Nunca se encontró tal piedra, a pesar de aquella ensoñación de El Bosco que todos recordamos. A fecha de hoy seguimos sin tener un ‘marcador biológico’ para los trastornos mentales, como tenemos para la mayoría de situaciones clínicas: el hematocrito en la anemia, la glucosa en la diabetes o los anticuerpos en las infecciones virales. Cuando la ciencia desconoce una causa razonable se desata la imaginación, como ocurrió durante siglos con la locura para la que se propusieron causas esotéricas y tratamientos bizarros. El mismo problema sufrió la homosexualidad, que también desató hipótesis absurdas y terapias aberrantes.
El transgénero se encuentra todavía en un proceso similar al que tuvo la homosexualidad antaño; al no poderse diagnosticar con certeza da pábulo a calenturientas teorías, empezando por negar su existencia o considerarla un ‘vicio’. La politización de los hechos biológicos cuya etiología se desconoce alcanzó su paroxismo con el problema de la ‘raza’, lo cual tuvo unas terribles consecuencias que enturbiaron la historia del siglo XX.
La genética ha acabado con el concepto de la raza tal como se entendía, ya que a través del estudio del genoma de una persona no es posible conocer su fenotipo. Puede saberse si es albino o pelirrojo, pero no si es judío, oriental o subsahariano, pues somos todos la misma especie, Homo Sapiens. Tras haberse conocido el genoma del Neandertal podemos distinguirlo del Sapiens por algunas variantes genéticas propias cuya huella, en pequeño porcentaje, puede rastrearse en el hombre moderno. Curiosamente, esto es una prueba irrefutable de que hibridamos con ellos en el pasado, hallazgo que ha abierto la polémica de si en realidad somos o no la misma especie.
En resumen, la locura, la homosexualidad y la raza, y más recientemente el transgénero, han sido históricamente objeto de patologización, estigmatización y control social a través de discursos científicos y médicos. Desde el siglo XIX, especialmente con el auge de la psiquiatría, la antropología y la biología como disciplinas formadoras del saber, estas características o condiciones se clasificaron y jerarquizaron como “anomalías” respecto a una norma ideal. La locura se vinculó al desorden mental que debía ser contenido; la homosexualidad, hasta hace pocas décadas, fue considerada una enfermedad mental; el transgénero se ha debatido como un “trastorno” en lugar de una expresión legítima de identidad, y la raza fue instrumentalizada para justificar teorías racistas mediante pseudociencias como la frenología o la eugenesia.