Por alguna razón, me he puesto a pensar en los últimos meses del año 1989. Un tiempo que produjo avatares históricos cuyas consecuencias han definido buena parte del mundo en el que ahora vivimos, a saber: cayó el Muro de Berlín y con él el bloque comunista de Europa del Este, EE. UU. con George Bush padre al mando invadió Panamá para derrocar y capturar a su antiguo agente de inteligencia Noriega, mientras la Glásnost y la Perestroika de Gorbachov estaban cerca de hacer caer a la URSS. El mundo se movía rápidamente y yo, a mis tiernos catorce añitos, comenzaba Primero de B.U.P. Lo más novedoso de ese curso, no fue el hecho de que la exigencia académica se incrementara, ni el que los alumnos ocupáramos las nuevas aulas del vetusto colegio, sino que, por fin, iba a haber chicas en la clase. Después de nueve años viendo las mismas caras de amigotes, y no tan amigos, sentadas a mi lado, fue absolutamente extraño, pero (para qué negarlo) transformador, tanto en estilo como en comportamiento. También recuerdo que, en una de las primeras evaluaciones, el profesor de historia nos instruyó sobre la antigua civilización egipcia, nos hizo dibujar el curso del río Nilo y nos explicó que los constructores de las pirámides habían desarrollado la primera gran civilización de la historia a partir del control del río-madre que los nutría y que, anualmente, los anegaba. Los antiguos egipcios, habían desarrollado una importante actividad agrícola, ganadera y comercial, a partir del control del Nilo, estableciendo un sistema de canales, estanques, presas y diques. Parece ser que, a la construcción y mantenimiento de todo esto, tenían que contribuir los ciudadanos del momento, haciendo que, al menos, una persona de cada casa sumara al progreso común; construyendo, limpiando el limo, reparando las construcciones o reemplazando los mojones, en lo que podemos considerar un gran ejemplo de concepto comunitario. Es decir, aprendimos que, en ese momento, el ser humano constituyó el concepto de “civilización” y dejó de estar al albur de los caprichos de la naturaleza en sus devenires vitales diarios, sin olvidar que ella, la naturaleza, a pesar de dejarse dominar, todos los años exigía su tributo.
Cuento todo esto, porque de hace unos cuantos lustros para acá (pongamos que seis, pongamos que desde el lejano 1989) ciertas políticas han tratado de recuperar espacio a partir de nuevos dogmas y directrices. En un principio con la técnica del goteo lento y “empapador” y en los últimos años pisando el acelerador a fondo. Vendiendo un ecologismo salvador y haciendo lo contrario, es decir: alterando el espacio vital en el que el ser humano convive con el resto de los seres vivos desde hace miles de años, impidiendo (a partir de leyes suicidas) que los bosques y ríos se limpien, que se construyan nuevas canalizaciones y sistemas de control, que se drenen y se reparen los sistemas exitosamente establecidos desde hace un montón de años, simplemente para vender su mercancía y que su profetizado apocalipsis se produzca. En nuestra mano está solucionarlo, pero visto lo visto, no sé yo qué decir.