“¿Por qué llueve tanto en Semana Santa?”, se queja un papón bajo el aguacero. Y el Cristo, sudando bajo el peso de la cruz, le contesta: “¡Para que os metáis en las iglesias y las conozcáis!”. La viñeta, que circula estos días con notable éxito en redes sociales, condensa con acidez una de las contradicciones más llamativas de nuestro tiempo: el fervor callejero por lo sagrado… y el desinterés absoluto por lo que ese mismo símbolo representa.

Porque seamos sinceros: ¿cuánta de esa pasión por la Semana Santa es realmente fe? ¿Y cuánta es tradición, estética o simplemente postureo? La procesión gusta, emociona, impresiona. Tiene música, incienso, túnicas, lágrimas, silencios. Es Instagram, pero en barroco. Y si es de noche y llueve un poco, aún mejor: drama asegurado. Pero que nadie nos pregunte por el Evangelio del día, por qué se celebra el Jueves Santo o quién fue realmente ese tal Cirineo.
No es que esté mal emocionarse con una tradición. Al contrario, la cultura popular está llena de rituales que nos conectan con el pasado, con nuestros mayores, con un sentido colectivo de pertenencia. Lo problemático es cuando se vacía el contenido y solo queda el marco. Cuando la cruz se convierte en decorado, el costalero en actor y el público en público, no en comunidad creyente.
La lluvia, en ese contexto, se vuelve una metáfora casi bíblica. Un correctivo divino, dirían algunos. Una interrupción que incomoda pero también interpela: si de verdad esto va de fe, ¿qué más da que no haya procesión? ¿No será que, en el fondo, nos gusta más el desfile que el misterio? ¿Más la calle que la cruz?
Por supuesto, hay muchas personas que viven la Semana Santa con hondura espiritual. Cofrades que preparan todo el año su estación de penitencia, que no faltan a misa ni en agosto, que entienden el sentido profundo de lo que representan esos pasos. Pero conviven con otra mayoría silenciosa —o ruidosa— que asiste a las procesiones como quien va al desfile de Reyes: con móvil en mano, cierta devoción impostada y ninguna intención de volver a pisar una iglesia hasta el próximo año.
Tal vez la respuesta de ese Cristo viñetista sea la más lúcida: “¡Para que os metáis en las iglesias y las conozcáis!”. Porque ahí —en ese interior que muchos evitan— está el verdadero significado de la Semana Santa: el sacrificio, la esperanza, el perdón, el misterio. Cosas que no caben en una story de Instagram, pero que siguen teniendo sentido para quien se atreve a mirar más allá del espectáculo.
Y si no llueve el año que viene, bienvenidas sean las procesiones. Pero si vuelve a llover, tal vez sea buen momento para descubrir que la Semana Santa no se moja solo por fuera.