Mi abuelo Sinesio Delgado, tras refundar y dirigir el “Madrid Cómico” en su época más brillante, de 1883 a 1898, tuvo la brillante idea de crear una sociedad en la que autores y compositores se agruparan en defensa de sus intereses, administrándose a sí mismos, y escapando de los propietarios de archivos musicales que compraban sus derechos a los autores de por vida por cuatro perras, en una suerte de explotación injusta para los creadores. La idea de Sinesio se pudo llevar a cabo por la generosidad del maestro Ruperto Chapí, que puso su archivo al servicio de sus compañeros. La Sociedad de Autores Españoles se fundó en 1899, con Vital Aza como Presidente y Sinesio como Secretario. Desde comienzos del siglo XX, Sinesio Delgado se dedicó a estrenar obras teatrales, hasta alcanzar un centenar, y a escribir artículos en el recién creado diario ABC, del que Torcuato Luca de Tena era propietario y director. Bajo el título de “Murmuraciones de actualidad”, Sinesio comentó los acontecimientos más destacados de nuestro país. Su último artículo se publicó al día siguiente de su fallecimiento, en enero de 1928.
Como recuerdo y homenaje me propongo, mucho más modestamente, continuar esas murmuraciones sobre la actualidad española. En este primer artículo es obligatorio referirme a la gran tragedia que ha provocado el DANA en tierras valencianas, y también, pero afortunadamente con menor gravedad, aunque con un terrible balance en destrozos y pérdidas humanas, en Andalucía y La Mancha
La tragedia en Valencia pudo ser menos espantosa si se hubieran tomado a tiempo medidas y previsiones, pero los responsables regionales, en primer lugar, y en menor parte el Gobierno de la Nación no estuvieron a la altura de las circunstancias. Edificios enteros destrozados por una riada de consecuencias terribles. Las aguas desbordadas inundaron bajos y garajes. Las víctimas mortales superaron ampliamente las cifras de fallecidos, con el agravante de que muchas víctimas cayeron en sus viviendas o en su garajes, y a otras las aguas les engulleron en esa terrible diada. Si se hubiera dispuesto la alarma roja antes de que se llegara la catástrofe, quizá el número total de muertos no sería tan elevado.
Hubo alcaldes de las poblaciones afectadas que vieron venir el peligro, y en una actuación heroica dispusieron el cierre de colegios y universidades, y alertaron de la necesidad de que la población se refugiara en los pisos altos. Pese a todo, el espectáculo fue dantesco. Edificios reducidos a escombros, coches amontonados en calles y garajes, hombres mujeres y niños arrastrados por la fuerza de las aguas. En medio de esta catástrofe, los vecinos se lanzaron a rescatar a las personas encerradas en sus casas, arriesgando sus vidas para salvar la de los demás, en un ejemplo de solidaridad. La destrucción ha sido tan terrible, que costará cantidades ingentes de dinero y de esfuerzos, además de mucho tiempo, volver a la situación anterior. Debe destacarse la presencia de los Reyes de España en los lugares de la catástrofe, como una muestra admirable de solidaridad y cercanía con los que han sufrido la pérdida de seres queridos, la desaparición de sus viviendas, la destrucción de sus negocios. La ayuda debe ser, no sólo generosa, sino sobre todo rápida.
¿ Y los políticos? Como en otras ocasiones, hubo: de todo; los que se unieron a los rescatadores, y los que no supieron qué hacer. Se habla mucho de la política y de los políticos. Esta tragedia ha puesto, entre otras cosas, que no todos sirven para ejercer la noble función de la política, entendida como un servicio a los demás, y no para servirse de ella. El enfrentamiento partidista se ha reflejado en echar las culpas de todo a los demás, sin reflexionar sobre las propias culpas. Esto es extensible al Gobierno y a la oposición. Esta última está para, como su propio nombre indica, oponerse a los errores del Gobierno, y éste dejar de creer que todo lo que propone la oposición debe rechazarse sin más. Nos iría mejor a todos si las propuestas de unos fueran aceptadas, si son justas, mientras los otros estuvieran dispuestos a reconocer que los que se oponen pueden tener razón en sus demandas.
Mi experiencia en muchos años de informar sobre asuntos de Gobierno me hace pensar algo que puede parecer cursi, pero es verdad. No digo que sea imposible, pero sí muy difícil caminar por los senderos de la política, sin dejarse jirones de la propia conciencia en el camino. Los políticos deberían tener siempre presente la necesidad de reconocer, y pedir perdón por sus errores y sus equivocaciones. Esto es también muy difícil, y así nos va.