Tuve la fortuna de tratar y recorrer caminos junto al gran Maestro Fernando Soto Aparicio, de quien aprendí que si el escritor quiere dejar huella, debe ser denunciante y profeta a la vez, ser versátil en sus creaciones para atraer muchos ojos a sus renglones, al igual que resulta importante participar en los escenarios donde se permita analizar la transformación de realidades sociales que vivimos en déficit.
El oficio conlleva búsqueda de palabras precisas, pensadas, pero especialmente comprendidas para ver lo que somos y cómo actuamos. Unos arquitectos de la palabra que deben diseñar tejidos de esperanza y construir ideas con voz y pensamiento.
Sus libros son la distancia necesaria para mirarnos mejor y para controvertir con la razón. En ellos se encuentra una tierra firme para imaginar, pero también para sembrar en los senderos mágicos que hacen parte de la idiosincrasia de los pueblos.
Vivimos una crisis social con moratoria ética. La ausencia de una cultura de integridad es alarmante, pero igualmente, en la evolución de nuestra sociedad, encontramos que el lenguaje con su dinamismo se fue transformando, tal y como lo hemos visto con los valores.
Es cierto que el ser humano se cuestiona sobre lo que debe hacer, y en ese juicio mental elige como actuar, que se traduce en el ejercicio de la verdadera libertad, en la actitud y manera como justifica esa decisión con las responsabilidades que le genera.
Por eso cuando Sartre dijo <<Estamos condenados a la libertad>> en realidad se refería a la necesidad de elegir -como una característica propia del ser humano- para encontrar una línea de conducta que traza nuestro destino, que permite reflexionar y responder porque hacemos una cosa en lugar de otra. De la suma de actitudes en unos y otros, resultan hábitos y con ellos la construcción de una sociedad de cuyos actos hacemos parte y damos fe.
Entonces, el oficiante de la palabra permite pensar, sentir y actuar. Lleva la historia por dentro, el anhelo de revivir el espíritu y atmósfera de una sociedad a fin de comprender el tejido interno de hábitos, expectativas, y hasta el estilo de vida.
El despliegue de los medios masivos de comunicación agrega nuevas palabras al léxico y terminamos por aceptar o adoptar algunos términos. ¡Que tristeza! Pero hasta el lenguaje se nos volvió solapado. ¿Por qué? Con los eufemismos tenemos otros nombres pero nunca una situación diferente, porque es la máscara del sentido del lenguaje.
Ahí está la importancia y responsabilidad del artesano de la palabra por ser en esencia sentimiento, magia creadora de letras con el realismo de las vivencias de la sociedad, y referente inigualable de compromiso social.
Cuánta razón tenía mi maestro de español en bachillerato, cuando en un ejercicio de clase nos dijo alguna vez, que no basta tener la idea mental sino la gramatical…Y pensar que esa enseñanza recoge una pasión, gran oficio y excelente reflexión.