Ciencia, periodismo y política

La inversión de los valores

La reciente tragedia ha puesto de manifiesto la lenta transformación de una sociedad que ha ido invirtiendo los valores que la deberían cohesionar. El papel que juega en un Estado democrático el ejército y la política se ha convertido en nuestro país en una caricatura. Los valores que representan han sido grotescamente invertidos. 

La ministra de Defensa, Margarita ‘Patton’ Robles, ha mostrado una incomprensible alergia a poner a un militar de alta graduación al mando de las operaciones. En Estados Unidos el ambicioso programa ‘Warp Speed’, dedicado a buscar una vacuna frente al Covid, fue puesto en manos de un general de cinco estrellas. En España se rechaza esta posibilidad por miedo al boicot de la izquierda radical y de los independentistas, que todavía consideran al ejército como un reducto del franquismo. Esto demuestra que cincuenta años después no se han entendido los valores que representan los militares en un país democrático. Se prefiere poner al mando a un batiburrillo formado por el presidente de la CCAA  y un par de ministros temerosos de las órdenes del ‘gran jefe’. Mientras se ponen de acuerdo la tragedia se convierte en imparable. 

Nuestra partitocracia es un sistema  que parece diseñado para disputar el poder mediante una lucha cainita. Los valores de la política como herramienta para procurar el bienestar ciudadano quedan en un segundo plano. Ante la aparición del problema generado por la riada el primer pensamiento es ‘cargarle el muerto’ al enemigo. Si gobiernan diferentes partidos en el Estado y la CCAA, como en este caso, el conflicto está servido; ya lo vimos con toda su crudeza en el Covid. Cuando se ponen de acuerdo, a duras penas, ya no hay remedio. 

Resulta insoportable observar como una sociedad que tiene un razonable nivel económico y educacional no sea capaz de enfrentarse de una forma eficiente ante los problemas sobrevenidos como consecuencia de la corrupción de sus valores. Uno de los culpables de esta situación es sin duda un periodismo que también, hace tiempo, ha perdido su referente moral. Su obligación ‘policial’ de investigar y denunciar los comportamientos inadecuados en nuestra sociedad, ha sido reconvertida en los de una ‘agencia de detectives privados’, es decir, dedicada en exclusiva al seguimiento del adversario de quien le paga.