Tras la revolución de septiembre de 1868 también llamada La Gloriosa o La Septembrina, y tras el derrocamiento de la reina Isabel II y su huida para Francia surgió una etapa en la que los escritores, ilustradores y periodistas se vieron por fin liberados de la censura literaria; y tal acontecimiento dio lugar a que una nueva generación de novelistas y poetas, muy pujantes, irrumpiesen con fuerza en el panorama literario de Madrid. Ante esos acontecimientos floreció la Edad de Plata de la Literatura Española - que tuvo continuidad con la Generación del 98 - en la que inicialmente escritores como Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Armando Palacio Valdés, Leopoldo Alas “Clarín”, José María de Pereda, Juan Valera, Blasco Ibáñez, Joaquín Dicenta Benedicto (dirigió el semanario “Germinal” en el que escribieron otros autores del naturalismo como Antonio Palomero, Rafael Delorme, Ricardo Fuente o Alejandro Sawa ), Giner de los Ríos, Joaquín Costa, José de Echegaray, e incluso Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía de Castro y Pedro Antonio de Alarcón que aún en los últimos esbozos del romanticismo pudieron construir un nuevo espacio de mucha más libertad, en el que las obras literarias tuvieron un renovado florecimiento. La mayoría de esos autores se conocieron muy de cerca, y un ejemplo de ello fue la relación amorosa que mantuvieron durante más de 20 años Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós y que quedó plasmada en la propia literatura. En el café madrileño La Fontana de Oro que dio título a la novela que Galdós publicó en 1870 y que había sido clausurado para construir un hotel en el año 1843 ya habían surgido anteriormente interesantes tertulias literarias en las que habían participado autores y actores liberales y progresistas. Antes de la Revolución de 1868 La Fontana de Oro ya había sido uno de los primeros lugares de reunión en los que el romanticismo y el costumbrismo habían ido decayendo poco a poco para dar entrada a una literatura renovada y libre de encorsetamientos.

Todos estos autores que he citado y otros muchos se sintieron independientes los unos de los otros, pues la Generación de 1868 nunca tuvo la consideración de una generación formal, o del modo que años más tarde lo fueron la del 98 y la de 27.
El realismo literario indujo a que muchos autores aplicasen a sus novelas un mundo nuevo y sus propias convicciones, y por lo tanto, en muchos casos no fueron objetivos; ya que calificaron y escribieron según sus criterios, incluso aplicando ideologías. Digo esto considerando que el verdadero realismo no debería de haber tenido mucho que ver con puntos de vista particulares, ni con opiniones personales, ni, tan siquiera, con creencias religiosas en cualquiera de los sentidos.
El naturalismo también floreció en Madrid cuando la ciencia comenzó, poco a poco, a sustituir a la religión y los escritores se desprendieron definitivamente de los conceptos románticos; cuando fueron capaces de observar la realidad y consiguieron plasmarla. Escritores como Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán o Leopoldo Alas “Clarín” se hicieron férreos defensores de los nuevos impulsos que llegaban de Francia. Pues todo lo que sucedía aportaba una nueva estética y un nuevo sentimiento ante una sociedad que había estado anquilosada por los poderes políticos y religiosos. Durante este tiempo se simplificaron los modos narrativos e incluso las aptitudes para ofrecer más profundidad en la creación literaria, que desembocaría, unos años más tarde, en la brillantez de los autores de la siguiente generación.
Fue Leopoldo Alas “Clarín” quien dio nombre a esta generación a través de algunos de sus artículos de prensa.