Desde una pequeña oficina en España, sin equipo ni respaldo institucional, una mujer diseñó un sistema de reciclaje para la Luna que ha sido reconocido por la NASA entre más de 1.200 propuestas internacionales. Su nombre no aparece en los rankings académicos ni en las portadas de las grandes revistas científicas, pero su modelo digital —desarrollado con datos reales del regolito lunar y una sólida base en inteligencia artificial— ha sido uno de los seis seleccionados en todo el mundo por el organismo espacial más exigente del planeta.
Ella se llama María Jesús Puerta Angulo, y detrás de cada línea de código de Esperanza, su proyecto, y cada simulación hay una historia humana profunda: la de una ingeniera de minas que, mientras se enfrentaba a un tratamiento contra el cáncer, decidió enseñar a sus hijos que los sueños no se cancelan, ni siquiera en las peores circunstancias. En esta entrevista con El Diario de Madrid, nos cuenta cómo se construye una propuesta ganadora con ciencia, constancia… y corazón.
¿En qué momento decidiste que querías dedicar tu vida a la ciencia y la tecnología? ¿Ǫué papel jugó tu entorno en esa decisión?
No diría que hubo un único momento concreto, sino una evolución. Siempre me he sentido atraída por la ingeniería aplicada, y he trabajado como ingeniera multidisciplinar en campos como la minería, el medio ambiente, la edificación y la prevención….. Sin embargo, fue con la llegada de la inteligencia artificial cuando empecé a sentir una verdadera conexión con el ámbito científico y de investigación.
Descubrí su potencial y comencé a crear mis propios modelos aplicados a problemas reales. Desde entonces, la frontera entre ingeniería e investigación se ha ido difuminando para mí. No me dedico a la ciencia desde el laboratorio clásico, pero sí desde la innovación y la aplicación práctica con base científica.
Mi entorno ha sido clave. A nivel familiar, no siempre ha sido fácil —competir con Netflix no es sencillo—, pero han entendido que esto no es una moda, es mi pasión. Y tener a mi lado a alguien que también es ingeniero, como mi marido, ha sido fundamental: él entiende perfectamente la dedicación, el entusiasmo y el esfuerzo que conlleva perseguir un proyecto como este.
Vienes del mundo de la ingeniería de minas, un campo muy terrenal, y ahora trabajas para mejorar la sostenibilidad en la Luna. ¿Cómo se produce ese salto?
Ese salto nace de un reto muy personal. Soy ingeniera de minas, sí, pero también soy superviviente de cáncer de mama. Aún sigo en tratamiento, y en medio de todo eso sentí la necesidad de demostrar algo importante: que el éxito no es no caerse, sino levantarse.
Quería que mis hijos lo vieran con sus propios ojos.
Un día, mi marido —que también es ingeniero y me conoce bien— vio una noticia sobre un concurso de la NASA y me dijo: “He visto esto, no sé si decírtelo…”. Él ya sabía que, si lo leía, me presentaría. Y no se equivocó. Me lo tomé como un reto: diseñar un sistema sostenible para la Luna y que aceptaran mi propuesta. Se lo conté a mis hijos como una forma de comprometerme públicamente con ellos: si mamá podía, pese a todo, ellos también podrían con cualquier reto que la vida les pusiera por delante.
Pero no me quedé ahí. Lo publiqué en LinkedIn para comprometerme aún más. Así no podía echarme atrás.
Y lo increíble no fue solo participar... sino ganar. El Lunar Recycle Challenge de la NASA recibió más de 1.200 propuestas de más de 80 países. Al final, seleccionaron seis proyectos ganadores. Como en los Oscars, había dos categorías: una nacional, para equipos de Estados Unidos, y otra internacional. No competíamos entre nosotros. Cinco premios fueron para proyectos estadounidenses… y solo uno fue internacional: el mío.
Ese fue mi salto. Desde la tierra… hasta la Luna. Y con Esperanza.
¿Ǫué es exactamente “Esperanza”? ¿Cómo funciona este gemelo digital que ha enamorado a la NASA?
