Prisma Internacional

El método de todos los nacionalismos explicado por Slavenka Drakulic

La escritora croata Slavenka Drakulic radiografía en sus obras el conflicto yugoslavo del siglo pasado desde la mirada de una mujer comprometida y desde la distancia del autoexilio que se impuso en Suecia. Su bajada a los infiernos del nacionalismo es una auténtico ejercicio de biopsia para examinar la implosión de los nacionalismos en Europa y su nada sorprendente éxito en muchos países europeos, incluyendo el suyo, Croacia.

EL libro No matarían ni una mosca, recientemente editado en España, no es un ensayo al uso, sino una suerte de ajuste de cuentas de una escritora croata antinacionalista, demócrata y, quizá, hasta yugonostalgica, en el mejor sentido de la palabra -yo también, confieso, lo soy-, con el pasado de su país, Croacia, teñido de claroscuros y una historia reciente cargada de páginas heroicas, para algunos, y otras no tanto, como la abultada lista de crímenes de guerra de algunos de sus “héroes” en la reciente guerra yugoslava (1991-1995). 

Pero también en este libro, que como todo ajuste de cuentas tiene algo de ruptura violenta con el pasado o vengar afrentas con el nacionalismo croata, Slavenka Drakulic se atreve a enfrentarse con los suyos, los croatas, para que asuman su propia historia, sus capítulos más oscuros y siniestro. Se trata, en definitiva, de ser capaces de mirarse al espejo sin sentir vergüenza de los suyos, pero asumiendo las culpas del pasado desde la memoria histórica, en un ejercicio de catarsis colectiva para poder caminar sin traumas hacia el futuro. 

Por todo ello, y muchas cosas más que se cuentan en este libro y otros escritos antes, Drakulic fue considerada como una “traidora” por algunos en su país y optó por autoexiliarse a Suecia para evitar males mayores, porque en estas tierras estas cosas pueden ir a mayores y encontrarse a la puerta de la esquina con alguna desgracia no deseada. 

Para Slavenka, no existe la culpa colectiva, de todos los croatas, pero se pregunta abiertamente: ¿puede haber inocencia colectiva? La respuesta a esta cuestión es muy compleja, porque, como señala la escritora, el enemigo estaba dentro, en la misma Yugoslavia, y nadie fue capaz de percibir la amenaza, pese a que la guerra ya estaba en ciernes. Y el silencio de todos, ante el avance del odio nacionalista, fue otro gran responsable y aliado de los gestores del odio, si así puede llamar así a los nuevos caudillos del nacionalismo, paradójicamente procedentes en su gran mayoría del antiguo régimen comunista. 

La construcción del enemigo, elemento central en el nacionalismo

Luego está la cuestión de la construcción del enemigo, bien sea croata, serbio, bosnio o albanés, que es un elemento fundamental en el discurso nacionalista. Para empezar, “es importante identificar el objetivo y ofrecer razones convincentes para el odio”. Lo más importante es que esas razones sean convincentes para que puedan movilizar a la gente y se adhiera, sin más razonamientos, al nuevo credo nacionalista que servirá para justificar los más abyectos crímenes, tal como ha pasado en las guerras de los Balcanes y en otras cruzadas nacionalistas, incluyendo aquí a nuestros nacionalismos locales. 

Así las cosas, el crimen, el saqueo de las propiedades, la tortura y el exterminio, están justificados porque la persona ha sido reducida a una abstracción y ya es uno es libre de odiarla porque el obstáculo moral ya ha sido abolido. Es como darle patente de corso a los nuevos nacionalismos para que puedan justificar y legitimar todo tipo de atropellos y tropelías, incluido perseguir a los que hablan otras lenguas, porque queda probado que nuestros enemigos ya no son seres humanos y no estamos obligados a tratarlos como tales. “Y no importa que, al hacerlo así, también nosotros nos reduzcamos a una categoría abstracta, que ya no seamos individuos porque, a los ojos del enemigo, somos también los otros”, señala con mucho tino Drakulic. 

De esta forma, mediante este método de señalar al enemigo, se destruyó la antigua Yugoslavia, en parte porque poca gente fue capaz de resistir la atmósfera general de normalización del odio. Unos cometían y perpetraban los crímenes y el saqueo, mientras que el ciudadano medio, al igual que ocurrió en la Alemania nazi con los alemanes frente la Holocausto, prefirió mirar hacia otro lado o quedarse callado frente a la injusticia y el crimen colaborando, de una forma u otra pero no inocente, con una política cuyo programa es la muerte y la destrucción. 

Sin el triunfo de esta política de señalar al enemigo, de aniquilarlo primero moralmente despojándole de su carácter humano para después exterminarlo, no se explican las guerras en la antigua Yugoslavia y así lo explica Drakulic de una forma magistral en su libro, donde aparte de estas reflexiones morales expone, a través de de un “catálogo” de criminales de guerra bien retratado  de aquellos que cometieron los peores crímenes, que los mismos fueron perpetrados por personas normales, como nosotros mismos, ya presas de ese odio al diferente, al otro, al colectivo señalado para ser depurado y exterminado. Solamente así se explicarían matanzas terribles como Srebrenica y otros capítulos de esa guerra cruel, bárbara y me atrevería a decir que medieval.