Plano secuencia

+ K.

«Tu nombre no se lee / […]»

(Pedro Salinas, Razón de amor, 21)

Si uno busca belleza, no puede obviar la correspondencia de Pedro Salinas (1891-1951) a Katherine Prue Reding (1897-1984). Tales escritos, publicados por Enric Bou (2002) en Pedro Salinas. Cartas a Katherine Whitmore (1932-1947), no nos parecen un mundo secundario ante los salinianos La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1936), Largo lamento (1939). Ni siquiera un camino de perfección hacia esos poemarios. Son un universo paralelo. Y nos están a una misma altura creativa. Una obra en sí. Un bastidor de primores en prosa gracias al cual el sentimiento de amor (¿y también su sublimación en un aquí literario por no ser posible su plenitud en un terrenal allí?) se hila con punto de sombra: confidencias, consejos, noticias, planes, recuerdos… y dolor (espinas de celos, heridas de sal ante las separaciones, tristezas por un futuro que se siente no compartido). («[…] fue saliendo afuera la luz del corazón», nos supera Gonzalo de Berceo, c. 1196 – c, 1264, en Vida de santo Domingo de Silos»). Y es que el emisor Pedro convierte cada línea en un verso incontenido, más libre que el verso libre del poeta Salinas, y solo limitado por el físico de sus hojas de papel. El autor de esa comunicación se brinda consciente (y creyente) del valor (literario) que encierra, haciéndonos recordar su ensayo «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar», en El Defensor (1948). («Poner el arte en su vida y la vida en su arte», escuchamos en 1938 a Louis Jouvet en Entrada de los artistas, película de Marc Allégret). Por eso, sentimos una comunión dialógica, una ósmosis entre la prosa y el verso. (¿Permites, Federico, que hable de prosías?). «Me llevo [a Alicante] mis papeles, mis notas últimas de versos (casi todas surgidas o sugeridas por tus cartas o mis cartas) y mi drama medio hecho» (25 de diciembre [de 1932]).

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Jorge Guillén (1893-1984), amigo, poeta, profesor, escribió de manera acertadísima sobre el poder genésico de la amada en la trilogía sentimental de Pedro Salinas: no hace falta más que leer sus tres títulos (La voz a ti debida, Razón de amor, Largo lamento) y muchos de los versos que allí se contienen. Y, entonces, vareando composiciones, unas muestras: «La vida es lo que tú tocas», La voz, 1 / «¡Qué gran víspera el mundo! / No había nada hecho. / Ni materia, ni números, / ni astros, ni siglos, nada», La voz, 13). O palabras del mismo Pedro a K. un 3 de junio [de 1938]: «¡Cuánto me alegro de deber mi mejor poesía no a mí, no a mi invención individual, sino a tu colaboración inspiradora!». Por nuestra parte, nos atrevemos a señalar que con el descubrimiento de la identidad de la fuente original nace un tiempo de revelación. «En este nuevo principio es Katherine», confesaríamos como un aprendiz de evangelista. Y hoy hasta llegamos a encontrar novelas inspiradas en esta pasión (Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, 2009; Susana Fortes, El amor no es un verso libre, 2013), piezas de teatro (Julieta Soria, Amor, amor, catástrofe, 2021) y hasta topamos con no pocas nuevas esclusas de análisis filológicos sobre la poesía saliniana (por ejemplo, en 2023, Manuel J. Ramos Ortega y su libro Pedro Salinas: Poesía y deseo. Espacio y tiempo de su creación literaria). Y en esta actualizada dimensión interpretativa, queremos subrayar la voz de quien fue generadora de voz. Erigirla en sujeto, no en un objeto que solo gira en torno al Sol/Salinas. Pintarla sin el color Pedro. Pintarla con su color. Nada más que con su color: «Por ahora me contento con responder a tu pregunta, “¿Qué color te gusta más?”, que no es el verde, ni el amarillo, sino un nuevo color, el color Katherine […]» (25 de enero [de 1933]). Y si no es posible a través de la correspondencia de ella para él (por no hallarse, al estar expresada hasta nuestra fecha con la voz en el viento, recordando el texto de Ernestina de Champourcín, publicado en 1931), sí lo es con Jorge Guillén.