Pues sí, creo que esa es la palabra: les ha enamorado. No solo la idea técnica, sino la pasión y la dedicación que hay detrás. Aunque no conozcan mi historia personal, creo que se transmite en el trabajo. Está todo ahí: el esfuerzo, el cuidado, la constancia… y, sobre todo, la esperanza.
Esperanza es un sistema de reciclaje lunar desarrollado como gemelo digital. Es decir, una simulación precisa de cómo funcionaría ese sistema en la superficie de la Luna. Pero no se trata de una simulación genérica: lo he construido a partir de datos reales de las últimas misiones Apolo, con información mineralógica y física del regolito lunar.
En lugar de fabricar prototipos físicos —algo muy costoso—, el modelo se ejecuta desde la Tierra mediante programación y simulación, permitiendo ajustar parámetros, optimizar procesos y anticipar el comportamiento real. Así reducimos costes, riesgos y aceleramos el desarrollo.
Y creo que eso fue lo que conectó con la NASA: una propuesta técnicamente sólida, pero con alma. Porque Esperanza no es solo un nombre bonito. Es un mensaje, una forma de mirar al futuro con ciencia… y con corazón.
¿Ǫué retos técnicos te costó más resolver y cómo los superaste? ¿Hubo algún momento de revelación, de esos que te hacen pensar: “esto puede funcionar”?
La verdad es que yo no me presenté para ganar. Ganar un premio de la NASA no era un sueño para mí… era un imposible. Mi sueño, desde siempre, era poder visitar sus instalaciones, ver a esos ingenieros trabajando, simplemente estar allí. Así que mi reto real era que aceptaran mi proyecto. Quería poder contarles a mis hijos que, en medio de todo, su madre había logrado algo extraordinario. Esa era mi pequeña gran hazaña.
En cuanto a los retos técnicos, lo afronté desde la lógica que mejor conozco: combiné mis conocimientos como ingeniera multidisciplinar —minas, medio ambiente, edificación, sostenibilidad— con la inteligencia artificial. Ese fue el cóctel. No había una fórmula mágica, solo trabajo, experiencia y visión práctica.
Y sí, hubo un momento en el que me dije: “Esto puede funcionar”. Fue cuando vi que, al usar datos reales del regolito lunar, el modelo empezaba a dar resultados coherentes, replicables, sólidos. Ahí sentí que ya no estaba imaginando… estaba construyendo algo que podía ayudar, que podía servir. Y que, de algún modo, podría llegar hasta la Luna.
Has contado que el proyecto coincidió con una etapa difícil a nivel personal, incluyendo un tratamiento contra el cáncer. ¿Cómo influyó esa experiencia vital en el enfoque de tu trabajo?
El cáncer llegó sin avisar. Cuando te lo comunican, sientes un frío por dentro que no se olvida. Tras el bajón inicial, la operación y el tratamiento más intenso, tomé una decisión: no quería que me definiera. Por dentro pensaba: no soy especial, no soy diferente..., porque por desgracia es una enfermedad que está en todas las familias. Mi abuela murió de cáncer, mi madre también. Yo ya sabía lo que era.
El diagnóstico llega rápido, sin margen para pensar. Estás en shock y, de repente, ya estás en un quirófano. Y ahí, en medio de todo, decidí que tenía que seguir adelante. Tenía una familia, hijos pequeños. Y esta es una enfermedad larga, que te acompaña tiempo. Me dije: por ellos tengo que seguir.
Desde entonces he seguido estudiando, formándome, incluso cuando el cuerpo no acompañaba. He llorado en silencio, claro que sí, pero eso queda para mí. Porque lo que realmente me empujaba era demostrarles a mis hijos que su madre puede ser su mejor influencer. No con filtros, sino con hechos. No con likes, sino con ejemplo.
Ese enfoque vital se trasladó naturalmente al proyecto. La palabra Esperanza no es casual. Es una forma de estar en el mundo. De seguir adelante, aunque sea difícil. De mirar a la Luna, aunque estés en la Tierra… y seguir caminando.
