Hace unos tres años visité Perú, donde se nos asignó un guía turístico oficial para conocer su capital Lima: su catedral y su universidad.
La primera universidad
Cuando íbamos llegando a la primera edificación histórica, el guía anuncia que veremos “La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la cual es la primada de América”. Inmediatamente me puse de pies e interrumpí al guía turístico y le comuniqué delante de todo el mundo que estaba cometiendo un error histórico, ya que la primera universidad de América era la de Santo Domingo.
El señor de manera burlona expresó que eso era lo que siempre hemos pretendido los dominicanos y que desde hacía mucho tiempo ya se había demostrado que la primacía la tenían ellos. Que existía una Real Cédula que les daba esa condición de primogénita del Nuevo Mundo y a continuación para darle peso a su afirmación sacó un papel donde leyó:
“La Universidad de San Marcos de Lima fue creada por la Real Cédula de Carlos I, emitida en Valladolid el 12 de mayo de 1551”.
Lo que él no sabía era con quien estaba hablando, por lo que rápidamente argumenté que si el conocía la bula “In Apostolatus Culmine” del papa Paulo III, del 28 de octubre de 1538, que “establecía que la Universidad Santo Tomás de Aquino de Santo Domingo era la primera del Nuevo Mundo”. Se produjo un silencio total.

Cabe destacar que 1914, por decreto del presidente de la República Ramón Báez, se crea la actual Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) como institución educativa superior heredera de la histórica Universidad Santo Tomás de Aquino.
La Catedral Primada de América
Pero la cosa no quedó ahí, cuando llegamos a la Catedral de Lima, el tozudo guía dijo que “también los dominicanos dicen que tienen la Catedral Primada de América, pero que se tenía documentado que la peruana fue realmente la primera de América, ya que “en 1535, Francisco Pizarro ordenó construir un templo católico en el lugar donde se encontraba un centro de adoración indígena. El templo se inauguró en 1540, antes que la dominicana, y fue convertido en catedral en 1541 por el papa Paulo III, quien en 1546 la declara Iglesia Metropolitana”
Tras estos contundentes argumentos tuve que ripostarle por segunda vez recordándole que “la Catedral de Santo Domingo, Primada de América, Basílica Metropolitana de Nuestra Señora Santa María de la Encarnación, fue ordenada el 12 de mayo de 1512, durante el gobierno pastoral del primer obispo de Santo Domingo, fray García Padilla, quien por su condición de salud nunca pudo ocupar presencialmente la diócesis de Santo Domingo, y su construcción fue iniciada en el 1521 por monseñor Alessandro Geraldini, primer obispo residente de Santo Domingo, con la bendición de la primera piedra el 21 de maro de 1521. Fue inaugurada el 12 de febrero de 1546, con el nombre de Catedral Metropolitana y Primada de las Indias, siendo declarada en 1546, por el mismo papa Pablo III, mencionado por él, como la primera catedral del Nuevo Mundo, a petición del emperador Carlos V”.
Luego de hacerle esa segunda precisión, el guía se vio conmocionado y todos los turistas empezaron a comentar el asunto, por lo que decidió pedir que retornáramos al hotel porque él no iba a seguir dando ese tour.
Pero también aproveché para explicar que existían otras instituciones primadas de América establecidas en Santo Domingo, junto con la primera universidad y la primera catedral, como el primer hospital, el primer cabildo, la primera oficina de aduanas y muchas otras primacias. Al escuchar esto, el guía casi colapsó y no habló más.
El caso de los restos de Colón
En otra ocasión mas reciente, algo parecido me sucedió en la Catedral de Sevilla con los restos de Cristóbal Colón, cuando el guía estableció que ahí estaban los restos del Almirante.
De inmediato hice la aclaración de que estaban en el Faro a Colon en Santo Domingo.
El navegante murió en mayo de 1506 y fue sepultado en el Convento de San Francisco de Valladolid. En 1509 fue trasladado a la Capilla Santa Ana del Monasterio de la Cartuja, en Sevilla
Pero en su testamento el conquistador expresó su voluntad de ser sepultado en la Española. En 1537 María de Toledo, esposa de Diego Colón, solicitó licencia para trasladar dichos restos al rey Carlos V a la Catedral Primada de América, quien le otorgó la autorización mediante Real Cédula del 2 de junio de 1537.
Al finalizar la invasión de Penn y Venables en 1655, el arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco de la Cueva y Maldonado, dirigió una carta al Rey de España informándole la reparación y ampliación realizada el presbiterio de la Catedral, “en cuyo extremo izquierdo había dos cajas de plomo con las cenizas de Cristóbal y Diego Colón”.
Después en 1795, tras el Tratado de Basilea, mediante el cual España cedió a Francia la parte oriental de la isla de Santo Domingo. El 20 de diciembre de 1795 los supuestos restos del Almirante fueron inhumados, pero en lugar de extraer la urna con los despojos de Cristóbal Colón, fue retirada la que contenía los restos de su hijo Diego, la cual fue reubicada el 19 de enero de 1796, en la Catedral de La Habana en la Catedral de La Habana.
En 1877, al realizarse obras de reparación al presbiterio de la Catedral de Santo Domingo, se encontró el sarcófago de plomo –que contiene actualmente su tumba en el Faro a Colón- con una inscripción que rezaba: “Varón ilustre y distinguido, Don Cristóbal Colón”. Además, figuraban D. de la A. en el exterior, que el canónigo Billini tradujo como abreviatura de “Descubridor de América”.
Cuando Cuba logró su independencia de España en 1898, las autoridades españolas que presumían que esos restos eran los del Descubridor, los trasladaron en 1899 a La Cartuja de Sevilla.
De acuerdo con estudios de ADN realizados en Sevilla, sobre los huesos que tenían en La Cartuja, ya en 2006 Lorente afirmaba que “no cabía ninguna duda” de que la urna en la Catedral de Sevilla eran los restos de Colón. Sin embargo, un genetista aseveraba que “todos los miembros de la familia Colón enterrados en Santo Domingo compartían información genética”. Es decir, que era muy difícil discernir entre unos restos quien era cada persona.
Asimismo, existe otra teoría de que en esos tiempos era costumbre dividir los restos en varias partes y conservarlos en varios lugares. Estas nuevas afirmaciones de Lorente son más de lo mismo, solo reafirman su teoría esbozada por años, aunque en esta ocasión usa el término de “fiabilidad absoluta”, pero revela que ambas posturas “podrían ser ciertas, ya que los dos conjuntos de huesos estaban incompletos”, mostrándose abierto a la posibilidad de que los restos estén divididos entre Sevilla y Santo Domingo.
Los huesos en República Dominicana han sido históricamente objeto de estudio, y de manera oficial no existen dudas de su autenticidad, como lo demuestran los textos de Emiliano Tejera, Emilio de la Cruz Hermosilla y Carlos Esteban Deive, citados en la obra “Los restos de Colón. Bibliografía” de Frank Moya Pons (2006).