Más contento que unas pascuas anda el presidente de la Xunta de Galicia por la cesión del gobierno central de las competencias para la ordenación y gestión del litoral. Lo que seguramente no ha tenido en cuenta Alfonso Rueda es que, al primer contratiempo, ya puede esperar sentado a que la Moncloa mueva un solo dedo para ayudar. La cosa trae cola, porque la Costa da Morte tiene todo un récord de naufragios, y la de A Coruña, la mayor concentración de catástrofes medioambientales, contando en apenas tres décadas al Polycommander, Urquiola, Andros Patria, Aegean Sea (Mar Egeo) y Prestige. Lo lamentable es que, pese a tanto desastre, la única medida que se ha tomado es que los petroleros deben llevar doble casco, pero ni un solo protocolo de actuación.
Para muestra, las bolitas de plástico vertidas a principios de 2024 en las playas gallegas, atajadas, como siempre, por grupos de voluntarios, a los que se acercaba alguna ministra como Yolanda Díaz, menesterosa de chupar cámara, que no dijo ni mu del trabajo no retribuido y sin garantías laborales ni sanitarias de los voluntarios, mientras así seguimos, a merced de lo que el futuro nos depare, sin que nadie haya tomado las mínimas medidas de actuación en caso de una nueva catástrofe.
En tanto los lustros se van acumulando, los que venían a tomar el cielo por asalto y librarnos del “mal de los conservadores”, aquellos que se rasgaban las vestiduras gritando que en política los errores se pagan dimitiendo, en cuanto aposentaron las nalgas sobre el suave cuero del Hemiciclo, afirmaron sin rubor ni pudor que en política los errores se purgan pidiendo disculpas, aunque a estas alturas estemos todos esperando como santo advenimiento a que el primero de ellos entone el mea culpa, en un país en el que el único que tuvo los bemoles de hacerlo fue el rey Juan Carlos I, para acto seguido empujarlo al exilio, exhortando el paradigma que obligase a los políticos.
Aunque la reiteración hace sospechar que los libre designados no rehúyen excusarse para evitar el destierro sino para no dejar la poltrona. Así, uno de los cuadros más lamentables ha sido ver a Óscar López, ministro de Transformación Digital y de la Función Pública, que por lo menos debe ser de la oposición, culpando del apagón al PP, que de todos es sabido que gobierna en la Moncloa; un López en sintonía con la estrategia de Trump: él gobierna, él toma las decisiones, pero la culpa de su incompetencia la tiene Biden. Pero por si no bastara, en un arrebato digno de un energúmeno, salta a los medios hecho un basilisco, gritando a viva voz que los fachas y los ultras no lo detendrán.
Perdón, ¿los fachas y los ultras? Debería lavarse a fondo la boca con el cepillo de limpiar el WC y una pastilla de jabón Lagarto. Creo que se refiere a los representantes del resto de los ciudadanos que no son de su cuerda, pero que tributan lo mismo para pagarle el sueldo de ministro para todos, que es lo que define a la democracia representativa frente a su modelo excluyente y totalitario. Su tono, lo único que demuestra es su incapacidad para gobernar, sólo sabe fragmentar y polarizar a la sociedad, para lo que no hace falta ni tener luces, hasta se puede hacer a oscuras, en pleno apagón.
Estos politicastros que olvidan que el Parlamento representa a todos los ciudadanos, donde ningún ministro ni presidente tiene el poder ni la potestad de enfrentar levantando muros, y que cada vez que surge un problema se juntan en cónclave para urdir excusas desde el Consejo de Ministros, escurrir el bulto y buscar culpables en lugar de soluciones, que es precisamente lo que diferencia a un estadista de un político: mientras el primero es un visionario que mira a largo plazo, el político se niega a mirar más allá de sus narices, dejando tras de sí el diluvio.
Pese a todo, a Sánchez hay que reconocerle un mérito indiscutible: ni los ERE de Andalucía, los indultos del Porcés, la inmoral amnistía, la propagación del covid por el 8M en 2020; el confinamiento ilegal, el abandono a los canarios por el volcán, el espionaje del Pegasus, la DANA en Valencia y negligencia en Paiporta; la imputación de su entorno familiar, laboral, militante y sus ministros salpicados; el escándalo de las mascarillas, el caso Koldo, el Ábalos, y ahora el apagón, consigue descabalgarlo del periquito. Ahí sigue el tipo, impertérrito y entero, donde en cualquier democracia normal no sólo tendría que haber dimitido ya, es que debería estar desterrado a Siberia.
Todo ello sin que se esté redactando un protocolo para los próximos apagones y demás desgracias, y es que el gobierno ya se ha acostumbrado a darnos a los ciudadanos la palmadita en la espalda, alabando lo bien amaestraditos que nos tienen. A fin de cuentas les sobra argumentario: si no fue el ratoncito que mordió el cable ni un ciberataque, siempre se podrá echar mano de los extraterrestres.