“Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada.”
— Edmund Burke
“El mal manda en el mundo”. Con esas palabras, Karlos Arguiñano —a quien admiro no sólo por su cocina de sabor auténtico, sino por su resiliencia y sus silenciosas acciones solidarias— resumió, en una reciente entrevista, la decepción de llegar a los 80 años convencido de que las guerras nunca terminarán.
Y lo cierto es que no hace falta profundizar demasiado para darle la razón. Desde el inicio de la historia, el mundo no ha dejado de estar en guerra. Algunas más visibles en los medios, otras escondidas en rincones olvidados, pero siempre presentes.
La frase de Arguiñano es lapidaria: “el mal manda en el mundo”. Y allí quiero detenerme.
Si el mal domina, ¿no será porque los buenos hemos abandonado la escena? ¿O será que el poder termina por torcer la bondad? Jesús advirtió a sus discípulos: “Estad atentos… el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26,41).
Hoy no sólo no estamos atentos: hemos perdido el interés. Corremos detrás de pequeñas rutinas que nos dan una paz de bolsillo, una cuenta bancaria segura, o al menos una ilusión de certeza para mañana.
Mientras tanto, distraídos, dejamos espacios vacíos. Gritamos justicia en pancartas, pero luego nos vamos a dormir con el enemigo suelto en las calles y hasta en nuestras propias paredes.
He tenido la tentación de reclamarle a Jesús que cambie de agente de marketing (me perdone la herejía). Porque, ¿cómo explicar a los hijos que el bien vale la pena, cuando
pareciera que da lo mismo la fidelidad que la traición, cuando quien roba es celebrado en libros y películas, cuando los best sellers relatan historias de corrupción mientras los libros de poemas se acumulan en abandono?
Tal vez, querido Karlos, la verdadera rebelión de nuestra historia sea esta: no callar, no retirarnos, no cansarnos de repetir que el bien sigue teniendo sentido.
No pierdo la esperanza. Tal vez porque aún no tengo tus 80 años, o tal vez porque descubro que personas como tú siguen mirando a quienes peor la pasan en este mundo. Y es ahí donde aparece la responsabilidad: quienes vivimos con más comodidad tenemos mayor compromiso.
Aunque las guerras sigan y el mal no deje de hacer ruido con su escándalo de dolor, el bien germina en silencio, como una semilla que se multiplica en frutos.
Después de todo, el verdadero “marketing” de Jesús es este: la única forma de derrotar al mal es inundar el mundo de bien.