Díes irae

Jueces

Siento una profunda admiración por los jueces. Como pilar fundamental en el estado de derecho y como personas individuales. Como cuerpo es un grupo pequeño, apenas unos miles de servidores públicos, que velan porque las leyes sean cumplidas y porque el derecho gobierne las relaciones sociales. Como personas, han asumido el reto de una preparación exigente, de unos estudios amplios y profundos que les han llevado muchos años, de una oposición dura que pocos consiguen traspasar. Y todo ello para profundizar el conocimiento del derecho y poder impartirlo con independencia y equidad.

Constituyen un poder del Estado, junto al legislativo y el ejecutivo. Y como tal poder, independiente, han de permanecer tan solo al servicio de la ley. Nada que ver con los otros poderes. El legislativo tiene la prerrogativa de construir leyes. Puede, literalmente, convertir a un hombre en mujer, el  delito en un pasatiempo, el obsequio en un tributo; o viceversa. Puede hacer lo que le plazca, dentro de la Constitución. Incluso leyes estúpidas o mal paridas. Sus miembros pueden ser doctos o lerdos, nadie comprobará sus saberes ni su idoneidad.

En cuanto al ejecutivo, es el más libre de los poderes por cuanto su discrecionalidad es total. Puede mentir, prometer, incumplir, servir al bien común o servirse de él; puede gobernar con prudencia y sabiduría o ateniéndose a intereses espurios. Puede modificar la sociedad (intentarlo, al menos) moldearla a su gusto, establecer lo que está bien y lo que no… el ejecutivo es el poder por antonomasia.

Los jueces carecen de todas esas prerrogativas. Han de aplicar la ley, les guste más o menos. Y han de aplicarla con sujeción a los principios generales del derecho, a la jurisprudencia, que marca el mejor camino para las decisiones y a su recto y bien formado criterio.  A veces se achaca a los jueces la característica de ser conservadores. Va implícito en su trabajo. Un juez es persona de orden, de ley, de estudio. Pedir de los jueces que fueran revolucionarios sería como pedir de los adolescentes que fuesen mansos y pastueños.

En cuantas ocasiones he tenido que afrontar un juicio, por propia voluntad o por demanda ajena, sus sentencias me han asombrado. Por su profundidad, por sus conocimientos y (esa suerte he tenido) por haber merecido el respaldo en todas mis actuaciones. Hace poco mi Comunidad de Propietarios ganó un pleito a la poderosa aseguradora Allianz, por el arreglo de unas humedades que no se sabía bien de dónde venían pero que la aseguradora, tras arreglarlas, nos atribuyó inmediatamente. Pero el juez sentenció que Allianz no había podido probar que las humedades fuesen imputables a la Comunidad y como no había podido demostrarlo fue desestimada su demanda y condenada en costas.

La prueba es vital para impartir justicia. Sin pruebas no hay prevalencia de tu posición. Ni sobreentendidos, ni prejuicios, ni falsas evidencias. Los jueces (bendita formación) están vacunados contra esos males y separan el trigo de la paja con una pulcritud de cirujano.

Por eso me he alegrado de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, absolviendo al futbolista Dani Alves. Cuatro magistrados, tres de ellos mujeres (las mujeres ocupan crecientemente puestos en la magistratura, hasta llegar en este momento a ocupar la presidencia del CGPJ) han absuelto al acusado de violación, por la que había sido condenado a más 4 años de cárcel.

La presunción de inocencia es un pilar básico del derecho penal. Toda persona es inocente mientras no se demuestre que es culpable. Y quien denuncia tiene que probar la culpabilidad, no darla por entendida. Desde la aparición de un feminismo de griterío y batucada, con el “hermana, yo si te creo” por única ley, se dan por entendidas demasiadas cosas que no lo están en absoluto: que los hombres son todos violadores potenciales, que en el mundo del deseo las mujeres son todas víctimas inocentes, que la palabra de la mujer debe tener presunción de veracidad, incluso que las penas han de ser diferentes según el sexo…

La posición de los hombre se ha vuelto insostenible porque la fiereza mediática les condena de antemano. Aunque sean a la postre absueltos, su vida está arruinada. La Audiencia de Barcelona no pudo sustraerse a la ola acusatoria de ese feminismo tramposo y mantuvo en prisión preventiva al futbolista más de un año. Sin pruebas, sólo creyendo a la denunciante. Una creencia que fue ciertamente un acto de fe, porque sin pruebas, condenar a alguien es manifiestamente injusto y espantoso. Salvo que se tenga una fe ciega…en lo que dice ella; pero la fe no es asignatura que se enseñe en la escuela judicial. 

Si las pruebas del antes (todos los vídeos) y las de después (de igual naturaleza) no acreditan agresión alguna, sino todo lo contrario, lo que ocurriese en la cabina de los aseos queda a la interpretación judicial. Y los cuatro magistrados, contrariamente al “yo te creo, hermana” no le han creído.  Supongo yo que, entre otras cosas, porque la existencia de semen en la boca de la denunciante (que sí quedó probada científicamente) hacía extremadamente compleja la evidencia de una “deglución no deseada”.

Sin pruebas no se puede meter a nadie cuatro años en la cárcel. Y por ir desmitificando, cuando se hable de “la víctima” que nadie se confunda: la víctima es Dani Alves, que ha pasado más un año encarcelado siendo inocente. A ver quién le compensa de eso.

Por eso admiro a los jueces. Porque a las presiones del Gobierno, a los insultos de los medios afines, al desprestigio a que buscan someterles los poderes legislativo y ejecutivo, para que instruyan y sentencien a SU medida,  se une el griterío feminista, de progres bien pensantes, para que el hombre sea, “como no podría ser de otra manera”, el culpable de todo.

Los jueces son la última barrera de defensa de nuestras libertades. Apoyémosles.