La fuente más cristalina de la que bebe el toreo es la profundidad. Pues ni la embestida del toro, ni el largo trazo de capotes y muletas, ni la destreza del puyazo o la belleza del par de banderillas; ni la contundencia de la estocada, serían posibles sin incontables horas de callado trabajo. Pues, tanto la genética de las reses de lidia, como las condiciones y el valor de las personas, necesitan ser fraguadas en el silencioso esfuerzo que permite separar la paja del grano.
El invierno es tiempo propicio para ello, aunque nunca puedan faltar circunstancias que hagan que el toreo levante el vuelo de repente; como en este mes de diciembre, con la organización de tres festivales a favor de los damnificados por la DANA.
Pero nuevamente ha vuelto la tranquilidad al toreo, al torero en Campo, preparándose para su próximo compromiso en América, donde va y viene; o simplemente velando armas para una próxima campaña. El trabajo físico, el toreo de salón y en la plaza de tientas no pueden faltar. Muchos han sido los toreros que han establecido una completa simbiosis con determinados ganaderos, buscando que convergiera el toreo que quería ejecutar uno, con el animal que quería criar el otro. Rastreo que ha de ir, más allá de lo visto y hecho en la plaza. Dando lugar a horas de conversación, que lo analiza todo desde el animal y desde el torero, propiciando profundas relaciones humanas. Donde el ser humano imprime carácter en personas y animales, y nunca al revés, por más que nos empeñemos.
Sólo desde la calma profunda del invierno, se hacen toreros y toros; se planifican temporadas – excesivamente a todas luces-, se forjan apoderamientos, y se componen cuadrillas. También se hace afición en los encuentros de Peñas que arropan a su torero, y los coloquios y conferencias de entidades culturales de condición taurina, que dan lugar a avivar la llama de la afición al toro, tan dormida tantas veces. Gran labor, hacen tantas entidades- asociaciones taurinas, peñas, concejalías de cultura, etc.- que cultivan la tauromaquia, desbrozando su duro suelo, para que el aficionado pueda transitarlo con agrado, al notarlo mollar.
El mundo del toro sin invierno, no sería el mismo. Y para muchos – entre los que me cuento- el invierno sin toreo, tampoco.