Estados Unidos acaba de atacar Irán, en una operación “quirúgica” contra su programa nuclear, rompiendo la política aislacionista que promovía el presidente norteamericano, Donald Trump, y apoyando de una forma rotunda a Israel en su campaña militar contra el régimen teocrático iraní. Según informan fuentes norteamericanas, las instalaciones militares y nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán, en una operación denominada “Martillo de Medianoche”, han sido destruidas, aunque todavía es pronto para cuantificar los daños reales.
Las consecuencias de esta acción militar, en la que Estados Unidos ha empleado 125 aviones, un submarino, señuelos, una treintena de misiles Tomahawk y 14 bombas de 15.000 kilos, son predecibles y la escalada no ha hecho más que comenzar. Irán, por lo pronto, ya ha anunciado el probable cierre del estrecho de Ormuz, por donde circula el 20% del tráfico mundial de crudo, y es altamente probable que los ataques con misiles de largo alcance contra objetivos civiles israelíes continúen en los próximos días, pero eso no será óbice para que la campaña contra el programa nuclear iraní siga su curso.
Mientras que los Estados Unidos e Israel parecen contar con el apoyo decidido de la comunidad internacional, incluido el G-7 que ha entendido y apoya el legítimo derecho del Estado hebreo a defenderse, resulta muy llamativo el nulo respaldo recibido por Irán en esta crisis en casi todo el planeta. Dos de sus teóricos amigos y aliados, como Rusia y Turquía, han mantenido un perfil bajísimo en el abierto enfrentamiento entre Israel e Irán, más aliá de las previsibles -e inútiles- andanadas retóricas, y el motivo puede tener una explicación bien lógica: ninguno de los vecinos de este país quieren que el régimen teocrático iraní posea armamento nuclear e incremente su labor desestabilizadora en la región.
En lo que respecta a Estados Unidos, si bien en un principio parecía dispuesto a negociar con Teherán acerca de su programa nuclear, el presidente norteamericano, Donald Trump, atrapado entre las palomas y los halcones de su administración acerca de implicarse en la guerra, parece haber sucumbido ante estos últimos y ha intervenido directamente en la campaña desatada por Israel contra Irán. Todas las señales, como la presencia de fuerzas norteamericanas en la región y de algunas aeronaves sofisticadas en Israel, daban a entender que los Estados Unidos se implicarían, pero quizá más tardíamente antes de agotar la vía diplomática con Irán. Con este paso, Trump entra como elefante en cacharrería en la escena de Oriente Medio y da un aviso para navegantes: Washington nunca permitirá que Irán desarrolle su programa nuclear y acabe construyendo bombas atómicas.
En todo el planeta, solamente se han escuchado voces favorables a Irán paradójicamente en América Latina, región que no tiene grandes vínculos ni relaciones especiales con la tiranía iraní. Los máximos mandatarios de Colombia, Cuba, Venezuela, Brasil y Chile, que conforman la punta de lanza del antisionismo en el continente, han condenado duramente la intervención norteamericana contra Irán y han mostrado su solidaridad con el régimen de los ayatolás, en una muestra más de su alineamiento con los países más reaccionarios y totalitarios del mundo. Ya lo pagarán algún día, Washington no paga traidores.
El mundo árabe, por otra parte, respira tranquilo porque la mayor pesadilla regional podría ser que Irán acabará convirtiéndose en una potencia nuclear. El trabajo sucio por evitarlo lo está haciendo, paradójicamente, su sempiterno enemigo, Israel, y los Estados Unidos, que han pasado de ser el pacificador en la guerra a intervenir abiertamente. Un Irán con armamento nuclear hubiera roto los equilibrios regionales y habría debilitado los intereses norteamericanos en la región, ya que los principales perjudicados de un balanza favorable a Irán serían sus aliados en la zona -Omán, Arabia Saudí y Catar, principalmente-. La guerra acaba de comenzar, pero no está nada claro que Irán quiera continuar en una pelea desigual y en la que está en juego, ni más ni menos, que la supervivencia de su oprobioso régimen.