No recordamos días, recordamos momentos, escribió Cesare Pavese, y en la literatura de Inés Arredondo los momentos son el peso de la culpa, el susurro de la represión, la inquietante revelación que marca a sus personajes. Arredondo, una de las narradoras más importantes de la literatura mexicana del siglo XX, construye a sus protagonistas en un juego de claroscuros, donde lo no dicho es más significativo que lo explícito.
Nacida en Culiacán, Sinaloa, y formada en la Universidad Nacional Autónoma de México, Arredondo fue parte de la Generación de Medio Siglo, grupo que, con influencias de Juan Rulfo y Juan José Arreola, renovó la narrativa mexicana. Su libro La señal (1965) es una exploración profunda del deseo, la sumisión y la transgresión moral, temas que alcanzan su mayor potencia en La sunamita, su cuento más emblemático.
En sus relatos, la autora crea personajes atrapados en una atmósfera de represión emocional y culpa. En Apunte gótico, por ejemplo, insinúa el tabú del incesto a través de una escena entre padre e hija envuelta en sombras y reflejos, donde el lenguaje, lejos de esclarecer, sugiere. Heidegger afirmaba que el hombre actúa como si fuera el formador y el maestro del lenguaje, mientras que el lenguaje sigue siendo el maestro del hombre, y en la obra de Arredondo, las palabras parecen escapar de sus personajes, dejándolos sumidos en el silencio de su tormento interno.
Pero la culpa en Arredondo no es solo moral; también es existencial. En Año nuevo, la protagonista, en su soledad absoluta, encuentra un destello de redención en la mirada de un desconocido en el metro de París. Es un momento breve, efímero, pero lo suficientemente intenso como para transformar su percepción de sí misma.
Cuentos como Mariana y Río subterráneo no solo narran historias, sino que también reflexionan sobre la imposibilidad de alcanzar una verdad absoluta. En Mariana, la narradora advierte que en los "datos inconexos y desquiciados" de una historia no se encuentra la verdad, sino un enigma que nunca se revela del todo. Así, la literatura de Arredondo se convierte en una exploración de los límites del lenguaje y la memoria, de lo que se recuerda y lo que se silencia.
Los personajes de Inés Arredondo son seres desgarrados, prisioneros de su tiempo y de sí mismos, cuyas vidas se definen por un momento de transgresión o epifanía. No recordamos sus días, sino esos instantes en los que el deseo, la culpa y la represión los conducen al abismo. En su literatura, lo más inquietante no es lo que se cuenta, sino lo que permanece oculto entre líneas, en el espacio donde el lenguaje ya no alcanza y solo queda el eco de lo prohibido.