Ánimo de lucro vs. ánimo de poder

Julio César y Napoleón, antes de nombrar un nuevo general, siempre preguntaban si el candidato, además de aptitudes, tenía suerte. Según esta premisa, ninguno de los dos hubiera elegido a Pedro Sánchez, el mismo se queja de su mala suerte: la pandemia, Filomena, el volcán de La Palma, la invasión de Ucrania y, por último, el apagón.

Ahora bien, el presidente no aspira a general, él pretende pasar a la historia emulando a estos dos autócratas. Eso sí, como cualquier mediocre con poder, sólo puede estar a la altura de estos personajes en su capacidad para el despotismo. Como todo buen déspota no posee las cuatro cualidades que Marco Aurelio creía necesarias para gobernar Roma: Sabiduría, Justicia, Fortaleza y Templanza. Sus cualidades son idénticas a las que Cómodo, el hijo del emperador, se atribuye a sí mismo para pretender sucederle: “ambición”, que se convierte en virtud si nos lleva al éxito; “ingenio”, tan necesario en la política actual de imagen y argumentos para redes sociales; “valor”, para pactar con los enemigos de España y “devoción”, fundamentalmente a sí mismo y su familia.

Otro aspecto que, también, comparte con estos “compañeros” de la historia, es su populismo, venido a más por su incapacidad para ganar unas elecciones y sus problemas “familiares”. En este aspecto, tenemos que reconocer que es “magnífico”; después de seis años de gobierno implementando una política energética más ideológica que técnica, que le ha llevado a demoler multitud de presas en los ríos y cerrar las nucleares que Teresa Rivera defiende en Europa, resulta que los culpables del “apagón” son los “operadores privados”. Unos “malvados” con “ánimo de lucro”.

Debemos detenernos en esto del “ánimo de lucro”, una aversión compartida con su “compañera” de Gobierno, la cual, podría ser la causa que justificara la enorme admiración que, a pesar de su humildad, la propia Yolanda Díaz reconocía que le profesaba el Papa Francisco. No puedo dejar de pensar que, éste, debe ser uno de esos pecados en los que nadie puede lanzar la primera piedra. Además, como Adam Smith ya apuntó en 1776 y la historia económica ha demostrado, la búsqueda del interés propio ha sido el verdadero motor del progreso social, que mejor que sus propias palabras para explicarlo: <<Al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él sólo busca su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentara fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo…>>.

En este sentido, hay un aspecto fundamental sobre el que es necesario reflexionar. ¿Por qué, atacar el “ánimo de lucro”, incluso después de demostrar reiteradamente sus virtudes, sigue siendo un eficaz relato para aquellos que tienen un excesivo “ánimo de poder”? Cuando, éste, es el verdadero peligro para los ciudadanos.

Incluso, el moralista fiscal de Billions, después de muchas lecciones, cuando tuvo que elegir entre el “ánimo de lucro” de Bobby Axelrod y el “ánimo de poder” de Mike Prince prefirió al financiero antes que al sediento de poder.

El problema trasciende a nuestro país, desde hace décadas, Europa está secuestrada por una clase burocrática improductiva que, instalada en su zona de confort, detesta la competencia. Estos parásitos son los culpables de que la cuna del individualismo y el liberalismo se precipite hacia una sociedad colectivista. Su incompetencia es la causa por la que, después de que el esfuerzo y la genialidad de nuestros predecesores establecieran las bases del mundo moderno, ya no tengamos ninguna influencia sobre su destino.

Ha llegado el momento en que los ciudadanos europeos tenemos que elegir entre dos modelos que se diferencian en el origen del liderazgo:

1. Un modelo liderado por una clase política, improductiva, que reclama para sí el monopolio legítimo de la violencia. Cuyos miembros establecen la competencia interna en la capacidad de medrar y que, en su estrategia de ascenso social, han entrado en una peligrosa dinámica de mercadeo con el “demos”, al que sólo puede ofrecer lo arrebatado a otros.

2. Un modelo meritocrático, liderado por emprendedores, donde la competencia se establece en la capacidad de innovar para ofrecer los mejores productos y el triunfo lo determina el público mediante su selección.

Del equilibrio, entre estas dos clases dirigentes, depende el éxito en los Estados modernos. Cuando predomina la elite formada por los individuos que han demostrado ser los mejores emprendedores, el éxito está asegurado, sus sociedades son las más libres y prósperas del mundo. Mientras que, cuando predomina la clase burocrática y política, como es el caso de Europa, es sólo cuestión de tiempo que la decadencia se imponga, acabando con la libertad y el progreso económico. Los ciudadanos de España y de Europa debemos entender que denostar el “ánimo de lucro” es una pose inútil que responde a la envidia de mediocres incapaces de competir en un mercado libre. El verdadero peligro lo representa el “ánimo de poder” de personajes, como Pedro Sánchez, que están dispuestos a pactar con los enemigos de la democracia y los enemigos de su país, con el único fin de perpetuarse en el poder.

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