¿Qué nos apostamos a que si les preguntásemos a los miembros de nuestra desarrollada y, en gran medida, manipulada sociedad si son ecologistas, la mayoría de ellos respondería, de acuerdo con los dictados de la moda, que por supuesto? Antes éramos más sinceros y soltábamos los desperdicios en el primer lugar que veíamos, por ejemplo, en una cuneta. Así, esos largos recipientes a cielo abierto solían rebosar de latas oxidadas, de viejos zapatos (el cuero de la suela ya se lo había comido antes Charlot después de cocinarlo convenientemente), o de frigoríficos desvencijados, entre otros equipos inservibles.
Si se tenía a mano una playa, a menudo se dejaba la basura en ella con naturalidad. Era el caso de la de Puerto Plata en la República Dominicana, donde la plata era precisamente de la que estáis pensando, aunque sin llegar al extremo de la de Grand-Bassam, en Costa de Marfil. Esta, a principios del presente siglo, había sido convertida en un auténtico retrete, debiendo tenerse el cuidado, al adentrarse en ella, de no pisar alguna de las minas -afortunadamente no mortales- que trufaban ese campo. Es de suponer que habrán tirado ya de la cadena.
Pero tampoco estamos nosotros como para lanzar cohetes, por mucho que nuestro orgullo nos haga creernos por encima de otros países en este tema. Basta con asistir, por ejemplo, ahora que sale la palabra, a la celebración de una de estas fiestas y presenciar, a su término, la acumulación de toneladas de residuos de quienes se lo han pasado comiendo y bebiendo sobre la marcha. No obstante haber logrado sembrar las calles a su paso de toda clase de envases, si se les encuestara, se declararían sin rebozo alguno superecologistas, para a continuación seguir gastando luz eléctrica hasta el amanecer, con absoluto desprecio de la natural. Algo parecido cabría decir de otras manifestaciones colectivas.
Ahora bien, tratándose el humano de un ser eminentemente porcus, y en vista de lo que están subiendo las tasas del reciclaje, ¿no os parece que podrían incluirse en ellas algunas clases particulares a domicilio por parte de los responsables municipales antes de proceder a sancionar las más que posibles infracciones? Y es que el proceso de selección de los desechos a depositar en los contenedores es complejo, porque, ¿adónde van los que son mezcla o suma de diversos materiales? Pues eso, como decía el otro. De cualquier forma, nos debatiríamos al menos entre el caso del contumaz que no atendería a indicaciones de ningún tipo, el del ignorante puro y duro, y el del ciudadano ejemplar que se molesta en buscar hasta para deshacerse de sus pilas de botón, infinitesimalmente contaminantes, un recipiente específico. Este último señor debería inspirarnos una inmensa ternura, por la sospecha más que justificada de que, mientras le vemos caminar hacia el cumplimiento de su deber, bellacos varios acarician con sus dedos ciertos botones que, una vez pulsados, pueden reciclarnos a todos definitivamente.