Madrileños por Madrid

¿Son justos los impuestos “progresivos”?

El impuesto sobre la renta, cuya campaña se ha abierto el pasado 2 de abril, es el impuesto progresivo por excelencia. Pero pocos saben lo que significa el término, y creo que es hora de reflexionar sobre algo que a los contribuyentes nos pasa cada año. 

En cierto momento del siglo XVIII, los gobiernos -necesitados de fondos estables con que elaborar sus presupuestos- inventaron los impuestos “progresivos”, que fueron ganando adeptos en el siglo XIX y en el XX ante la necesidad de crear programas estatales de bienestar social. 

Caricatura británica de 1799, en la que el impuesto sobre la renta "income" ocupa el lugar más destacado en la mesa, comiéndose la mayor parte. Fuente: Historia-National Geographic.
Caricatura británica de 1799, en la que el impuesto sobre la renta "income" ocupa el lugar más destacado en la mesa, comiéndose la mayor parte. Fuente: Historia-National Geographic.

No fue un teórico de la izquierda sino un matemático ilustrado y marqués -para más inri - el inventor de la idea de que los ricos deberían pagar más que los pobres: Nicolás de Condorcet.  Pero el primer gobierno que implantó un impuesto de los llamados progresivos fue Inglaterra en 1799 y no lo hizo por dar carácter estable a su gasto social, sino por una urgencia: sostener su guerra contra la Francia revolucionaria. EE.UU. implantó también este impuesto en 1862 para financiar su guerra civil. 

Las guerras terminaron, pero el impuesto se quedó ¡No hay nada más estable que una ley creada durante un período transitorio! El argumento de la provisionalidad ha hecho mucho daño al mundo y a sus ciudadanos. 

Un impuesto progresivo parecía justo y benéfico, pero, como toda buena idea, el paso del tiempo la ha convertido en un “dogma de fe” que no admite contestación y, por tanto, en algo que debería ser revisado. Aunque la dificultad de reflexionar hoy con objetividad sobre el tema impositivo es enorme, por su complejidad y por el miedo a ser tachados de insolidarios y egoístas.

Hay cuestiones que se dan por sentadas y nadie discute. Nos dicen “un impuesto progresivo significa que pagan más los que más tienen”. Nada que discutir, pero ¿es verdad? Porque en el IVA, que no es progresivo, si tú te compras un Porsche vas a pagar más IVA que si adquieres un patinete o una bici.  Para que lo entendamos todos: si el impuesto sobre la renta no fuera progresivo sino proporcional, también pagarían más los que ganan más. La diferencia está en “cuánto más” y “quiénes”.

Entonces… ¿Qué es un impuesto progresivo?  Voy a tratar de explicarlo, que no es fácil, y por eso se inventaron los asesores fiscales: es aquel que tiene tramos, de forma que los que ingresan hasta una cifra “x” pagan un porcentaje, pero si te pasas y ganas algo más, el porcentaje es mayor. En suma, lo progresivo es el porcentaje. 

Vamos a poner ejemplos… si el IVA fuera progresivo, cuando fueras a comprar aceite o patatas te mirarían la nómina y te cobrarían más si tu nómina es más alta. Un lío tremendo ¿no? Y quién decide cuánto más pagas por un calabacín”… pues ¡qué casualidad! el mismo que se lleva a su bolsillo lo que tú pagas de más por ese calabacín: el Estado. Si además liamos la cosa un poco más y algunos compradores tienen bonificaciones, ya nadie sabría lo que cuestan las cosas. Es lo que pasa con el IRPF, que hasta no hacer la declaración no te enteras… y a veces ni siquiera después de hacerla.

Los impuestos progresivos no siempre son los más justos. Todos conocemos el caso de algún trabajador obnubilado porque le han subido el sueldo y cobra menos. Lo que ha pasado es que ha cambiado de tramo y en lugar del 19% le toca pagar un 24%. Aunque ese 5% de más se aplica solo sobre lo que supera el tramo, su ganancia merma y ocasionalmente puede llegar a ver rebajado su salario, si al mismo tiempo suben las cuotas a la Seguridad Social, algo que en los últimos años viene siendo frecuente.  

Afortunadamente, el invento de los tramos progresivos tiene un tope, tanto por abajo -para garantizar que la gente viva con dignidad- como por arriba, porque si no hubiera un tope por arriba a alguno le tocaría pagar el 100% del último tramo de sus ganancias y entonces ¿para qué trabajar más? 

En España ese tope -en el IRPF- es el 47%, aunque puede llegar al 54% en alguna Comunidad Autónoma y al 60% si además toca pagar patrimonio. ¿Imaginan lo que les parecería a los ciudadanos del medievo si de 10 ovejas el señor medieval les quitara 6, solo para empezar a hablar?   En Noruega, que es el país más rico del mundo, el tipo máximo está casi 10 puntos por debajo: ningún noruego paga a su Estado más del 38,5% de su salario y ninguno menos del 22%, lo mismo que pagan las empresas noruegas por su renta corporativa. 

Que haya un tipo máximo en el IRPF no quiere decir que se garantice que ningún español pagará más del 47% o del 54% de lo que haya ganado ese año, porque hay otros impuestos no personales que habrá que pagar: al consumo, impuestos municipales, seguridad social, etc. Y si tiene una empresa, ésta pagará sociedades, además de lo que abonen los accionistas si hay algún dividendo. 

En nuestra Constitución de 1978, artículo 31, los constituyentes tuvieron la humorada de definir así nuestro sistema fiscal: “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo, inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso tendrá alcance confiscatorio” .  En la progresividad desde luego hemos avanzado, pero ¿y en la igualdad? ¿Y alguien se ha puesto a calcular lo que es confiscatorio?

El mayor problema que tenemos los Estados modernos es la inercia contributiva, por la necesidad exponencial de los gobiernos -de cualquier signo político- de engrasar con ingresos crecientes su enorme maquinaria. Los Estados siempre están dispuestos a ampliar el concepto de progresividad y a cargar todo el esfuerzo fiscal sobre el mismo grupo de contribuyentes: los que están en medio, que ni se puede decir que sean ricos ni se puede decir que sean pobres. 

Las personas poco podemos hacer, pero las multinacionales se resisten con eficacia al concepto de progresividad. Se han inventado los llamados “precios de transferencia”, vendiéndose a sí mismas en cada país al precio que más les interese según los impuestos a pagar en ese país.  En ese contexto ¿es justo que las personas paguemos progresivamente mientras la riqueza generada en nuestro país se marcha a otros Estados más espabilados?

Quizá haya llegado el momento de asumir que el sistema tributario no es ni justo ni equitativo, sino simplemente práctico… para quien lo diseña. Mientras los ciudadanos de a pie desentrañamos con resignación una declaración de la renta digna de un escape room fiscal, las grandes fortunas hacen turismo societario por paraísos fiscales con total impunidad. ¿Progresividad? Sí, claro: progresivamente más confuso, más intrusivo y más difícil de justificar. Pero no se preocupen, el Estado siempre sabrá en qué gastarlo —y casi nunca será en arreglar el bache de su calle.

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