Fabricando el mundo

Obsolescencia desprogramada

Mucho se ha hablado ya sobre la obsolescencia programada, esa idea maquiavélica de las empresas para hacer que algunos productos (normalmente relacionados con la tecnología y las nuevas tecnologías) tengan una vida útil programada.

Que un teléfono se quede obsoleto en un par de años o que no pueda realizar las mismas funciones que antes (o con la misma fluidez) es algo que hemos asumido. Si una impresora de tinta deja de funcionar correctamente sin que haya habido un mal uso por nuestra parte, no ponemos el grito en el cielo. Compramos otra y listo.

Pero que se rompa una pieza de plástico de una máquina de lonchear fiambre antigua quizá es algo que no estaba programado. La empresa fabricó esa pieza sin pensar en el número de usos que podría soportar a lo largo de 20 años de duro trabajo en una carnicería. No es obsolescencia programada, es simplemente que la pieza no dio para más.

Ahora, la tecnología de impresión 3D está al alcance de cualquiera. Todos podemos tener una impresora en casa por un precio relativamente bajo. Son fáciles de operar y la calidad que ofrecen es bastante útil según para qué cosas.

Recapitulando: por un lado, los objetos cotidianos hechos de plástico se estropean con el uso y el paso del tiempo. Por otro lado, las impresoras 3D ya son accesibles y fáciles de usar.

Entonces, ¿por qué no podemos reparar nuestros propios objetos?

Básicamente, porque no nos han enseñado a diseñar objetos en 3D.

A menos que hayas estudiado arquitectura, diseño de producto o alguna ingeniería, es difícil que puedas diseñar esa pieza por ti mismo. Quizá porque no tengas los conocimientos, quizá porque no tengas tiempo o quizá, simplemente, por pereza.

Creo firmemente en la liberación de los diseños de los productos que usamos habitualmente y que ya han pasado su ciclo de aprovechamiento para la industria. Esos repuestos ya han sido diseñados en 3D en el pasado, existen en algún ordenador y podrían ser parte del kit de obsolescencia desprogramada de cada compañía o de cada producto que podamos adquirir.

Si tuvieras que comprar una bicicleta y estuvieras dudando entre dos marcas diferentes, ¿no te decantarías por aquella que ofrece en su página web los diseños 3D de las piezas más susceptibles de ser reparadas?
Yo sí lo haría. Ese compromiso con los compradores creo que haría que más de uno se decantase por marcas, en principio desconocidas, pero que dan la sensación de preocuparse realmente por la obsolescencia de sus objetos.

¿Quiere decir esto que los talleres se quedarían sin clientes? No necesariamente. Si un taller pudiera imprimir cualquiera de los repuestos, yo iría directamente a ese taller, sabiendo que siempre tendrán la pieza que necesito. Y hablo de siempre, para siempre, en cualquier futuro.
Además, cuando se te estropea algo, no lo llevas a la fábrica para que lo reparen, sino a un taller que probablemente trabaje con varias marcas para ser rentable.

La impresión 3D avanza a pasos agigantados. En el futuro, no solo se imprimirá en plástico en casa, sino que cualquier material será susceptible de ser impreso, incluso metales.

Pero seguimos teniendo el problema de que las empresas que fabrican y venden productos no comparten los modelos 3D de las piezas de repuesto. No quieren darnos la ventaja (tanto a usuarios como a talleres) de replicar sus piezas para reparar los objetos que ellos mismos han fabricado.