La reciente victoria del ultranacionalista Karol Nawrocki, en las elecciones presidenciales polacas, celebradas el pasado domingo 2 de junio, significó un nuevo avance de la extrema derecha en el continente europeo y un duro golpe a los europeístas polacos. El recuento final de los votos otorgó a Nawrocki el 50,89% de los sufragios, frente al 49,11% del alcalde liberal de Varsovia y europeísta, Rafal Trzaskowski. La victoria del candidato populista y extremista resonó en Bruselas y se encendieron todas las alarmas.
¿Por qué no para de crecer la extrema derecha, elección tras elección, sin que nadie sea capaz de detener esta marea ultra? La respuesta es relativamente fácil: los partidos tradicionales hace años que han perdido el polo a tierra y desconocen los problemas reales del pueblo llano. Tratan de tapar con un dedo el sol de la inmigración ilegal, que es uno de los problemas que más preocupan hoy a los ciudadanos de a pie, y que está ligado, por mucho que les pese a algunos, con la inseguridad reinante en muchas ciudades. Por ejemplo, en Cataluña el 50% de la población reclusa son extranjeros, bien sea legales o ilegales, y la inmigración apenas representa el 17%. Si a ese problema le añadimos la falta de vivienda -in crescendo-, el desempleo, la falta de expectativas económicas y los salarios cada vez más bajos, lo que agrava la brecha social y la pérdida de poder adquisitivo, el cóctel explosivo está servido. La capital catalana, por ejemplo, se ha convertido en una de las ciudades más inseguras de España y del continente.
Sin embargo, en el caso de Polonia esta explicación no funcionaría, ya que solamente el 2% de la población es inmigrante y se trata de uno de los países más seguros del mundo. Entonces, ¿qué ha pasado en Polonia? Hay un exceso de celo en querer imponer una suerte de identidad única por parte de las altas instituciones, como la Unión Europea (UE), y minimizar las identidades nacionales, creando una situación de vacío y la construcción de una suerte de valores que son ajenos a la idiosincrasia de muchos pueblos. Hay un estado de malestar hacia esa pretensión supranacional de imponer por la fuerza una cultura de lo políticamente correcto, en la que se engloban determinados comportamientos sociales y éticos, lo que desde la cierta derecha se ha denominado como cultura “woke”, y que ha sido determinante, por ejemplo, en los Estados Unidos para movilizar al electorado a votar por el actual presidente Donald Trump, uno de los mejores conocedores de lo que realmente quieren oír sus electores.
Lo realmente preocupante es la escasa capacidad autocrítica de la izquierda, la incapacidad de entender que estamos en un mundo en cambio en donde los viejos dogmas ya no valen y ponerse en los zapatos de los ciudadanos. La izquierda actual, tanto los socialistas como los que están a su izquierda, ha perdido toda empatía con sus antiguas bases electorales. Esa desconexión de la realidad, ese permanente tufillo demagógico de estar permanentemente tratando de movilizar al electorado, como hacen los socialistas en España, para parar a la “ultraderecha” ya no funciona, es un cuento demasiado manido como para creérselo. Hacen falta nuevas ideas, nuevas propuestas y afrontar los problemas con realismo, ese discursito de que viene la ultraderecha y va a acabar con todo ya no funciona y acabará engullendo, de igual forma que en otras partes de Europa, a los que ahora se protegen tras la pancarta para ocultar su carencia de una proyecto creíble y eficaz que atienda los problemas reales. En nuestra política diaria faltan más gestores y sobran demagogos de verbo fácil.
Luego la estrategia de los “cordones sanitarios”, como la empleada en Alemania con Alternativa para Alemania (AFD), está absolutamente condenada al fracaso, tal como se ha visto en las últimas elecciones generales celebradas en este país, en que dicha formación consiguió el segundo lugar, como Chega en Portugal, desplazando a los socialdemócratas y a otras fuerzas tradicionales. Mientras los dos grandes partidos se desgastan ejerciendo las funciones de gobierno, la ultraderecha no arriesga nada ni se desgasta porque no toma parte de las grandes decisiones políticas, algunas muy impopulares, y sigue creciendo a costa del desencanto de la ciudadanía con los partidos que ya no responden a sus expectativas. Recientes estudios de opinión publicados últimamente en Alemania incluso reflejan que la ultraderecha podría colocarse en este país en primer lugar en intención de voto, desplazando a los democratacristianos. No descartemos que algún día, como ha sucedido en Polonia, sean mayoría e impongan su agenda. Mientras sigan actuando tan erráticamente algunos líderes políticos europeos el éxito electoral de la ultraderecha está garantizado. ¡Atentos!