La música de la palabra

La luna, su romance y el flamenco

La luna erótica, la diosa de la fertilidad y el devenir, la luna que ilumina a los amantes, la del sueño y duermevela, la que expresa el ciclo vital con sus diversas fases. La luna de la imaginación y el delirio, la que sangra en el eclipse, la que se lleva las lamas de la mano, la luna que nos templa el alma, que transforma su reflejo en el agua. La luna de la creatividad, la Diosa blanca grecolatina es motivo central y tema para innumerables poetas, entre ellos, quizás el que ha conseguido expresar más ampliamente toda su riqueza simbólica es Federico García Lorca.

 El poeta le dedica un romance entero a la luna, se trata del romance que abre su Romancero gitano, el “Romance de la luna, luna,” donde el sentido paradójico del erotismo y la muerte se dibuja de manera sublime en cuatro versos: “En el aire conmovido / mueve la luna sus brazos / y enseña lúbrica y pura, / sus senos de duro estaño.” La parte erótica del romance (que también cantaba Camarón) es evidente; la fúnebre, tiene que ver con lo que se narra y con el simbolismo del metal. En cuanto a la parte erótica, en este romance la luna seduce al niño gitano para llevarse su alma y dejarlo muerto en la fragua, en cuanto al simbolismo del metal (de acuerdo con Ramón Xirau y Miguel García-Posada), suele tener una valencia de muerte en el mundo lorquiano.

Esta ambivalencia simbólica del astro está íntimamente relacionada con el arte flamenco (gran inspiración para Lorca) que en una suerte de contrapunto consigue expresar simultáneamente erotismo y muerte. Esto se aprecia de manera más clara en el baile, entre la expresión pasional del cuerpo y el taconeo que se detiene en un remate expresando la muerte con su silencio. En este sentido Lorca apuntaba en su conferencia sobre el Romancero gitano, que, en su Romance, la luna es una bailarina mortal. Con estos dos atributos quizá se refería no solamente al hecho de que la luna consigue quitarle la vida al niño gitano, sino también -implícitamente- al erotismo del baile con el que lo seduce.

En el mismo “Romance de la luna, luna,” la luna, con su danza erótica y mortal, comienza por embriagar al niño gitano para poder seducirlo. En este sentido observe el lector los siguientes paralelismos colocados estratégicamente justo antes de que empiece el proceso de seducción: “El niño la mira, mira [a la luna] / el niño la está mirando.” Por medio de la repetición el poeta consigue dibujar la manera en que el niño se deja embriagar por la luna a través de la mirada. Las repeticiones en música y poesía tienen -entre otras cosas- el efecto de embriagar. A base de repetir los nombres, los nombres pierden su significado referencial para expresar plenamente sus significaciones musicales. Con estos dos versos García Lorca nos embriaga a nosotros también, porque consigue ofrecernos la plena musicalidad de la palabra. 

La luna en la lírica flamenca -igual que en el Romance de Lorca- tiene la virtud de embriagarnos, como puede apreciarse en la siguiente seguiriya: “A las doce o a la una, / cuando viene el viento, / siempre me encuentra borracho de luna / sin conocimiento.” La luna flamenca inspiradora del baile se dibuja con gran belleza en la copla que sigue: “Bailando entre las encinas / me gusta ver a la luna, / en lo alto ‘e la colina / me dan las doce y la una.”

La luna lorquiana y la luna flamenca coinciden en su esencia de erotismo y muerte, delirio y embriaguez. Ambas lunas, que son la misma, se dibujan en el trazo efímero de los sueños.