Estamos acostumbrados a que los políticos ofrezcan servicios, derechos, subsidios, subvenciones, rentas, y todo tipo de ayudas sin coste alguno para el ciudadano, o eso es lo que nos dicen cuando afirman que en cualquier caso lo pagarán los ricos. La realidad es que no existe nada gratis y lo que nos dan con una mano nos lo quitan con la otra con creces.
Para empezar el número de ricos es extremadamente bajo, menos del 0,1% de la población. Por lo tanto, el enorme esfuerzo fiscal que soportan los españoles, entre el 40 y el 50% de la renta, recae sobre las clases medias. Por si entregar la mitad de lo que ganamos al estado fuera poco, además tenemos que soportar una elevada inflación como consecuencia de la política del gratis total.
Cuando los ingresos fiscales no cubren el coste de las prestaciones “gratuitas”, el gobierno financia el déficit emitiendo bonos y obligaciones. En primera instancia es el mercado, es decir los inversores, los que compran esta deuda a cambio del pago de intereses. Sin embargo, conviene no olvidar que los intereses drenan recursos que son necesarios para las inversiones, y que generalmente se traducen en subidas de impuestos adicionales.
Cuando el volumen de deuda emitido es muy grande y el mercado no es capaz de absorberlo entonces entra en acción el banco central (BCE) mediante la creación de dinero nuevo que utiliza para comprar la deuda no colocada entre los inversores. Como se trata de grandes cantidades, el crecimiento de la masa monetaria en circulación genera inevitablemente inflación.
Esto es lo mismo que establecer un impuesto a toda la población. La inflación acumulada desde el COVID es de más del 20%, lo que quiere decir que nuestro dinero tiene un poder de compra inferior en al menos ese porcentaje, cortesía de políticos y burócratas irresponsables. La inflación tiene principalmente una causa monetaria, aunque hay otras ligadas a los gobiernos como el exceso de impuestos y de regulaciones.
Se puede entender que en un momento de grave crisis este proceder sea necesario, lo que no es aceptable es que una vez pasado el bache, el gobierno no reduzca su gasto al menos al nivel anterior a la crisis, ni que el BCE no esterilice o elimine el aumento del dinero en circulación mediante la venta en el mercado de todos esos bonos que compró con dinero de nueva creación.
La masa monetaria debería crecer a un ritmo similar al de la expansión de la economía. Cuando aumenta más rápido, la inflación es inevitable. La pérdida de poder adquisitivo del dinero daña a todos, pero especialmente a los que menos tienen. Esto es así porque las clases altas y medias tienen activos inmobiliarios y acciones que suben de valor al calor de la inflación. Los que no tienen, o tienen poco, son los más perjudicados. Esta política insensata de financiar el gasto público mediante la monetización de la deuda es la que ha arruinado a la Argentina y a Venezuela.
Es destacable, por lo negativo, que esta forma inflacionista de financiar el gasto aumenta la desigualdad puesto que los que no tienen activos están desprotegidos y se van empobreciendo inexorablemente. La inflación es por lo tanto un impuesto más, y de los más elevados y regresivos, particularmente para los pobres y las clases bajas y medias. Los perceptores de prestaciones supuestamente gratuitas las están pagando mediante la inflación, el llamado impuesto a los pobres. Como nada es gratuito en la vida, si no nos cobran de forma explícita, lo harán de forma implícita.
Los políticos y la burocracia son los principales beneficiarios de este proceder perverso y engañoso que atrae a grandes masas de votantes ofreciéndoles prestaciones falsamente gratuitas. Cuando el BCE llena su balance de deuda emitida por un estado cuyo gobierno gasta en demasía, lo que hace es ayudarle a financiar un nivel de gasto que en realidad excede su capacidad financiera, lo cual es una irresponsabilidad, salvo excepciones que siempre deberían ser revertidas a la mayor brevedad posible.
Adicionalmente el BCE interviene manteniendo artificialmente bajos los tipos de la deuda pública de dichos países, cosa que generalmente no debería hacer pues de esta manera fomenta políticas de gasto y endeudamiento imprudentes. Al fin y al cabo, ¿quién va a cambiar de rumbo si el coste de la deuda llega a ser incluso negativo?.
El problema es que más pronto que tarde surge la inflación y entonces hay que subir los tipos. Cuando esto sucede, esos bonos de calidad dudosa pierden parte de su valor y generan pérdidas importantes al banco central, y por lo tanto a los estados que son sus accionistas indirectos. Recapitalizar el BCE cuesta dinero que hay que pagar de nuevo con más impuestos.
El resultado de esta forma de gestionar la cosa pública es el empobrecimiento general del país. Esto sucede de varias maneras, la primera es la inflación, la segunda es el estancamiento de las rentas del trabajo, y la tercera es el alza incesante de la presión fiscal, pérdidas del BCE aparte.
Conviene desconfiar de aquellos que nos ofrecen gratis el oro y el moro a cambio de nuestro voto. Todo tiene un coste y nos lo harán pagar con creces, tanto a nosotros como a nuestros hijos. Como decía Milton Friedman, “there is no such thing as a free lunch”.