Enric Bou (2002) menciona la existencia de cuatro misivas de K. al autor de Cántico: 16 de septiembre de 1962, 19 de abril de 1971, 28 de noviembre de 1976, 2 de enero de 1979. Laurie Mar Garriga Barbosa (2013) en su trabajo de fin de máster Nueva luz sobre Pedro Salinas: el epistolario de Katherine Whitmore a Jorge Guillén. Edición y estudio rescata, además, ciento cuatro en la Biblioteca Nacional de España (Madrid): 18 tarjetas postales, 1 aerograma y 85 cartas. Desde el 3 de mayo de 1945 hasta el 22 de marzo de 1983, si atendemos solo a las que se conservan con data. Y en ese intercambio, alumbrado por el faro que es el amigo del amigo, descubrimos en K. muchos orbes. Espacios para informaciones en torno a familiares (incluyendo a los Salinas) (14 de julio [¿de 1953?]): «Mi querido amigo: ¡Y ahora Margarita! Me ha impresionado profundamente. Una mujer que no he conocido nunca y, sin embargo, ¡cómo la conozco! ¡Pobre! Es curioso cómo dos seres tan remotos y tan diferentes uno de otro hayamos sido estrechamente unidos en los lazos del destino. Siento su muerte como si fuera mía»). O líneas sobre asuntos de salud, sobre relaciones con amistades, sobre viajes, sobre vida universitaria del hispanismo español en el exilio. Y, por supuesto, huecos para un «yo» que nunca olvida al «él»; pero siempre en constante concordancia con un «nosotros». («¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!», leemos en La voz, 14). Un vínculo epistolar que nos resalta a una K. culta, sólida de formación. (Unos ejemplos propios: en 1923 publica un estudio en torno a Blasco Ibáñez y Zola en Hispania, 6, 6, 1923, o su directora Caroline Brown Bourland quiere presentarla a María de Maeztu durante la iniciática estancia madrileña, según una inédita carta -sin fecha- que nos da a conocer la Fundación Ortega-Marañón -Archivo de la Residencia de Señoritas. Vid. signatura 9/3/75-, o en 1935 es una de las tres alumnas que obtiene el grado de doctor por la madrileña Facultad de Filosofía y Letras o la reseña que se hace en 1937 de dicho estudio en Hispanic Review -Vid. K.-, o su texto en Hispania, 36, 2, 1953, sobre la poesía española de postguerra o cómo en 1954 fue distinguida con el lazo de Dama de la Orden del Mérito Civil por su labor en el enriquecimiento de los vínculos culturales entre España y Estados Unidos o su mención relevante en la convocatoria del congreso internacional «Ser mujer e hispanista: el papel de las pioneras», organizado en 2022 por la Universidad Sorbonne Nouvelle-París 3). Una mujer generosa con el descubierto Jorge (el único a quien abre su pesar por la ausencia del amado y el único a quien agradece el poder estar al tanto de lo que se escribe del poeta y el único que la hace erigirse en un privilegiado agente para un mayor y mejor conocimiento y valoración de la obra de Pedro Salinas). «Puedo ir dándole lo necesario en cuanto a datos, puedo salvar así muchas cosas por Pedro. Todo por él. Por mí, nada. El mundo nunca tendrá mis cartas ni mis libros. Vivo en el espejo de las poesías que me tendió, y más vida no quiero», confiesa en un 23 de enero, sin año. Una mujer que sufrió con amor (y por su papel de musa y, también, por el hecho de que los poemas no representan enteramente la relación). «Sé que me quería siempre -me lo dijo cuando me vio en abril del 51 [meses antes del fallecimiento del poeta]- pero eso ya es otra cosa. […] Lo que más duele es que las poesías no corresponden a la verdad del momento» (6 de octubre., s. a.). Una mujer que teme por lo que se pueda conocer de ella en el mundo académico hispano. Una mujer en conflicto ante la decisión de donar su tesoro, una idea en la que el crítico literario y poeta vallisoletano tuvo un protagonismo luminoso:

«Sí, mandé las cartas [a Harvard] y lo hice por usted. Bien me acuerdo de veces que venía a mi casa, hablaba de las cartas, y me di cuenta de la importancia de cuidarlas bien. Vino Jaime [Salinas] y arregló lo de la biblioteca. No sé si usted tiene idea de lo que me costó despedirme de ellas. Habría preferido quemarlas para que no las vieran otros ojos, pero Pedro vivirá en la historia y sé que mis cartas contribuirán [a dar] otra dimensión a su obra» (19 de febrero de 1980).

… Unas cartas que leyéndolas en la Biblioteca Nacional de España, durante un verano de astillas en 2025, las sentí como bellísimas charamuscas, como partículas de una Katherine de fuego, viva aún desde un pasado «emocionante, alegre, devastador y triste», según ella misma calificó.

Punto y aparte

La cubierta del folleto informativo del Curso de Vacaciones para Extranjeros del año 1932 lleva una pequeña ilustración de la escultura del doncel Martín Vázquez de Arce (1461-1496). La imagen en ese librito que consultó nuestra profesora para convencerse más de ampliar estudios en Madrid la observo como una estampa de su amor constante hasta en la falta de Pedro Salinas, como una reproducción gráfica de su existir para el amado incluso frente a una privación física. Cada día con él. De la manera que sea, incluso sin él. («Y que me vive / otro ser por detrás de la no muerte», La voz, 21). Y ello lo creemos, si en el tomo de alabastro que lee la famosísima figura en la catedral de Sigüenza pudiéramos encontrar las palabras del contemporáneo Jorge Manrique (h. 1440-1479):

«Quien no estuviere en presencia, / no tenga fe en confianza, / pues son olvido y mudanza / las condiciones de ausencia.
Quien quisiere ser amado, / trabaje por ser presente, / que cuan presto fuere ausente, / tan presto será olvidado; / y pierda toda esperanza / quien no estuviere en presencia, / pues son olvido y mudanza / las condiciones de ausencia».

Punto final

Madrid. Residencia de Estudiantes. Habitación 211. Julio de 2025.

Lyon. Museo de Bellas Artes. Jardín. Diciembre de 2025.