Queridos lectores, hoy en Moléculas del Vino "Grands Crus Classés" Châteaux Médoc y Sauternes Burdeos
Nota: Para la Exposición Universal de París de 1855, el emperador Napoleón III pidió un sistema de clasificación para los mejores vinos de Burdeos de Francia que iban a mostrarse a los visitantes de todo el mundo. El Sindicato de Comerciantes del Vino catalogó los vinos según la reputación del château y el precio de mercado, lo que en aquella época se relacionaba directamente con la calidad. El resultado fue la Clasificación oficial de los vinos de Burdeos de 1855
“Grands Crus Classés: Burdeos, perfume de memoria y seducción” / Grands Crus Classés el ADN aromático de Burdeos
La mañana se abrió como un telón sobre el Garona, ese río que separa y a la vez une dos mundos vinícolas. A la izquierda, Médoc, Pessac y Sauternes; a la derecha, Saint-Émilion y Pomerol. Dos orillas que dialogan en contraste, como hemisferios de un mismo cuerpo, cada uno con su carácter, su memoria y su voz.
En Francia, el término Cru no es solo una clasificación: es un ecosistema perfecto, un equilibrio de suelo, clima y variedad que se convierte en poesía líquida. Y cuando evocamos la célebre clasificación de 1855, se abre un mapa jerárquico que aún hoy marca el pulso de la historia:
- Tintos: cinco Premiers, catorce Seconds, catorce Troisièmes, diez Quatrièmes y dieciocho Cinquièmes.
- Licorosos: un único Premier Cru Supérieur, once Premiers y quince Seconds.
Ese legado no fue un dato abstracto, sino la raíz viva de nuestra cata. Frente a nosotros, nombres que son casi versos legados familiares: Château Lafon-Rochet, Château Pédesclaux, Château Branaire-Ducru, Château de Camensac, Marquis de Terme, Château La Tour Blanche, Château Romer Sauternes. (Pauillac, Margaux, Saint-Estèphe y Saint-Julien)
Cada botella, cada añada, cada coupage era un capítulo distinto de la misma novela. La fluidez del vino se revela en el arte de ensamblar variedades tintas como Cabernet Sauvignon, Merlot, Petit Verdot y Cabernet Franc, que aportan estructura, suavidad, intensidad y frescura, junto a blancas como Semillón y Sauvignon Blanc, capaces de conjugar volumen, miel y tensión cítrica; cada añada, con sus matices de clima y tiempo, se convierte en un capítulo distinto que, al pasar por la crianza en barrica, se pule y se expande en capas de complejidad, equilibrio y emoción, hasta ofrecer esa sensación de grandeza que trasciende lo técnico y se convierte en memoria líquida, un cauce donde el vino fluye como relato de tierras, manos y estaciones.
Los vinos se desplegaron como un baile de moléculas:
- Profundos y florales, con la delicadeza de un perfume que acaricia.
- Atrevidos y seductores, retadores que invitan a la reflexión.
- De ensueño, donde la dulzura del Sauternes se convierte en un canto al tiempo.
El envejecimiento, ese alquimista silencioso, añadió capas de memoria y resonancia. Lo que podría haber sido solo una degustación se transformó en un ritual de placer y contemplación.
Burdeos no fue únicamente un territorio de denominaciones y clasificaciones. Fue un escenario donde la ciencia del terroir se fundió con la emoción de los aromas, donde cada sorbo se convirtió en metáfora de resistencia, seducción y gratitud.
En aquella cata de Burdeos nos dejamos guiar por el olfato, por ese perfume invisible que nace de cada molécula y que, como un hilo secreto, une a todos los grandes vinos mientras al mismo tiempo les otorga su genio particular; porque es precisamente en la interacción de esas moléculas con los distintos microclimas y suelos —las gravas del Médoc, la complejidad de Los Pessac, la dulzura dorada de Sauternes, la redondez de Saint-Émilion — donde cada terroir se expresa de forma única, transformando la universalidad de la química en singularidad sensorial y convirtiendo cada sorbo en un manifiesto de identidad, memoria y placer.
En resumen: Nos dejamos llevar por el perfume de los terpenos y ésteres, moléculas que, como un hilo invisible, unen a todos los vinos y al mismo tiempo les otorgan su genio particular.”
Tintos de Burdeos, elaborados a partir de proporciones variables de Cabernet Sauvignon, Merlot, Cabernet Franc y Petit Verdot, despliegan con maestría un abanico aromático único. En ellos se reconocen los matices de la β-damascenona —tabaco y rosa—, las notas frescas de terpineol y terpinoleno —lima y pino— y, de manera muy sutil, la delicadeza floral de la β-ionona, que evoca violetas apenas insinuadas.
Lo más fascinante es el aroma primario a tabaco, presente incluso al margen de la crianza en barrica: un sello distintivo, casi un emblema sensorial de Burdeos.
Les invitamos a explorar el mapa multidimensional de aromas que les presentamos —el primero en la historia del vino—, donde se revela la distribución de moléculas volátiles y su relación entre sí. Cuanto más próximos aparecen los descriptores, más semejantes son desde el prisma de los terpenos y norisoprenoides. Este mapa constituye, podría decirse, el ADN aromático de los vinos de Burdeos.
Vinos que nos evocan Simbolismo: porque cada molécula y cada aroma se convierte en un signo, un símbolo que no podemos ver y que remite a lo intangible: placer, memoria, seducción. El vino es metáfora, no solo bebida.
Gracias a Doña Julia del Castillo a cada bodeguero y equipo de Formación Cámara Madrid – Comunidad Madhoc por esta mañana de ensoñación.