A Volapié

Objetivos versus incentivos

Los políticos suelen olvidar que la economía responde a la lógica de los incentivos y sus consecuencias. Ellos razonan en función de objetivos y de lo atractivos que puedan resultar para la consecución de votos dado que su principal meta no es resolver problemas sino permanecer en el poder.

Un conocido socialista sueco dijo que, a la vista de las evidencias, el control de alquileres es la mejor manera de destruir una ciudad, sin tener en cuenta la opción de bombardearla. Lo mismo dijo un funcionario comunista vietnamita años después de la guerra de Vietnam cuando afirmó que las leyes de alquileres máximos habían destruido Hanoi, cosa que el poder de EE.UU no había logrado. 

A pesar de todas las evidencias en contra del intervencionismo estatal en la vivienda, muchos políticos siguen empeñados en repetir los mismos errores desde hace décadas. Lo inaudito es que les sigan votando los que desean optar a viviendas asequibles.

La desemejanza entre los objetivos y los resultados obtenidos es fruto de los incentivos negativos que genera la intervención pública. Las políticas actuales desincentivan la oferta y por lo tanto empeoran la accesibilidad a la vivienda. Sin embargo, tanto el anticapitalismo como el estatismo imperantes no soportan la idea de dejar que el mercado, es decir la gente en libertad, resuelva el problema porque a ellos les va mejor cuanto peor van las cosas. 

Los incentivos son fundamentales porque el ser humano hace siempre más por su propio beneficio que por el de los demás. Esto también es el caso de los empresarios más socialistas que uno pueda encontrar pues, cuando se trata de su propio capital, sólo atienden a los incentivos económicos. Esto es lo que hacen Bardem y Pablo Iglesias con sus negocios de restauración. Ellos actúan como lo haría cualquier inversor o emprendedor ya que cuando se trata de su dinero se vuelven racionales y dejan de ser marxistas empedernidos. Cuando se trata del nuestro, es otra cosa.

Políticos y burócratas no entienden el papel vital que cumplen los precios. Las leyes que han fijado precios máximos a los alimentos para ayudar a la población siempre han causado escasez y con frecuencia hambre. Esto sucedió en la Italia del siglo XVII, en la India del XVIII, y en bastantes países a lo largo del XX, entre ellos varios africanos, e incluso en los EE.UU de Nixon. 

Lo mismo ocurrió en la Roma imperial de Diocleciano, sin embargo, el ser humano se niega a aprender del pasado, especialmente cuando alcanza posiciones de gobierno. Al fin y al cabo, los gobernantes nunca sufren las penurias que sus políticas provocan. El poder no sólo corrompe sino que embrutece. 

La economía de libre mercado es un medio para lograr una asignación eficiente de recursos escasos. Cuando nos entrometemos en el mercado cambiamos los incentivos, lo que en unos casos provoca una asignación ineficiente que destruye riqueza, y en otros, se produce la expulsión de la oferta, lo que genera escasez y empobrecimiento.

Alinear los objetivos con los incentivos a los que responden los agentes económicos es clave para tener éxito en política económica y social, y para esto es imperativo reconocer la primacía de la realidad sobre la ideología. 

Esto es lo que hace de Suiza una nación próspera en la que no arraiga el populismo ni el radicalismo como sí ocurre en la pobretona y declinante España.