Prisma Internacional

Munich II

Poco o muy poco sabemos de lo que se ha tratado en la cumbre de Alaska entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y Estados Unidos, Donald Trump, acerca de la guerra de Ucrania. Era un encuentro sobre Ucrania sin Ucrania, paradójicamente, pero también sin Europa, el continente donde se desarrolla el conflicto y amenazado permanentemente por Moscú. Trump tenía todo calculado fríamente para poner en marcha la gran trama, la traición definitiva a sus socios y aliados europeos, de los que se quería vengar por supuestas afrentas pasadas y complejos de inferioridad nunca asumidos. 

A finales de septiembre 1938, en la ciudad de Munich, los líderes de la Alemania nazi, la Italia fascista y las supuestamente democráticas Francia y el Reino Unido, reunidos en torno a una mesa camilla, decidieron trocear Checoslovaquia y entregar los Sudetes a Hitler en bandeja de plata. Unos meses después, en marzo de 1939, los nazis ocuparon Bohemia y Moravia, consumándose de una forma trágica la desaparición de Checoslovaquia. 

Ya unos meses antes, Hitler se había anexionado Austria y amenazado a casi todos sus vecinos, pero lo peor estaba por llegar. El 1 de septiembre de 1939, tras el último verano europeo en paz, las tropas alemanas atacaron Polonia y, en apenas tres semanas, se consumó la ocupación de este país. La Unión Soviética, que había firmado unos acuerdos casi secretos con Hitler, también atacó Polonia y se quedó con algunos territorios de este país. Acababa de comenzar la Segunda Guerra Mundial y los europeos todavía no dimensionaban la tragedia en ciernes. Unos meses después serían conscientes y testigos del Apocalipsis que estaba por llegar; Hitler se paseaba triunfante el 23 de junio de 1940 por los Campos Elíseos de París y Europa se rendiría a sus pies.

“Nauseabundo, vergonzoso e inútil”, así tildaba un periódico ucraniano al encuentro celebrado en Alaska entre Putin y Trump. El presidente norteamericano, aprendiz de brujo en todo lo que sea contentar y agasajar al autócrata ruso, ha demostrado que carece de principios, está dispuesto a vender su alma al Diablo con tal de conseguir su ansiado Nobel de Paz y que le da exactamente igual la suerte que puede correr Europa -y por consiguiente Ucrania- con tal de conseguir sus objetivos políticos y también comerciales (en el fondo de él tan solo hay vulgar tendero).

Al parecer, la cumbre de Anchorage pasará a la historia como Munich II, en donde Trump selló la rendición incondicional ante Putin y vendió, a cambio de no se sabe qué espurios intereses, Ucrania, buscando una falsa paz que nunca llegará a cambio de que los ucranianos cedan el 20% de su territorio ocupado. Sin embargo, a costa de perder el honor y la vergüenza en aras de acabar con una guerra, a Trump le acabará pasando como su homólogo británico de entonces, Neville Chamberlain, que cosechará ambas cosas, y la guerra de Rusia contra Europa, que comenzó en 1991 cuando los rusos atacaron Moldavia y Georgia, seguirá su (casi) irreversible curso sin que nadie en el mundo -y menos en nuestro continente- parezca inmutarse. 

Alea jacta est

Alea jacta est, la suerte de Ucrania ya está echada sin que los ucranianos hayan podido siquiera participar en su propio funeral. Trump, finalmente, se ha visto abducido por Putin y ha copiado la narrativa del dictador acerca de Ucrania, en el sentido de que esta nación no tiene una identidad y una cultura nacional propias, sino que es parte del “mundo ruso” y debe ser incluida en el mismo. La imposición de la “pax rusa”, tal como sueña y anhela el asesor de Putin y filósofo nacionalista Alexandr Duguin, implicaría una esfera de influencia rusa en la que se incluiría a Ucrania, abarcando aspectos militares, políticos y culturales. Pero también en todo el continente, y eso abre la posibilidad que en el futuro Rusia acabe atacando a sus vecinos, a los que Moscú considera “enemigos”, entre los cuales se encuentran Polonia, los países bálticos -Lituania, Letonia y Estonia-, Moldavia y Georgia.

Como ocurrió en Munich con los “amigos” de Checoslovaquia frente a Hitler, Trump se rindió frente a Putin, no le exigió nada a cambio de la cesión territorial que supuestamente tendrá que hacer Ucrania para detener la agresión rusa y se consumó la felonía a los ucranianos. Anchorage pasará a la historia como Munich II, el emblema decadente y rastrero de una diplomacia claudicante y apaciguadora frente a la agresión y ocupación rusa de Ucrania. Putin, gran triunfador de esta ignominiosa cumbre de Alaska, no ha cambiado un ápice en sus demandas iniciales, que pasan por el desmembramiento de Ucrania y la no inclusión de esta nación en la OTAN. Bienvenidos al nuevo orden internacional, a partir de ahora el derecho internacional será sustituido por la ley de la fuerza. Qué gran derrota.