¿De dónde nace el nombre del proyecto? ¿Hay una dimensión emocional o simbólica detrás de “Esperanza”?
Bueno, ya me he anticipado un poco a esta pregunta… pero sí, absolutamente. Esperanza no es solo un nombre, es una declaración de principios. Creo firmemente que no podemos perder la esperanza, ni la fe, porque son las que nos empujan a seguir adelante cuando todo se tambalea.
En mi caso, Esperanza nació en medio de una etapa muy dura, pero también muy consciente. Quería que todo lo que hiciera —como ingeniera, como madre, como persona— transmitiera un mensaje claro: aunque estés pasando por lo peor, puedes construir algo grande. Incluso algo que llegue a la Luna.
Así que sí, hay una dimensión emocional profunda. Pero también simbólica. Porque Esperanza representa esa fuerza invisible que te sostiene cuando todo parece derrumbarse. Y si un proyecto nacido desde ahí ha sido capaz de conectar con la NASA, entonces creo que no solo es tecnología. Es un recordatorio de que la ciencia también puede tener alma.
Has sido la única persona fuera de EE. UU. seleccionada entre los seis mejores diseños del reto Lunar Recycle. Pero no podrás recibir la dotación económica por no tener la nacionalidad estadounidense. ¿Cómo se encaja un reconocimiento así, sin poder disfrutar del premio?
Bueno… eso es lo que aparece como titular en prensa. Pero para mí, sinceramente, no fue nunca lo importante. Ese no era el motivo por el que me presenté. Lo esencial era algo mucho más simbólico y personal: llamar a la puerta de la NASA —que no olvidemos lo que representa— y que aceptaran una propuesta nacida de una ingeniera que se presentaba sola, sin equipo, desde su casa, en medio de un tratamiento de cáncer.
Ni siquiera miré las normas al principio, y sí, ponían claramente que solo los ciudadanos estadounidenses podían optar al premio económico. Pero no me interesaba eso. Yo solo quería poder decirles a mis hijos: lo he conseguido. Y con eso, ya gané.
Ahora, pensándolo con perspectiva y sabiendo que tengo la firme intención de continuar en la Fase 2, claro que esa ayuda económica hubiera sido de gran valor. Pero como no se puede cambiar, he decidido transformarlo en otra oportunidad: estoy preparando una campaña para que personas, empresas y organizaciones que crean en este sueño puedan apoyarme y ayudar a que el proyecto Esperanza siga adelante.
Y no, no puedo ni quiero hablar mal de la NASA. Sería una desagradecida. Es una organización que ha valorado mi trabajo, me ha reconocido entre más de 1.200 propuestas… y me ha abierto una puerta que, para mí, ya era un premio en sí misma.
En este tiempo, muchas personas te han descubierto por primera vez gracias a redes sociales. ¿Crees que el talento científico en España, especialmente el independiente, está lo suficientemente visibilizado y respaldado?
No, sinceramente creo que hay muchísimo talento escondido en España. Lo creo firmemente. Personas brillantes, con ideas potentes, que están haciendo cosas increíbles… pero a las que no se les ve. No por falta de calidad, sino por falta de visibilidad y apoyo.
Mi marido me lo pregunta a veces: “¿Cuántos te siguen?” Y yo siempre le respondo lo mismo: que me siga poca gente no significa que no sea buena en lo mío… significa que no me han visto todavía. Y eso pasa con muchísima gente que conozco: científicos, ingenieros, creativos… que tienen proyectos valiosos, pero no tienen foco.
El sistema a veces prioriza el ruido antes que la profundidad. Por eso iniciativas como esta —donde una historia pequeña llega a una organización tan grande como la NASA— pueden ayudar a abrir camino. No solo para mí, sino para todos los que vienen detrás.
El talento está. Solo hay que alumbrarlo. Y ojalá organizaciones de nuestro país y de Europa, a las que también represento con este logro, se interesen por el proyecto y me empujen para que Esperanza tenga una verdadera oportunidad en la segunda fase.
