Desde hace siete años, la organización humanitaria lidera en este foro la vertical de Tecnología Humanitaria, un espacio donde la innovación se pone al servicio de las personas. Con motivo de esta nueva edición, hablamos con Ángeles Durán, responsable de Marketing del Área de Conocimiento de Inclusión Social, que nos acerca al papel de Cruz Roja en el ecosistema emprendedor y al impacto de los proyectos que promueven una tecnología con propósito social.
Cruz Roja lleva ya siete ediciones en Startup Olé. ¿Cómo recuerdan ese recorrido?
Este es el séptimo año que participamos. Solo faltamos el año de la pandemia. La primera vez vinimos un poco sin saber a qué veníamos, pero la sorpresa fue enorme. No imaginábamos que Salamanca pudiera acoger un evento de este nivel, con tantos inversores, startups, empresas y entidades públicas interesadas en el emprendimiento.
Mucha gente se extrañaba de vernos aquí. Algunos pensaban que veníamos a hacer preventivos o a impartir cursos de primeros auxilios —y algo de eso hicimos también (ríe)—, pero nuestra misión era otra: mostrar que Cruz Roja también impulsa el emprendimiento y la innovación social. Somos una organización muy conocida por nuestra labor humanitaria, pero menos por el trabajo que hacemos en innovación, y eso es algo que queremos visibilizar.
¿De qué forma conecta la innovación social con el trabajo de Cruz Roja?
Nuestro objetivo principal siempre ha sido mejorar la calidad de vida de las personas. Nos enfrentamos a problemas de salud, soledad, vulnerabilidad o falta de recursos, y en todos ellos la tecnología puede ser una gran aliada. La tecnología bien aplicada nos permite acompañar, prevenir y ofrecer soluciones reales.
Hace diez años creamos los Premios de Tecnología Humanitaria, y hemos logrado que ese concepto se identifique ya con Cruz Roja. Buscamos reconocer proyectos que mejoran la vida de las personas a través de la tecnología. Lo más esperanzador es ver cómo cada vez hay más jóvenes que emprenden con un propósito social: no solo crear una empresa, sino transformar la sociedad.
De esa filosofía nace la vertical de Tecnología Humanitaria en Startup Olé.
Sí. Empezamos viniendo nosotros solos, y en estos siete años hemos conseguido crear esa vertical, que lidera Cruz Roja, pero en la que participan muchas empresas, universidades y emprendedores sociales. Es un espacio que pone en valor el talento que busca mejorar el mundo desde la innovación.
Para nosotros, Startup Olé es un lugar de encuentro extraordinario. Se generan contactos con la administración, se consiguen inversores, se comparten experiencias y se descubren otras ideas. Es un punto de conexión que da visibilidad a proyectos que, de otro modo, serían difíciles de conocer. Y eso es fundamental, porque cuando la innovación se hace pensando en las personas, su impacto se multiplica.
¿Qué mensaje intentan transmitir con su presencia en el evento?
Queremos insistir en la importancia del emprendimiento social. Hay que emprender pensando en las personas. Las empresas, grandes o pequeñas, deberían entender que cualquier desarrollo —ya sea un producto, un servicio o una tecnología— debe concebirse pensando en toda la sociedad, no solo en la mayoría.
A veces bastan ejemplos muy cotidianos para comprenderlo. El coche eléctrico, por ejemplo, es un gran avance, pero no hace ruido. Para una persona ciega puede ser un peligro. O la Thermomix, que es un prodigio tecnológico, pero no puede usarse por voz, lo que impide que una persona ciega la maneje. Si desde el diseño se piensa en todos, el beneficio es universal. No se trata solo de accesibilidad, sino de empatía.
¿Qué proyectos destacaría entre los premiados en estos diez años?
La variedad ha sido enorme. El año pasado recibimos más de cincuenta propuestas, todas con un componente tecnológico y social. El proyecto ganador fue “Onorato”, un loro inteligente que ayuda a familiares en el cuidado de personas mayores. Nació de una historia muy humana: el creador recordaba cómo su padre, viudo, decía que le gustaría tener un loro con quien hablar. De ahí surgió un dispositivo capaz de monitorizar caídas, temperatura o escapes de gas, pero también de acompañar emocionalmente.
Otro proyecto fue B-Resol, una aplicación creada por jóvenes catalanes para denunciar de forma anónima el acoso escolar. Involucra a toda la comunidad educativa y permite actuar sin que los alumnos tengan miedo a represalias.
También nos impresionó Oasis, un sistema de contenedores equipados con kits de supervivencia —alimentos, mantas, agua— que pueden lanzarse desde el aire en zonas de catástrofes o migración. A través del reconocimiento facial se asegura que los recursos lleguen a quienes realmente los necesitan.
Y hay otros muchos: una ducha ecointeligente que permite a las personas mayores ducharse sentadas y con autonomía, o el proyecto Llum, que permite dejar pagados cafés o comidas en locales adheridos para personas sin hogar. Con un simple gesto, se devuelve dignidad y cercanía a quienes más lo necesitan.
Son proyectos muy humanos, además de innovadores.
Exacto. La tecnología, cuando se pone al servicio de las personas, es profundamente humana. Recuerdo también Visualfy, una app que envía alertas personalizadas a personas con discapacidad sensorial. Si hay una emergencia en el metro o en un estadio, por ejemplo, la aplicación les avisa según su tipo de discapacidad. Está implantada en el Camp Nou gracias a un acuerdo con el Fútbol Club Barcelona.
O el trabajo de Guillermo Gauna, que junto a su equipo fabrica prótesis impresas en 3D para personas sin brazos. Una de las historias más emocionantes que contamos fue la de un niño africano que, al recibir sus brazos, lo primero que hizo fue abrazar a su madre. Son gestos que nos recuerdan que la innovación puede cambiar la vida de alguien de una forma tan sencilla como conmovedora.
Más allá del premio, ¿qué apoyo ofrece Cruz Roja a estos emprendedores?
Nuestros premios no son grandes en dotación económica —somos Cruz Roja, no un fondo de inversión—, pero ofrecemos algo más valioso: visibilidad, acompañamiento y red.
El jurado está formado por profesionales del mundo empresarial, de la comunicación y la tecnología, que muchas veces acaban implicándose personalmente. Algunos aportan recursos, otros asesoramiento o difusión, y eso es lo que permite que muchos proyectos den el salto. Además, contamos con Red Social Innovation, una red internacional de las Sociedades Nacionales de Cruz Roja que comparte estas experiencias para que puedan replicarse en otros países. Es una forma de transferir conocimiento y multiplicar el impacto.
Después de tantos años, ¿qué le gustaría que quedara como idea final?
Que emprender no es solo montar una empresa, sino buscar soluciones que mejoren la vida de las personas. Con muy poco se puede hacer mucho si se piensa bien desde el principio. Lo importante es pensar en todos, no solo en la mayoría.
Ese es el verdadero sentido del emprendimiento social: crear con empatía, con propósito y con humanidad. Si cada innovación incorporara esa mirada, el mundo sería un lugar mucho más justo y habitable.