emerGentes

Entrevista Elsa Roldán

ELSA ROLDÁN
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Procedente del verbo emerger, por definición, el adjetivo emergente determina a aquel o aquello que emerge, que nace, sale y tiene principio de otra cosa, y por extensión emergente es lo mismo que decir flotante, ascendiente, naciente o saliente.

Para el caso que nos ocupa, emergente es aquel que comienza a descollar, sin importar su edad y ocupación, aunque nuestro interés se centra en las artes y las letras, queremos vernos las caras con aquellos que sobresalen o comienzan a hacerlo, a destacar, despuntar, resaltar o distinguirse, para conocimiento general del respetable, y qué mejor que haciéndonos partícipes del personaje.

La firma invitada.

Seudónimo, alias, nombre artístico o de guerra.

Elsa Roldán

Nombre, lugar y fecha de nacimiento.

Elsa, Tomiño, Tui, Pontevedra. 18/12/2000

¿Por qué intérprete musical?

La música ha sido una compañera constante a lo largo de mi vida. Desde que tengo memoria, he aprendido y disfrutado con ella. Junto a mi madre escuchaba a los grandes maestros de la música clásica, como Beethoven, Mozart o Puccini, mientras que con mi padre me adentraba en el mundo de la música moderna y latina de artistas como Sabina o Compay Segundo. Siempre me ha fascinado contemplar a los músicos sobre un escenario, interpretando canciones capaces de emocionar y conmover a un público entregado, creando así un ambiente único y mágico. Esta experiencia me lleva inevitablemente a la siguiente pregunta…

¿Cuándo supiste que lo tuyo era esto?

Cuando era pequeña, tendría unos diez años, mi madre, al ver que mi interés por la música —y concretamente por el canto lírico— crecía muy deprisa, me llevó a ver en el Auditorio de Pontevedra la que sería mi primera ópera en directo: Madama Butterfly de Puccini. Conservo varios recuerdos de aquella función, pero sin duda el momento que más me marcó fue el final, cuando la protagonista, Cio-Cio-San, se clava una gran daga y, de repente, cae el telón poniendo fin a la ópera. Yo, con la inocencia de una niña, le pregunté a mi madre: “¿Se ha muerto de verdad?”, y tanto ella como las personas sentadas a nuestro alrededor se rieron con ternura ante mi ingenuidad. La siguiente imagen que guardo es la del telón abriéndose de nuevo, con la soprano claramente viva, saludando al público mientras le llovían rosas. Aquella noche salí de allí diciéndole a mi madre que quería formar parte de ese mundo mágico en el que todo parecía posible. Yo quería ser cantante de ópera.

Un norte o principio inamovible

Para mí, no todo vale. Creo que lo más importante en esta vida, y en este oficio, es ser buena persona y tratar siempre con respeto a los demás. Además, nunca hay que olvidarse de dónde viene uno, ni de la familia y los seres queridos que han acompañado cada paso del camino. Los inicios nunca son fáciles y siempre hay que tener presente a las personas que estuvieron ahí, apoyándote en los buenos y en los malos momentos. Para mí, esos son principios esenciales que nunca se deben perder, estés en la situación que estés.

¿Cuáles son tus influencias?

Sin duda, unas de mis grandes influencias han sido mis padres. Ellos siempre me han inculcado la cultura del esfuerzo y el sacrificio, algo que para mí es esencial. Por supuesto, la suerte juega un papel importante en la vida y en esta profesión, pero también hay que hacer todo lo posible por buscar esa suerte. Nunca sabes quién puede estar escuchándote.

¿Y tu referente?

Tengo muchos referentes, honestamente. Mis profesoras, Ana Docampo, Virginia Prieto y Francisco Pérez, siempre me han animado a escuchar distintas versiones de una misma obra interpretada por diferentes cantantes. Gracias a ello, he ido construyendo un abanico de referentes muy amplio. Por ejemplo, me fascinan los pianos de Montserrat Caballé y la potencia vocal de Sondra Radvanovsky. También me conmueve profundamente la emoción que transmite la voz de Nadine Sierra. Además, hay dos grabaciones de Anna Netrebko que, para mí, marcaron un antes y un después a la hora de escuchar e interpretar esas arias: Quando m’en vo, de Musetta en La Bohème, y Regnava nel silenzio, de Lucia di Lammermoor. Y, por supuesto, no puedo olvidar a las clásicas que, para mí, nunca deberían perderse por su elegancia y estilo interpretativo: Maria Callas y Joan Sutherland.

¿Cuál es, a tu juicio, la mejor obra?

