la Iglesia: Orígenes, Joaquín de Fiore, Margarita Porete, Eckhart, Giordano Bruno, Miguel de Molinos, Fénelon y tantos otros.

Además, creo yo, los periodistas debieran informar con objetividad y, para ello, como los historiadores de las religiones, adoptar en este terreno una posición de neutralidad, sin indagar ni pronunciarse sobre la verdad o falsedad de las creencias de los afectados. La palabra secta, por su vaguedad y por sus connotaciones peyorativas, en este contexto no explica nada y sólo sirve para confundir.

El arzobispo de Burgos ya ha anunciado el ejercicio de acciones legales. Debe tenerse en cuenta que el Acuerdo entre el Estado Español y la Santa Sede sobre asuntos jurídicos de 3 de enero de 1979 reconoce la personalidad del monasterio, único dueño de sus bienes. Y que, con independencia de lo que prevean el Derecho canónico y los estatutos de la Federación de Nuestra Señora de Aránzazu, separarse de una iglesia o confesión forma parte de la libertad religiosa, derecho fundamental reconocido tanto a las personas físicas como a las personas jurídicas. Por tanto, desde el momento de la separación no es aplicable el Derecho canónico a la organización interna de la comunidad ni a su capacidad de obrar y disponer, que habrán de regirse por el Derecho civil español. Es decir, que a partir de entonces podrá contratar y disponer de sus bienes sin necesidad de obtener licencia de la Santa Sede. 

Aunque la prensa no lo dice, la partida está ya decidida a favor de las monjas. Y ello explica el nerviosismo y el lenguaje del arzobispo y de sus correligionarios.

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