¿Ǫué tipo de ecosistema necesitaría alguien como tú para no tener que trabajar sola, sin ayuda institucional, y aun así competir al más alto nivel?
Necesitaríamos un ecosistema que no solo premie los grandes nombres o las estructuras consolidadas, sino que reconozca, escuche y apoye a las personas independientes que innovan desde los márgenes. Porque la ciencia no solo ocurre en laboratorios de élite: también ocurre en casa, en horas robadas al descanso, con recursos mínimos pero ideas potentes.
Yo no he pedido favores ni he tenido respaldo institucional. Y, aun así, un proyecto nacido desde esa realidad ha llegado a la NASA. Pero eso no debería ser una excepción. Debería haber programas que identifiquen talento emergente, apoyen con financiación flexible, mentores técnicos, redes de colaboración, y sobre todo, que no exijan encajar en una estructura académica tradicional para ser consideradas propuestas válidas.
También hace falta cambiar la cultura: apostar por la confianza, por la valentía de probar sin miedo al error, por la apertura a lo diferente. Que una ingeniera en tratamiento de cáncer pueda liderar un proyecto con impacto internacional no debería verse como algo extraordinario. Debería verse como un ejemplo del potencial que se desperdicia cuando no se invierte en las personas.
Ahora necesitas construir un prototipo físico para seguir en la siguiente fase del reto de la NASA. ¿Ǫué implicaría hacerlo realidad y qué barreras enfrentas en este punto crucial?
De momento, las bases de la Fase 2 aún no se han publicado. La NASA me ha comunicado que saldrán en julio, pero puedo intuir por dónde van los requisitos: muy probablemente habrá que presentar un prototipo físico funcional del sistema que propuse como gemelo digital.
Y eso implica una barrera importante: recursos. No tengo una empresa detrás, ni un laboratorio, ni un equipo técnico. Pero tengo una idea sólida, un modelo que ha demostrado su potencial… y sobre todo, la determinación de seguir sola. Porque ese es el verdadero reto: demostrar que una persona independiente también puede contribuir al más alto nivel.
Mi objetivo no es ganar. Mi objetivo es volver a presentarme con un proyecto viable y que lo admitan. Convencer de nuevo a más de 200 jueces expertos de que esta propuesta merece seguir viva.
Para eso, necesitaré apoyo: económico, técnico y logístico. Por eso estoy buscando alianzas con personas, empresas u organizaciones que quieran formar parte de este sueño. Porque construir el prototipo no es solo dar un paso más… es convertir la esperanza en materia real.
Si tuvieras hoy delante a un posible patrocinador o institución interesada en ayudarte, ¿qué le dirías para que apostara por “Esperanza”?
Le diría que, si apuesta por Esperanza, no está apostando solo por un proyecto tecnológico. Está apostando por una historia de superación, por el talento independiente, por la ciencia con alma… y, sobre todo, por valores: esfuerzo, resiliencia, pasión, compromiso, verdad.
Porque Esperanza no nació en un laboratorio, nació en mitad de una batalla personal. Y aún así, ha llegado hasta la NASA. Eso no tiene precio. Pero sí tiene un valor enorme.
Apostar por Esperanza es apostar por todo lo que aún es posible cuando no se rinde quien sueña.
Muchas chicas jóvenes se sienten atraídas por la ciencia pero no se atreven por prejuicios o falta de referentes. ¿Ǫué les dirías para que se animen a dar el paso?
Les diría: mírame. Tengo 56 años, sigo en tratamiento contra un cáncer, y aun así no hay un solo día en el que no estudie. Termino un máster y empiezo otro. Ahora mismo estoy finalizando uno en arquitectura y bioconstrucción en la Universidad Europea, mientras me sigo formando en programación, inteligencia artificial, Python… y lo que haga falta.
Animo a todas las chicas a estudiar ingeniería, ciencia, tecnología. Que no se dejen frenar por prejuicios ni por la falta de referentes. La ciencia es mi pasión desde siempre. De niña, mi ídolo es Einstein, y la NASA era mi sueño imposible. Y aquí estoy ahora, con un proyecto que ha sido reconocido por ellos. No fue fácil. Pero ha sido posible.