Buf… es una pregunta sumamente difícil. Honestamente, no podría escoger una sola. El otro día fui al Teatro Real a ver La Traviata por primera vez en directo, con Nadine Sierra como Violetta. Estuve toda la función con la cara desencajada, fascinada y abrumada por la música, la escena y, por supuesto, por la impresionante interpretación de Sierra. Pero también estoy profundamente enamorada de Roméo et Juliette de Gounod, Manon de Massenet y Madama Butterfly de Puccini. De esta última, además, tuve la oportunidad de disfrutar el año pasado de la interpretación de Saioa Hernández en el papel de Cio-Cio-San, y consiguió que no pudiera parar de llorar durante el segundo y tercer acto. Son óperas románticas que me cautivan tanto por su música como por la forma en que compositor y libretista narran sus historias. Y, por supuesto, no puedo dejar fuera lo que me hace sentir Carmina Burana de Orff. Creo que estas cinco son, para mí, las obras más especiales.

¿Y tu mejor obra?

Mi mejor interpretación, hasta la fecha, sin duda fue el Aria del Veneno de Juliette, de Roméo et Juliette, que canté en el examen final de Carrera. Estaba tan profundamente metida en el personaje, pero al mismo tiempo muy consciente de todo lo que sucedía en mi cuerpo y en mi voz, presente en cada nota, en cada frase. Canté esa aria como nunca antes lo había hecho. Cuando terminé, necesité tomarme un minuto para asimilar toda la emoción y la adrenalina que recorrían mi cuerpo por lo que había conseguido crear. Anecdóticamente, en los exámenes no se permite aplaudir hasta el final, y recuerdo que, al acabar esa interpretación, se quedó el teatro envuelto en un silencio absolutamente tenso, cargado por la atmósfera que había logrado construir. Estoy convencida de que con el tiempo superaré esa versión, pero ese momento quedará siempre guardado en mi corazón. Las emociones que viví aquel día fueron absolutamente mágicas.

¿A quién consideras el mejor intérprete musical?

Actualmente, para mí, la mejor sin dudarlo es Nadine Sierra, aunque no puedo pasar por alto la elegancia y sutileza de Lisette Oropesa.

Con quién cenarías, con quién no, y porqué.

Nunca me habían hecho esta pregunta, ¡y me encanta! Siempre he dicho que, más que una foto, a mí me encantaría poder sentarme a charlar largo y tendido con mis referentes, exprimir sus vivencias y aprender de ellas. Mi respuesta es clara: cenaría con todas y cada una de las cantantes que te he mencionado. Además, muchas de ellas son personas muy cercanas con sus fans. Recuerdo que, cuando fui a ver a Sondra Radvanovsky al Teatro Real, estuve esperando con unas amigas durante dos horas y media a que saliera. Cuando nos vio allí, se acercó a charlar con nosotras un rato y ese momento fue maravilloso. También tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con Lisette Oropesa a la salida de un recital en el Teatro de la Zarzuela, y fue igualmente encantadora y muy atenta. Por supuesto, me encantaría poder cenar con Pavarotti, Caballé, Sutherland o Callas.

Con quien no cenaría sería con aquellos cantantes que tienen aires de divos o divas. Para mí, la humildad es fundamental. Alguna vez he vivido situaciones en las que, por actitudes soberbias, he dejado de ver a ciertos artistas de la misma manera. Ser muy bueno en tu profesión no te da derecho a mirar por encima del hombro a los demás, y mucho menos a las personas que, con ilusión y respeto, esperan después de un concierto para saludarte o hacerse una foto. Eres su referente, y no considero adecuado ese tipo de trato.

¿El hábito hace la monje?

Creo que influyen muchos factores. Puedes trabajar muchísimo, pero a veces sucede que de donde no hay, no se puede sacar. Sin embargo, otras veces el trabajo y el esfuerzo hacen maravillas. Creo que siempre hay que intentarlo, porque nunca sabes a dónde te llevará ese empeño. Por ejemplo, en primero de carrera casi nadie confiaba en mí, pero terminé la carrera con Matrícula de Honor en Canto y ahora mismo tengo una plaza en el Máster de Interpretación de la Escuela Reina Sofía. Tuve la “suerte” de que, trabajando y esforzándome mucho, mi verdadera voz salió a la luz, y ahora puedo mostrarla al mundo y plantearme un futuro realista viviendo de la ópera.

¿Crees que la cultura en general es independiente?

Sintiéndolo mucho, creo que no. Pienso que la música debería ser independiente, pero a la vista está que no siempre es así. Un ejemplo claro lo vimos en la última gala de Eurovisión, donde Israel casi ganó el certamen, a pesar de ser un país que está cometiendo un genocidio, algo que no sucedió cuando Rusia inició la guerra contra Ucrania. Creo que los artistas, como referentes, deberíamos dar ejemplo a las generaciones que vienen detrás, promoviendo el respeto y velando por un futuro seguro para nuestra sociedad.

