Ni Europa ni Ucrania estarán presentes en la cumbre de Alaska, pero su futuro pende de un hilo de las decisiones que allá tomen Putin y Trump, aunque la sombra de un fracaso de la misma es un presagio bastante realista.
La anunciada y esperada cumbre entre los presidentes de Rusia y Estados Unidos, Vladimir Putin y Donald Trump, respectivamente, quizá está sobrevalorada incluso antes de haberse celebrado. Esta cumbre sobre Ucrania sin Ucrania resulta paradójica porque el país ocupado y donde se desarrolla el conflicto no estará presente en la misma. Hay serias dudas de que realmente Rusia vaya con intención de negociar nada, sino que solamente trata de ganar tiempo, alargar la guerra y seguir ocupando territorios en Ucrania para poder negociar en un futuro en unas condiciones de superioridad frente a Kiev.
Putin no quiere ni puede acabar con la guerra porque el conflicto en sí mismo es lo que le dota de legitimidad política a su régimen y al autócrata que encarna. Un alto el fuego sin una gran victoria rusa sería una derrota política, moral y militar para Rusia tras tres años de guerra, la economía en serio trance, miles de muertos -algunos servicios secretos hablan de hasta un millón de combatientes rusos caídos en combate- y un país sumido en una grave crisis de identidad sin esperanzas de un próximo horizonte democrático y un futuro viviendo en paz con sus vecinos.
Las mentiras de Putin sobre Ucrania, en el sentido de que no existe como nación y los ucranianos son realmente rusos, ya no se sostienen. En estos tres años de guerra, Putin ha aprendido que los ucranianos nunca fueron rusos, no son rusos ahora y nunca lo serán. Ucrania quiere ser independiente y soberana, a pesar de que Estados Unidos ya ha anunciado que la paz solamente se logrará si ambas partes intercambian territorios, y a nadie se le escapa que los ucranianos apenas poseen territorios rusos, mientras que Rusia ocupa el 20% del territorio del país agredido.
Las exigencias de Putin son de sobra conocidas y pasan por la anexión -que ya fue ratificada por el Legislativo ruso oficialmente en septiembre de 2022- de cuatro regiones ucranianas: Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón. Dichas provincias ucranianas fueron anexionadas por Putin tras la celebración de referendos considerados ilegítimos por la comunidad internacional y nunca aceptados como legales por Kiev. También Putin pretende que se le garantice la no inclusión de Ucrania en la OTAN, la neutralización del país -una suerte de desmilitarización tutelada por Moscú- y la aceptación internacional de la anexión de la península de Crimea, punto de partida de esta guerra tras la ocupación rusa de la misma en el año 2014.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, apoyado por la Unión Europea (UE) excepto Hungría, ya ha anunciado que no aceptará bajo ningún concepto la desmembración de Ucrania y advierte que la Constitución ucraniana prohíbe expresamente la entrega de territorios a otro país. Para Zelenski, la presencia de Putin en la cumbre de Alaska es una gran victoria para él, puesto que significa su rehabilitación política y le homologa como un líder internacional, a pesar de que está considerado como un criminal de guerra y la Corte Penal Internacional (CPI) tiene al Ejército ruso en el punto de mira. El problema radica en que el presidente Trump, al promover esta cumbre sobre la guerra de Ucrania solamente con Rusia, ha dejado fuera de juego a Zelenski, marginado a la UE y a sus socios de la OTAN y “copiado” la narrativa rusa con respecto al conflicto. Nada bueno puede salir para Ucrania de semejante aquelarre.
Europa, entre la zozobra y la incertidumbre
Pero, aparte de estas consideraciones morales y éticas con respecto a las exigencias de Putin, Europa como referente y defensor del derecho internacional vive entre la zozobra y la incertidumbre ante esta cumbre crucial. La rehabilitación pública de Putin por parte de Trump —un paria en la mayor parte de Europa— ha inquietado a los partidarios de Ucrania y muy especialmente a sus socios europeos, que han pedido expresamente a Trump que no ceda territorios a Rusia. “La cumbre en Alaska es un momento profundamente alarmante para Europa”, apuntó Nigel Gould-Davies, investigador principal del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Londres.
Según Gould-Davies, Putin podría persuadir a Trump para intentar terminar la guerra “aceptando la soberanía rusa” sobre partes de Ucrania, incluso más allá de las áreas que actualmente ocupa. Trump también podría aliviar o levantar sanciones que están causando “dolor crónico” a la economía rusa y así rehabilitar internacionalmente a Putin, que ha sorteado las sanciones internacionales haciendo negocios con China, Turquía, Irán e India, principalmente. En definitiva, lo que nos jugamos en esta cumbre de Alaska es, ni más ni menos, el futuro de Europa.
La imposición de la “pax rusa”, tal como sueña y anhela el asesor de Putin y filósofo nacionalista Alexandr Duguin, implicaría una esfera de influencia rusa, abarcando aspectos militares, políticos y culturales, en el continente y la posibilidad en el futuro de que Rusia acabe atacando a sus vecinos, a los que Moscú considera “enemigos”, entre los cuales se encuentran Polonia, los países bálticos -Lituania, Letonia y Estonia-, Moldavia y Georgia. Aparte que si este plan de Trump avanza, aunque no sea aceptado por Ucrania, se generarán seguras convulsiones y divisiones en la OTAN, tal como ya ocurre en la UE, y la doctrina atlantista, basada en una estrecha alianza cimentada en la solidaridad occidental entre América del Norte (Estados Unidos y Canadá) y Europa, sería ya una reliquia del pasado y se abrirá una nueva página en la historia de nuestro continente incierta, sombría y claramente oscura.