El mundo va muy deprisa. Ellas están a tiempo de subirse a esta ola de transformación. Pero si no lo hacen ellas… alguien como ellas lo hará.
No necesitamos ser perfectas. Necesitamos ser valientes. Y constantes. La ciencia no es solo para genios. Es para las que no se rinden.
¿Ǫué consejo te habría gustado recibir cuando empezabas y que hoy sí podrías dar tú a quienes vienen detrás?
La verdad… no necesité consejos. Lo vi en casa.
Mi madre —que en paz descanse— me dio el mayor mensaje sin decir una sola palabra. Nunca la vi parar. Tuvo cáncer, vivió años con metástasis, y aun así se levantaba cada día como si nada. Los médicos no daban crédito. Le daban semanas… y aguantó nueve años como una jabata. Me dijo una vez: “Este bicho lo mato yo”. Y aunque al final la enfermedad se la llevó, nos dejó un legado enorme de fuerza, coraje y dignidad.
Y mi padre, igual. Siempre firme, siempre presente, sin una sola queja jamás.
Por eso, cuando me preguntan qué consejo daría, yo solo puedo decir: Mira bien de dónde vienes. Porque, a veces, las raíces son el mayor motor. Y cuando creces viendo ejemplo, no necesitas palabras. Solo caminar con esa fuerza contigo.
Si mañana vieras tu prototipo funcionando en una misión real, ¿qué significaría eso para ti?
Buahh… Sería un sueño. Ahora mismo parece algo lejano, pero hay que soñar en grande. Porque si no lo sueñas, nunca lo construyes.
Ver Esperanza funcionando en una misión real no sería solo un logro profesional o técnico. Sería un acto de amor hacia mi familia. Un homenaje a mis padres, que me enseñaron la fuerza en silencio. A mi madre, que luchó contra el cáncer sin rendirse nunca. A mi padre, siempre firme, siempre sin una queja pese a su enfermedad. Y a mis hijos, que me han visto caer… pero también levantarme.
Ellos han sido mi motor. Y si alguna vez ese sistema llega a estar en la Luna, ellos sabrán que su madre lo hizo con lo único que tenía: conocimiento, fe… y esperanza.
¿Dónde te ves dentro de unos años? ¿Ǫué otros sueños científicos o personales te gustaría alcanzar?
Bueno… yo ya digo con humor que estoy de vuelta en el jamón, pero lo cierto es que me veo estudiando aún más, como hasta ahora. Formándome, sí, pero también formando a otras personas en inteligencia artificial, compartiendo mi experiencia real: la que nace desde la ingeniería, la vida, el cáncer y el aprendizaje constante. Quiero que otros vean que se puede, aunque no tengas el camino perfecto ni todos los recursos.
Me gustaría seguir asesorando proyectos científicos y tecnológicos, aportando mi mirada práctica, humana y multidisciplinar. Y si puedo inspirar a otros —sobre todo a mujeres, personas mayores, o quienes creen que ya es tarde— entonces todo esto cobrará aún más sentido.
También estoy inmersa en proyectos con impacto social, donde aplico todo lo que sé y he vivido. Estoy participando con mi experiencia y mi visión para que otros también puedan construir lo suyo. No quiero renunciar a esto. Porque creo firmemente que el conocimiento que no se comparte… se pierde.
¿Y sabes qué? También me veo en la NASA. ¿Dónde? No lo sé aún… pero me veo. Y aunque no gane la Fase 2 del reto, tengo claro que voy a pedirles poder visitar sus instalaciones, con mi familia. Porque este viaje no lo he hecho sola. Lo he hecho con ellos. Y si alguna vez pongo un pie allí, aunque sea como visitante, será una victoria para todos.
No quiero ponerme techo. Porque la ciencia no lo tiene.
Y mientras haya preguntas por resolver, retos por afrontar y sueños por construir, ahí estaré. Con esperanza.