Además, en el mundo de la música clásica, muchas veces no triunfa lo realmente artístico, sino el producto que se puede vender y del que se puede obtener beneficio económico. Es algo difícil de aceptar, pero el mundo en que vivimos funciona muchas veces así, aunque también hay muchas excepciones. Lo “bueno” del mundo lírico es que tienes que darlo todo en directo, sin trampa ni cartón, y es ahí cuando se ve quién realmente vale y quién no. Algo que, desgraciadamente, no siempre pasa en la música urbana, donde el autotune y la falta de conocimiento verdadero han causado grandes estragos.

¿Y la interpretación musical en particular?

Este tema también me parece muy delicado. El año pasado estuve curioseando el Concurso de Violín Reina Isabel de Bélgica, en el que como parte obligatoria, los participantes debían interpretar el Concierto nº 4 de Mozart, una obra fundamental para cualquier violinista. Para mi sorpresa, uno de los concursantes hizo una versión completamente distinta a lo que estamos acostumbrados a escuchar: su interpretación era mucho menos rígida en el tempo, alejándose de la rigidez que suele asociarse al clasicismo musical. Honestamente, me encantó su propuesta, aunque finalmente no pasó a la final.

Creo firmemente que la interpretación debería estar siempre abierta a nuevas lecturas. Cada músico aporta su personalidad a la obra que interpreta, y ahí reside una de las mayores bellezas de la música. También es cierto que resulta difícil saber cómo se interpretaban estas obras en su época, ya que hoy en día solo conservamos las partituras y ningún registro sonoro. Los expertos se han hecho una idea, basándose en manuscritos y tratados históricos, de cómo debería interpretarse una obra según su contexto.

Sin embargo, pienso que siempre debe haber espacio para lo innovador y lo diferente, siempre que se respete la esencia y las características musicales propias del estilo. Un buen músico debe conocerlas y tenerlas en cuenta, precisamente para, llegado el caso, poder justificar con criterio el porqué de su interpretación.

Tu última obra.

La última obra que he interpretado recientemente ha sido Regnava nel silezio de Lucia di Lammermoor.

Tu próximo proyecto.

Mis próximos proyectos son muy emocionantes. En primer lugar, en agosto tendré la oportunidad de volver a Corea del Sur como solista junto al Coro Millenium, bajo la dirección de JaeSik Lim. Además, en octubre debutaré el papel de Gretel en Hänsel und Gretel de Humperdinck, dentro de una producción muy especial de la Ópera de Fuerteventura que conmemora su décimo aniversario. Por último, en noviembre participaré en un proyecto que me hace especial ilusión: el Premio de Fin de Carrera Lola Rodríguez de Aragón, que se celebrará en el Teatro Bauer de la Escuela Superior de Canto de Madrid. Tengo muchísimas ganas de volver a cantar en ese teatro que me vio crecer y que fue mi casa durante cuatro años.

Una anécdota divertida

Una anécdota divertida que recuerdo fue durante los conciertos del año pasado en Corea. Allí, llevábamos puestos los hanbok, que es el traje tradicional coreano, y dan muchísimo calor. Yo, inexperta, no llevaba ningún pantalón corto debajo, y en mitad del concierto, del sudor, empezaron a caerme gotitas por la espalda y las piernas… ¡y me daban unas cosquillas horribles! Al terminar, lo comenté con mis compañeras y resultó que a todas les había pasado lo mismo. Nos reímos muchísimo en los siguientes conciertos, porque ya sabíamos que, en algún momento, llegaría “la gotita”, como acabamos llamándola. Este año ya no me vuelve a pasar… lección aprendida.

Por último, si tuvieras una varita mágica, ¿qué harías?

Si tuviera una varita mágica, pediría que esos fantasmas que a veces me llenan la cabeza de oscuridad desaparecieran. Que esos pensamientos limitantes se desvanecieran para poder disfrutar plenamente de la belleza de la música y, aún más, de lo maravilloso que es ser intérprete musical en los mejores teatros del mundo, junto a algunos de mis referentes. También me gustaría acabar con las injusticias de este mundo y que todos tuviéramos la oportunidad de dedicarnos a lo que realmente nos apasiona. Y, por último —y para mí, lo más importante—, pediría que todas las personas a las que quiero estén siempre felices, sanas y cerca de mí. ¡Ojalá poder llevármelos a todos conmigo mientras canto en los grandes teatros!